sábado, 26 de septiembre de 2009

CUANDO LA SUERTE QUE ES GRELA, FALLANDO Y FALLANDO...




CUANDO DECAIGA SU… ÍMPETU…
Llega una época en la vida del varón en que las cosas dejan de ser duras y es durísimo soportar la flojera…
Quien diga que, pasados los sesenta, nunca ha tenido problemas ¡es más fantasma que la pareja de Demi Moore “en Ghost”!
Lo malo no es sólo esa flojedad inoportuna, ese querer y no poder y esos impulsos de escapar a otros colchones… sino, sobre todo, las depresiones y el malhumor que comporta todo ello, la sensación de que la vida llega a su final y de que ya comienza uno a valer para muy poco. Sin olvidar lo mucho que las relaciones y las interacciones pueden estropearse. O la sonrisita que la pareja ha tratado de disimular, pero que hemos notado de largo.
¿Quién no ha sufrido por ello?
¿Quién no ha sentido la tentación de responder a los anuncios-milagro que aparecen constantemente en los periódicos?
Los moros nos llevan a los europeos bastante ventaja en todo lo relativo al sexo. Los padres enseñan a sus hijos adolescentes a desarrollarse lo más posible el pene, con un método natural tan simple que parece absurdo que nosotros no lo usemos. Además, los varones maduros aprenden de sus viejos un sistema –dicen que infalible- para que no decaiga la fiesta: Comer ajos crudos. Exactamente, cuatro dientes grandes cada día. Hay que pelarlos y comerlos en seguida, lo cual es algo difícil y lo mejor es mezclar las láminas (menos de 5 minutos después de cortarlas) con tomates cortados, sal y aceite. De este modo se puede sobrellevar la dieta. Puede que a los quince días de “tratamiento” haya gente que se aparte discretamente de nosotros cuando hablamos… pero lo que dicen que es completamente seguro es que a partir de mes y medio -con 4 dientes de ajo diarios- los ánimos reviven y las flechas vuelven a enderezarse en su carcaj.
¿Que no?
Luis Melero