Esta generación, hija de aquellos "progres" de la Transición, magnifican el valor supremo de la tolerancia. Lo que está muy bien en un país cuyas directrices políticas han sido intolerantes casi siempre.
Queda de sobra establecido que la generación "progre" fracasó estrepitosamente, y en primer lugar, y según demuestran los datos europeos, en la educación de sus hijos.
Sufrimos el sonrojo de amparar a la juvenetud más inculta y peor educada del mundo próspero.
Pero, eso sí, es la juventud más "tolerante" de Europa.
El problema surge al comprobar que los jóvenes confunden tolerancia con falta de criterio, con carencia de opinión. Entre los jóvenes españoles se ha extendido la idea de que para tolerar hay que renunciar a poseer postulados. Creen que no deben tener ideas ni, en suma, talento. Es una especie de plaga imparable la actitud de "yo de eso, no entiendo", como los desaguisados sintácticos de la gente de la tele.
¿Se han parado a pensar lo grave que es tal postura, si mayoritaria, para el futuro de cualquier pueblo?