Entrevista publicada en la revista RS21, en 2006
Actor con carrera de arte dramático “serio” en la faltriquera, ha interpretado los clásicos junto con profesionales de la talla de Manuel Dicenta, José María Rodero o Miguel Narros. Pero su inmensa fama se la debe al humor. Un humor muy “trabajado” que, sin embargo, emerge de sus labios como un torrente de originalidad espontánea. Gracia natural siempre, pero sustentada en una impecable responsabilidad de actor. Desde 1974 hasta hoy, treinta y dos años de carcajadas lo contemplan… y lo que te rondaré morena.
¿Se es humorista por elección?
En mi caso, no. Yo aprendí a decir el verso clásico tan solemnemente como una oración.
¿En serio?
Más que un notario con dolor de barriga. Desde mis primeros pasos en los escenarios, me tenía por un actor de carácter.
¿No nació humorista?
Hasta 1974, yo creía que no.
¿Uno no se da cuenta de ese don?
Notaba que tenía la capacidad de divertir a la gente con la que salía de aperitivos, pero hasta 1974 no me planteé que fuera mi camino en la escena.
¿Mejor caer en gracia que ser gracioso?
Hay cada pelmazo por ahí, riéndose de sus imaginarias gracias… supuestas e invisibles para todos menos para él.
A usted se le nota de lejos que es gracioso por naturaleza.
Los promotores teatrales me convencieron de que lo era.
A pesar de que su nombre suena formalito y literario.
En los setenta, a la gente le costaba recordarlo. Me llamaban “el de la plancha”.
Aquel número desternillante, un monólogo memorable, fue comentado incluso al otro lado del “charco”.
Durante años, el personaje con la tabla de planchar era mucho más conocido que el intérprete.
¿Existe algún vídeo?
¡Hablamos del tiempo de los Picapiedra! Por desgracia, sólo conservo un pequeño fragmento de televisión.
Pena. Sería una mina de oro en los quioscos.
Con que fuera de plata…
En Málaga lo adoran.
¡Digo! En Semana Santa, hasta me bailan algún trono, un privilegio que comparto con Antonio Banderas, y para de contar.
Y en Málaga se formó…
Y tanto. Soy aragonés, pero llegué a Málaga en pañales.
¿Y no se le pegó el acento?
Según me pilla, hablo castellano o malagueño… por ejemplo, si me pisan un callo.
Su vocación fue muy temprana.
Inauguré el teatro ARA, imagina. Al lado de La Malagueta.
Donde compartió escenario con Fiorella Faltoyano, María Barranco o el mismo Antonio Banderas; y tantos otros…
Sí. Aquello fue un vivero memorable.
Como en muchos otros, en el Teatro Español la armó.
Don Mendo fue un pelotazo, que luego he tenido que repetir muchas veces, obligado por las peticiones del público, hasta llegar a sentir que el éxito agota.
¿Se puede morir de éxito?
Más que morir, a algunos los vuelve tontos de capirote.
Pero su éxito sobrevive a las modas.
No sé. A mí el público sigue respondiéndome, aunque empiezo a estar para contar batallitas.
No ha parado de llenar teatros.
A veces, con “La venganza de don Mendo”, el movimiento de masas y los llenos eran como con el circo.
¿No siente “mono” de los aplausos?
Quien diga que no, miente. En estos momentos, solamente estoy dándome un respiro para coger carrerilla.
O sea, que pronto lo veremos con un nuevo estreno.
Trabajo muchas horas en ello.
¿Quiere hablar de lo que prepara?
Pretendo que sea una sorpresa.
¿Y cuándo nos dejará con la boca abierta?
Creo que para febrero.