El punto de partida para inventar el nudo argumental de una novela
puede proceder de muchas fuentes: noticias en un periódico, relatos de los
amigos, leyendas urbanas, experiencias propias, crónicas familiares, etc.
Pero ese punto de partida tiene que ser transformado en una verdadera
fabulación. Para ello, uno tiene que librarse del todo de los condicionantes de
la fuente; no puede pesar el pudor personal o familiar, que de ninguna manera se vería comprometido si la
fabulación es compacta y se dota de su propia lógica. Y además, proporcionar a
dicha fabulación original un nudo literario con planteamiento, enredo y
resolución, y con al menos los personajes principales, dotándolos de caracteres
adecuados para lo que tendrá que ir sucediendo en el relato hasta redondear el
nudo. Los personajes y las situaciones tendrán que evolucionar, transformarse y
hasta volverse del revés. Todo esto y mucho más hay que resolver ANTES de
empezar a escribir una redacción. Es verdaderamente inútil plantarse ante un
teclado o una máquina de escribir, sin haber decidido previamente lo que uno va
a escribir.
Dicen muchos autores que en literatura está todo inventado: personajes,
situaciones, tragedias ya han sido inventadas todas por los griegos y demás
culturas antiguas. Uno tiende a dudar de esta afirmación, pero lo cierto es que
es muy frecuente que una redondee una fabulación que parece muy original y que,
a posteriori, encuentre referencias en los mitos y poemas antiguos.
Sin embargo, siempre es posible que los personajes encuentren su propia
originalidad por las circunstancias inventadas del relato, originalidad que
podrían revestirlos con apariencia de insólitos.
Pero, sobre todo, es indispensable decidir un nudo y unos personales
antes de ponerse a fabular.