EL FOLIO EN BLANCO
Hace muchos años, un famoso periodista me dijo a modo de reproche: “Te es muy fácil escribir, ¿verdad?
Le miré con algo de estupor y luego pasé varios días preguntándome qué habría querido decir con esa frase y a qué se debería su tono, con el que parecía acusarme de algo malo. Hasta aquellos momentos, creía que todos los escritores empleaban la misma técnica que yo… hasta que empecé a oír lo de “la angustia del folio en blanco”, angustia que yo nunca había ni he sentido.
No me cabía en la cabeza que alguien pudiera dudar tras haber hecho pasar una hoja en blanco por el rodillo de la Hispano Olivetti. Esa especie de vértigo de no hallar respuesta a la pregunta “¿Cómo lleno este folio ahora?”, no podía entenderla.
Pero entonces no me daba cuenta de que haber estado veintinueve años trabajando de creativo publicitario tenía sus consecuencias. En publicidad, a los creadores les entregan los “jefes de tráfico” unos sobres, denominados “briefing”, que contienen el historial del producto que hay que publicitar; sus características, ventajas y desventajas; encuestas y estadísticas; estudios de mercado; instrucciones del cliente y las impresiones del “ejecutivo de cuentas”. De modo que cuando uno emprende el trabajo, puede no tener muy claro la forma final pero sabe de sobra de qué tiene que hablar. Por lo tanto, mi técnica estaba y está muy fuertemente influida por mi pasado en algunas de las mayores agencias mundiales de publicidad.
Antes de sentarme ante este teclado, medito detenidamente lo que quiero decir y llego hasta a darle mentalmente forma. De manera que cuando empiezo a teclear, me come la impaciencia porque mis manos no van tan rápidas como mi pensamiento.
Recomiendo a quien desee escribir algo, aunque no sea más que una carta, que piense con precisión lo que quiere decir antes de emprender la escritura. Que recuerde la frase de Picasso: "La inspiración me pilla siempre trabajando". Que no abuse de las subordinadas intercaladas (son más claros los paréntesis) y que nunca pierda de vista que en literatura sí importa el tamaño: cuanto más breve, mejor.