viernes, 23 de abril de 2010

Capítulo XVIII DESPUÉS DE LA DESBANDÁ


XVIII
-¡Viva el campeón de España! –aclamó un camarero al verlo llegar.
El Templao saludó tímidamente con la mano.
La venta del Botijo se alzaba en uno de los repechos más altos de los Montes, un paraje muy empinado de Málaga en los primeros kilómetros de la difícil y abrupta carretera que ascendía con dirección a Madrid. Abundaban las ventas, un tipo de mesones popularizados en tiempo de bandoleros, forajidos mitificados de los que todavía cabalgaban algunos por las sierras que envolvían la ciudad al norte, como sombras de un pasado agonizante. Los rumores aseguraban que las ventas pertenecían a bandoleros enriquecidos y aburguesados; al menos, se sabía que la del Botijo era propiedad de un sobrino de Flores Arocha el Terrible, el más famoso de los bandoleros del siglo XX. La comida típica consistía en lo que -de acuerdo con la tradición- preparaban las mujeres de los bandidos para la supervivencia en montañas aisladas de sitios despoblados de la comarca; lomo frito en manteca, salchichón tierno de Málaga, chicharrones adobados en manteca “colorá”, migas de pan con ajo, jamón, cabeza de jabalí y aceitunas, pajaritos fritos y morcillas de Ronda. Desde el exiguo llano que rodeaba el Botijo, un emparrado umbrío sobre un precipicio vertical, se divisaba toda la ciudad como desde las nubes, confundidos el firmamento y el mar en el azul de calima y ensueño donde Málaga flotaba imprecisa, igual que en un “sfumato” del Renacimiento; una vista que había inspirado al poeta Vicente Aleixandre la metáfora de “ciudad no en la Tierra”. Joaquín el Templao había subido poco a los Montes y nunca antes le habían parecido tan especiales; no se daba cuenta de que sus ojos y todo su cuerpo veían el mundo desde una nueva dimensión. A lo lejos, y a pesar de la pátina azul-violeta que impregnaba el panorama, el puerto era un dibujo muy claramente delineado en el resplandeciente mar de Alborán; como si fuera posible, trató inútilmente de identificar en primer lugar a sus compañeros arrumbadores y, a los lejos, la remotísima cabaña del Chafarino. Suspiró mientras sacudía la cabeza y sonreía a Fali, que le miraba expectante; todavía no había asimilado que experimentaba una metamorfosis, como una crisálida que se convierte en mariposa, ni eran voluntarios sus ademanes apocados ni sus expresiones de temor. Al citarle, Quini le había advertido de que “no te conviene llegar puntual; ahora, puedes hacerte esperar. Haz que esperen, que deseen con ansia tu llegá, date a valer”.
Por lo tanto, la sala se encontraba llena. No conocía más que a Quini y sus socios.
Los demás era gente que sólo a algunos había visto de lejos. Todas las mujeres eran desconocidas.
-Me parece que son putas –murmuró Fali a su oído.
-¿Estás seguro?
-A lo mejó. Sus caras me suenan una pechá.
-¿Te darías un garbeo por las mesas, pa averiguarlo? Si resultara que sí, mira a ver si puedes averiguar de una que se llama Viky; es guapa como la virgen Zamarrilla y tiene una melena negra y rizá que le llega a media espalda. Tiene a toas horas una media sonrisa que es como si se cachondeara de uno, anda como los caballos de raza, mueve las caderas como un abanico y sus ojos van dejando un reguero de luz.
-Me parece que sé de quien hablas. No te apures, dalo por hecho.
Las zalemas y lisonjas comenzaron de inmediato. Entre exageraciones dichas con tonos grandilocuentes, todos pugnaban por acercarse a él vaticinándole triunfos en cadena. Iba a ser campeón de Europa y, muy pronto, campeón del Mundo; a continuación, se convertiría en una leyenda a escala universal. “Que se preparen los negros de Estados Unidos. Tú eres lo más grande que ha visto el boxeo en toa su historia”. A su lado, Quini se pavoneaba como si él personalmente hubiera ganado el combate. Se alzó pidiendo silencio y propuso un brindis:

-Por el futuro campeón de Europa de los semipesados. Una autoridad ha prometío que el combate se peleará en el circo Price de Madrid, porque el gobierno del Generalísimo, que Dios guarde, lo está gestionando con muchísimo interés. A lo mejó, todavía pa este verano.
Estalló un largo aplauso, terminado el cual entró una panda de verdiales con sus crótalos, panderos y violines. Las alborotadas bailarinas fueron invitando a bailar a los comensales y, en el fondo del salón, obligaron a levantarse a un viejo gitano, alto y de pelo más cano que rubio, apodado el Piyayo. Joaquín lo conocía de verlo mendigar cantando por las tabernas del centro, acompañándose él mismo con una guitarra mal afinada; interpretaba un palo de flamenco inventado por él en Cuba, donde había vivido muchos años. Decían que sólo conseguía afrontar su vida de soledad y desplazamiento emigrante emborrachándose a diario; el Piyayo marcó pocos pasos de manera insegura y en seguida desistió. Los verdialeros le rogaron que cantara, pero él tosió como si una dificultad se lo impidiera, y volvió a su asiento.
Continuó la vertiginosa música toda la tarde y cuando bajaron de los Montes al anochecer, la mayoría estaban borrachos. No así Joaquín, que no había dejado de pensar con impaciencia en su necesidad de saber. Preguntó a Fali cuando éste se acomodó a su lado en el taxi:
-¿Qué has averiguao?
-Sé dónde trabaja la Viky, pero me han dicho que los lunes no va.
-De toas maneras, ¿te importa que quedemos mañana?
El Templao durmió mal. Despertó durante una de las revueltas inquietas y, a las seis de la mañana, sudoroso y con un desagradable vacío en el estómago, decidió ir a desayunar en uno de los cafés de los madrugadores del centro, situado junto a un mercado que llamaban “Atarazanas”. Lo encontró lleno de marineros, juerguistas trasnochadores, prostitutas desesperadas y estibadores que conocía. Por tanto, recibió felicitaciones, inclusive de desconocidos que acaban de enterarse de quién era. No pudo disfrutar del café con tejeringos y salió del café decepcionado. Sentía náuseas. No teniendo que ir a arrumbar, no sabía qué hacer todo el día. Le habría apetecido ir a charlar con el Chafarino, de no ser por su impaciencia por ir esa tarde a indagar sobre Viky y sobre la inquietante desconocida, y también porque deseaba evitar oír al anciano llamarla “prostituta”. Sabía que se debatía en una paradoja, pero no podía evitarlo.
Disponía de dinero, mucho más del que había poseído en su vida. Decidió impresionar a Viky, que lo viera con un aspecto diferente de cuando se conocieron en aquella fiesta perversa. Recorrió varias veces el centro, buscando un traje ya confeccionado que pudiera usar en seguida; a punto de desistir, recordó dónde trabajaba Fali y fue a hablar con su jefe, en calle Calderería; éste le comentó que un cliente le había devuelto uno “porque le pareció mu caro”. Los pantalones le quedaban cortos y la chaqueta le apretaba en los hombros.
-Recuerdo que dejé tela suficiente en el doblez del bajo. Por ser quien eres, puedo echar de largo a los pantalones ahorita mismo, en un momento. Con la chaqueta no podría hacer ná antes de diez o quince días.
-Da igual. Arrégleme los pantalones y llevaré la chaqueta abierta.
Una vez que salió ya trajeado, y sintiéndose un poco ridículo, se compró una gorra de visera en un establecimiento al lado de la sastrería. Se contempló en el reflejo de un escaparate y, satisfecho, se dirigió al puerto.
Algo malicioso y divirtiéndose mucho, pasó delante de uno de los almacenes donde estaban arrumbando sus compañeros, aunque no muy cerca. Nadie lo reconoció, lo que le animó a dirigirse a uno de los barcos de doña Elena:

-¿Ha venido Mani esta mañana por aquí? -preguntó a un guarda.
-¿Quién?
El Templao rectificó:
-Don Manuel.
-Ah. No ha llegado todavía, pero sé que tiene que venir. Ahora está en el Virgen de la Soledad, allí, en el muelle dos.
El Templao se apresuró, a ver si tenía la oportunidad de encontrarse con él al pie de la pasarela, sin tener que rogar que lo llamaran ni exponerse a una posible negativa. Pero se cruzó con su coche a mitad de camino. Joaquín se paró con la respiración detenida, mirando muy fijamente a Mani tras el cristal de la ventanilla. Era asombroso su aspecto actual, podía interpretar una película con Bette Davis o Katharine Hepburn; el Templao estaba seguro de que le había visto y reconocido, pero el coche pasó de largo sin detenerse. Tras pararse un instante viendo distanciarse el coche, Joaquín siguió su camino y desistió con decepción y resentimiento. Una voz amarga en su estómago le gritaba que el rompimiento con Mani era perpetuo.
Vagó varias horas por la ciudad sin verla; algunos viandantes lo reconocían y vitoreaban, pero ni siquiera devolvió sonrisas. Uno de los vacíos de su pecho se había clausurado para siempre, por lo que era imperioso rellenar el otro.
Iba a encontrarse con Fali en una céntrica marisquería llamada “La Mar Chica”; aunque la cita era a las siete y media, llegó mucho antes Como pasó mucho rato en una de las mesas de fuera, numerosos parroquianos iban reconociéndolo y felicitándolo, al tiempo que extendía el rumor entre los viandantes. Tenía que esperar por temor a un desencuentro con Fali, de modo que no pudo huir, mientras su nombre corría de boca en boca hasta rodearle el clamor.
Cuando Fali llegó, se dio cuenta de lo que pasaba. Se acercó y le preguntó al oído:
-¿Has pagao?
-Si.
-Po echa a correr.
A cada momento se alegraba más de haber aceptado el consejo del Chafarino. Fali estaba resultando un ayudante impagable. Rectificó a su propio pensamiento. Ahora podía pagarle.
-Toma, Fali.
El joven miró el billete de quinientas pesetas con enorme sorpresa.
-¿Qué es esto?
-Pa que te compres lo que quieras.
-Tú no estás bien de la cabeza. ¿Te vas a portar como esos ricos repentinos, que van por ahí derrochando su fortuna hasta quedarse a dos velas?
-Yo…
Fali dobló el billete y lo metió en el bolsillo interior de la chaqueta del Templao.
-Si te sale del corazón ayudarme de vez en cuando, no tienes que exagerar.
-Está bien, Fali. Haremos un arreglo de hoy en adelante, pero ahora guárdate las quinientas pesetas por la madre que te parió o voy a partirte la cara.
Notó que Fali se enternecía y contenía el impulso de abrazarlo. Joaquín le puso la mano en el hombro y lo zarandeó un poco, mientras volvía a darle el billete.
-¿Qué quieres que hagamos?
-Ir a la casa que te dijeron ayer –respondió el Templao.
-Me refirieron que no tiene horario fijo, que na más que va si la madame le manda decir expresamente que tiene un cliente pa ella.
-Mejor. Así podemos averiguar sin que se entere.
Había oscurecido lo suficiente como para que comenzara a haber animación en la calle Beatas. Notó que Fali deseaba decirle algo pero dudaba.
-¿Qué pasa, Fali?
-Verás… Estoy pensando que no te conviene que te reconozcan estas fulanas. Si entras preguntando por la Viky y alguien se da cuenta de quién eres, van a contarle a ella que te puede sacar hasta los tuétanos. Me parece que conozco a una que trabaja en esa casa…
-¿Te has acostao con ella?
A Fali se le encendieron las mejillas.
-No. Es que le cosemos a su hombre y ella va con él pa las pruebas. Deja que entre yo y me esperas fuera, procurando ponerte en un rincón oscuro pa que nadie te vea bien, que en esta calle no se den cuenta de quién eres.
El Templao se apoyó contra la pared, a la sombra del único farol que había a la vista, con la pierna flexionada y un pie apoyado en un zócalo. Pasó más de media hora sin que Fali regresara. Vio salir a una de las mujeres que, en cuando recorrió unos pasos, se dio cuenta de que era la misma que había seguido la semana anterior, movido por un pálpito misterioso. Corrió hacia ella, poniéndole la mano en el hombro. La mujer volvió la cara hacia él y fue como si le dieran un latigazo en los ojos.
Aunque muy repintada y escotada, no dudó ni un instante que se trataba de su hermana Inma, la hermana cuya supuesta muerte había llorado desconsoladamente desde dos años y medio atrás. Alzó las cejas, espantado, con náuseas y apretándose el vientre. Ella echó a correr.
Le alcanzó Fali, a zancadas.
-¿Qué te pasa, Joaquín? Parece que hubieras visto a la muerte.
¿Qué había visto? ¿La muerte en persona o la aparición de un alma en pena? Viva o muerta, carne mortal o fantasma, era ella, no le cabía la menor duda. Inma, el ángel profanado por un muchacho falangista fanatizado por su padre; Inma, la princesa manchada y arrastrada a la locura por una horda de inconscientes salvajes disfrazados de respetabilidad; Inma la modestia luminosa transmutada en impúdica vestal.
-Algo así. –respondió Joaquín a Fali- Vámonos.
-¿No quieres saber lo que me han contao?
-Sí. Vamos a un café y me lo refieres.
Sentados en medio del bullicio del café, el Templao dijo para sí:
-No pué ser; estaba muerta.
-¿Qué dices, Joaquín?
Le contó los sucesos de la desbandá con detalle. El asfalto tan inundado de sangre que todos resbalaban. La escena ominosa de la plaza de Torrox. La cuesta de bajada a Nerja, en cuyo final se encontraba la meta de su esperanza desesperada. El pedregal donde veinte fugitivos trataron inútilmente de esconderse. La ensordecedora traca de muerte llovida del cielo. Los dieciocho que no consiguieron volver a enderezarse. El vientre abierto de la cuñada embarazada de Mani, tan bella e inocente. La madre abatida para siempre e Inma paralizada en un ademán de baile con su harapiento vestido de gitana. Fali se echó a llorar.
-Sé de la que hablas. La he visto cantidad de veces; es mu guapa, Lo que más destaca son sus ojos verdes, como los de la copla; pero parece un poco mayor que tú, no más chica. ¿Estás seguro de que es ella?
-Pongo la mano en el fuego.
Lo haría sin miedo. Era ella, por más increíble que le pareciera. Dos años largos vividos bajo la convicción de que estaba solo en el mundo, mientras su hermana recorría los pasillos húmedos y oscuros del desvarío y la prostitución. ¡Cuánto se había perdido! ¡Cuánto habían perdido los dos! El resbaladizo y mugriento camino que ya había comenzado a pisar antes de la desbandá, había continuado recorriéndolo veintiséis meses más. ¿Qué nivel de degeneración habría alcanzado ya? Aunque estuviera gangrenada o fuera una leprosa, pondría los cinco sentidos en devolverla al altar donde vivía de adolescente, antes de la violación colectiva de los falangistas. Por complicado que pudiera resultar, no tenía más remedio que rescatarla y tratar de que volviera a ser ella, aunque tuviera que fundirla como a las campanas. Fali, sin dejar de mirarlo intensamente, notaba cómo se debatía, preguntó:
-¿Qué piensas hacer?
-Sacarla de allí.
Fali meditó un instante, con expresión severa.
-Sería imposible, Joaquín. Las reglas de la prostitución no son las del mundo normal que conoces… Las caras amables que ponen a los que llegan con dinero fresco, dispuestos a pagar los ser vicios, son cuchillos afilados para quienes pretendieran agradir sus normas y convenios. Aunque aparezcan las madamas como jefas, los verdaderos amos son siempre mafiosos indecentes, dispuestos a matar. Además, si ha echao a correr es que no quiere saber ná de ti.
-No creo que supiera que soy su hermano.
-¿No? Entonces, ¿por qué ha corrío?
-Se habrá asustao, pero no me ha reconocío, por mi salud. Me ha mirao como si yo fuera el demonio. Ya te he contao lo que pasó; cuando creía que había muerto, llevaba sin verla una pila de años y por aquellos tiempos ella no regía bien. Hasta se metió a mantenía de un patriarca gitano. Por la pinta que tenía cuando la reencontramos en el momento de escapar, se dedicaba a mendigar disfrazá de gitana. No tengo otra que sacarla de allí, aunque sea a la fuerza y cueste lo que cueste. Si no por ella, por mi madre que en paz descanse.
- Ten por seguro que esa casa la protegen un montón de sinvergüenzas. Vivimos un tiempo mu raro, Joaquín. Son montones las mujeres casás que se han metío a putas, y no veas tú la pila de matones salvajes, pagaos por los verdaderos dueños, que defienden el negocio y hasta las fuerzan a quedarse cuando ellas quieren irse. Aunque seas campeón de España de los semipesados, no vayas a creerte…
Joaquín se preguntó por qué razón sabría Fali tanto de esos ambientes. La intuición le decía que no porque fuese a comprar los servicios de prostitutas.
-Vamos otra vez pallá, Joaquín, y trato de averiguar quién es la dueña, por si pudiéramos llegar a un arreglo con ella.
-¿Te parece que sería posible? Yo no lo creo.
-Con la via que llevamos esta temporá, el dinero lo arregla tó.