viernes, 30 de julio de 2010

CATAROS, LA LIBERTAD ANIQUILADA. 1210 Carcasona


1210
Carcasona. El sueño capturado
A pesar de ser en esencia un río de montaña y básicamente de aluvión, el río Aude corre imprevistamente caudaloso por la vertiente norte de los Pirineos. Atraviesa bosques frondosos con árboles que alcanzan los cincuenta metros de altura y corre rumoroso ladera abajo, envuelto en toda clase de misterios y enigmas, en busca de las grandes llanuras de Occitania.
Carcasona era junto a Albi el símbolo máximo de la extensión y posicionamiento de los puros. Un orgulloso castillo que parece imaginado por un pintor. Unas treinta torres visigóticas unidas por una muralla muy espesa. Y en lo alto, el castillo del vizconde. Todo ello formaba un conjunto imponente. Reluce actualmente y relució a medio camino entre Perpiñán y Tolosa, en una encrucijada de caminos, vías de agua y arroyuelos, en una tierra feraz en las estribaciones norteñas de los Pirineos.
Siguiendo las márgenes del río, hay un momento en que aparece poco a poco tras la niebla lo que podría ser un sueño o el castillo encantado de un cuento de hadas. Carcasona surge ocre y dorada, con sus murallas almenadas y torreones, aparentemente suspendida en una ensoñación. No todo lo que vemos en la actualidad existía ya en el XII, pues algunas de sus murallas son posteriores y todo está muy restaurado, pero en el siglo XII era como ahora una promesa, una especio de sortilegio, lo más semejante al castillo encantado de todas las leyendas.
Capital de los poderosos vizcondes de Trencavel, era un baluarte embellecido y enriquecido con gran mimo y lleno de atractivo, que todos admiraban y todos ambicionaban. Sobre todo el rey y los aristócratas franceses. A unas tres horas de Barcelona por carretera, es hoy día la ciudad medieval mejor conservada de Europa, aunque casi todo lo que se ve es del siglo XIX.
En 1208, Albi había resistido en un primer momento los embates de la cruzada puesta en marcha por Inocencio III , pero en seguida, prácticamente, Albi había sido destruida por el fuego y la cruzada y lo que hicieron con los cátaros fue tan significativo, que les dieron uno de los nombres por los que se les conoce; albigenses. Posteriormente, la curia romana montó en ese ciudad uno de sus más importantes tribunales de la Inquisición y a pesar de observar algo tan horroroso en sus propios dominios, Ramón Roger Trencavel opuso a las huestes de Roma toda la resistencia de que fue capaz, encerrado entre las hermosas murallas de su capital-sede de Carcasona.

En el centro de la fortaleza de Carcasona destacaba orgulloso el castillo de los señores feudales, el vizcondado de Trencavel. Y mandaba en los momentos de la cruzada Ramón Roger Trencavel, de quien los cruzados vituperaban hasta el origen, pues decían que la madre había tenido tratos carnales con Alfonso de Aragón y que seguramente la sangre que corría por las venas del joven vizconde era casi real. Había sido criado por ayas y maeses y aprendió ya de niño el manejo de las armas. Llegado a la edad propicia, se casó con Agnes de Montpellier, cuñada del rey de Aragón Pedro II. Temible, consiguientemente, no tanto por sí o por sus fuerzas como por sus vínculos familiares. Ya había perdido Beziers y no podía perder Carcasona.
No había un noble de los alrededores que no envidiase la posesión de la maravillosa colina fortificada que era Carcasona. En realidad, no había en todo el Languedoc ni en Francia un noble que no ansiase aposentarse como señor de ese feudo prodigioso, famoso en toda Europa. Lo más incomprensible es que a pesar del conocimiento del peligro y la dimensión de la desgracia, Occitania, por su especial idiosincrasia, no logró organizar un ejército capaz de resistir, enfrentarse y vencer a los agresores. A pesar de ello, el conjunto de Carcasona había resistido incluso a Carlomagno y jamás había padecido el ultraje de tener que capitular ante ningún poder.
Pero las atrocidades de Beziers y Bran habían instalado el terror en la comarca. A las matanzas e incendios siguieron expropiaciones, apropiaciones en nombre de Cristo y el papa y abusos presentados como si fueran legítimos. Los nobles de poca monta del Languedoc habían ido presentándose ante los crueles vencedores para rendirles pleitesía y sumarse dóciles a su campaña. La conquista francorromana del Languedoc se mostró a punto dee culminar. Tras lo de Beziers en agosto de 1209, y sobre todo después de las atrocidades de Bran, habían caído las caretas y los disimulos, y ya ni siquiera el cinismo era necesario; las mesnadas papales se dispusieron a ir tomando todos los botines que pudieran, sin medir las crueldades ni los medios a usar, y con todas las bendiciones y bulas romanas.
Había que conquistar Carcasona, no por su valor intrínseco nui por ser un conjunto defensivo imponente, sino por ser un símbolo. Por otro lado, aparte de su mérito estratégico y defensivo, Carcasona tenía gran importancia económica, sobre todo por la industria de la lana.

Viéndolos a punto de abatirse sobre la ciudad después de una campaña de tierra quemada por toda la comarca, el rey de Aragón, aliado tradicional tanto de los condes de Tolosa como de los Trencavel, intentó mediar entre el vizconde, su pariente, y los cruzados. Estos últimos simularon hacer una concesión: Por respeto al rey de Aragón perdonarían la vida al vizconde y a doce caballeros que éste escogiera, pero la ciudad se tomaría como botín “santo”. A pesar de su frivolidad, Ramón Roger Trencavel rechazó la oferta con grtan dignidad. Los cruzados se valieron entonces de una artimaña; enviaron un parlamentario al vizconde y le ofrecieron que fuera a negociar con toda clase de garantías. Trencavel cayó en el engaño presentándose en el campo de la cruzada papal. Sin el menor respeto de las leyes de caballería, el vizconde fue rodeado, desarmado y apresado, en una inmoralidad que fue tanto mayor puesto que fue cometida por los hombres de un delegado papal, teórico depositario de todas las legitimidades y moralidades.
El pueblo de Carcasona se sintió anonadado. Viéndose descabezados, comenzó un exilio y fueron abandonando sus bienes con objeto de abandonar la ciudad deprisa. Los cruzados los dejaron salir sin organizar una matanza que hubiera sido fácil, porque de tal modo no se detenía el éxodo. Así se facilitó una entrada incruenta de los cruzados en la , que efectuaron un saqueo miserable. De este modo artero e indecente, los enviados papales se apropiaron de la ciudad y encontraron el medio de proveerse ellos mismos con largueza, alimentando bien a sus huestes, para proseguir sin contratiempos la campaña de conquista del Languedoc.
A pesar del valor e importancia de Carcasona, el sitio no fue muy largo ni arduo. Simón de Montfort sólo necesitó quince días de asedio y trucos inmorales para cumplir tanto los sueños del papa como sus intereses espurios. Tomó la ciudad, efectuó la habitual escabechina con los que no habían huido y pasó a cuchillo a todos los Trencavel menos al joven vizconde, a quien mantuvo en prisión después de obligarle a abdicar en él mismo.
Contra lo que afirman todavía algunos bienintencionados a modo de justificación, la crueldad y el salvajismo de esta campaña y todo lo del Languedoc no eran sólo reflejo de la época, que efectivamente daba mucha menos importancia a la crueldad que nosotros. Aquel afán de aplastar y someter había sido impuesto por la ambición innoble y criminal del papa de Roma. Antes de que se rindiera Carcasona prometieron al vizconde Ramón Roger de Trencavel una cédula para determinar mediante negociación el destino de sí mismo y su familia ante los señores feudales franceses, pero apenas atravesó las murallas fue apresado y jamás desde entonces volvió a ser libre. Sin que se haya determinado quien lo mató, de este modo logró Simón de Montfort materializar su sueño de apropiarse de las riquezas y los títulos de los Trencavel.
Montfort cumplió de esta manera incalificable uno de sus anhelos más vehementes: convertirse en vizconde de Carcasona. Él ya había secuestrado los botines infames e infamantes que ofrecía el papa a fin de que fueran