Cuando ya nos queda tan lejos eso de los lacayos y mayordomos, así como la idea de amos y sirvientes; cuando ya resulta tan difícil distinguir –por la ropa- a un ejecutivo de un estudiante pobre, prestarse a hacer de lacayo debe de ser por una necesidad muy, muy grande; tan imperiosa, que roce la agonía; algo que toque a lo más profundo y proceloso -entre alcobas, mazmorras y bodegas- de lo inconfesable. La rediviva humillación voluntaria puede ocultar quién sabe cuántos dramas y carencias. Cuantos hígados hechos rocas. Cuántas vanidades insatisfechas. Cuántas pretensiones desorbitadas que la realidad se empeña en desmentir.
Ver en la época presente alguien que saca la lengua para relamer a algún poderoso en el culo, es desolador. Ver que alguien se baja la ropa en público para satisfacción de su ama, es patético. Ver que el poder deslumbra tanto a personas que, de otro modo, valdrían la pena, rompe el alma. ¿Quién es de veras poderoso hoy día, cuando hasta unos estultos y delirantes fanáticos racistas se permiten insultar al Rey, y los jueces los dejan ir de rositas?
La asombrosa realidad es que el servilismo sigue pagando; malamente, eso sí; con migajas despreciables e indignas, pero... Aunque resulte difícil de creer, todavía queda quien se presta a ello. Todavía quedan “amigos” como los de Viriato. Aún queda gente que cree que Roma paga a los traidores. Con tantas evidencias para desmentirlo, y queda gente capaz de tragarse que gana un reino meneando la colita.
Queda gente que corre carreras de galgos para lamer los faldones de su pagador.
Y cuando uno se rebela y decide intentar, desesperadamente, cobrar lo que se ha ganado y el supuesto poderoso trata de no pagarle, hay todavía mayordomos capaces de indignarse: “¿Qué pretenderá éste? Que nos deje tranquilos. El mundo está muy bien tal como está, con sus robos, con sus injusticias, con sus estafas, con sus ricos abusando de los pobres, con sus poderosos pisoteando y aplastando a todo quisque. Que no me complique la vida” Los lacayos y mayordomos trinan con santa indignación cuando alguien nada contracorriente- ¡Es tan cómodo dejarse llevar! ¡Es tan agradecido decir “sí bwana”!