lunes, 25 de julio de 2011
EL ESTRATEGA QUE NOS PERDIÓ EN VIGO
¿Permanece en la Ría de Vigo el tesoro que financió al capitán Nemo?
Que Julio Verne lo describiera en el capítulo VIII de la segunda parte de “Veinte mil leguas de viaje submarino”, hizo que el tesoro entrara en la leyenda: “Alrededor del Nautilus, en un radio de media milla, las aguas parecían impregnadas de luz eléctrica... Hombres de la tripulación, provistos de escafandras, se ocupaban de desguazar toneles medio podridos, cajas reventadas, en medio de restos todavía ennegrecidos. De estas cajas, de estos barriles, se escapaban lingotes de oro y de plata, cascadas de monedas y de joyas”.
Chateau-Renault, un pomposo cortesano de Luis XIV (que pasaría a la historia como Rey Sol), compartía con nuestro almirante Manuel Velasco de Tejada el mando de una flota de 19 galeones españoles y 24 buques de guerra franceses. Fue Chateau-Renault el estratega que nos perdió en Vigo, acelerando la decadencia del Imperio Español.
Los galeones componían las Flotas de la Plata de 1699, 1700 y 1701, retenidas tres temporadas en La Habana a causa de un abrumador acoso bucanero y por la incertidumbre sobre lo que ocurría en Madrid, donde muerto Carlos II sin heredero, habían coronado rey a Felipe V, duque de Anjou y nieto del Rey Sol. Habiéndose pactado ya en La Haya la alianza anglo-austriaco-holandesa que desataría la Guerra de Sucesión, y acuciado el joven rey de España por la falta de fondos que originaba la indeterminación de las tres flotas, corría 1702 cuando el río de oro que había sido el océano Atlántico volvió a fluir después de tres años de sequía. Gracias a la interesada ayuda que dio Luis XIV a su nieto, prestándole su poderosa armada, por fin emprendieron nuestros galeones el regreso con el producto de un trienio del comercio de Indias, del que los espías portugueses corrieron a informar a sus aliados ingleses llamándolo “el mayor tesoro que nunca cruzó el mar”.
Según las leyes, debían descargar en Cádiz bajo el control de los magistrados de la Casa de Contratación de Sevilla, mas arribados a las Azores, llegó desde España un galeón para informar a Velasco de Tejada que Cádiz padecía un feroz cerco marítimo ante una armada angloholandesa comandada por el almirante George Rooke. Celebraron conferencia y Chateau-Renault pretendió llevarse la flota a Brest o La Rochelle, pero en uno de los galeones españoles viajaba el gallego José Sarmiento Valladares, duque de Moctezuma y ex virrey de la Nueva España, muy curtido en política internacional; junto con Velasco de Tejada, impusieron la opción de Vigo, temiendo con razón que el rey de Francia nunca devolviera el oro.
Rooke, que encontraba fortísima resistencia en Andalucía y sufría graves descalabros, se enteró de lo que llegaba a Vigo y, visto lo negro que era para su flota el panorama andaluz, zarpó presuroso hacia Galicia con más de cien navíos y un ejército que cuadruplicaba el hispano-francés.
Alertado, Chateau-Renault dispuso los galeones españoles, cargados hasta las cofas de oro y riquezas, alrededor de la ensenada de San Simón. En el estrecho de Rande, falúas y pataches encadenados para impedir el asalto enemigo.
Pero Rooke planteó su más afortunada batalla naval… ¡en tierra! Desembarcó antes de entrar en la ría y fue tomando aldeas y los mal pertrechados fortines, algunos de los cuales aseguran los cronistas que ya entonces estaban en ruinas. Cuando los galeones españoles, presos en una ría incendiada convertida en ratonera, pretendieron escapar del fuego enemigo procedente de tierra, no pudieron huir a través del estrecho de Rande, bloqueado por la feliz estrategia de Chateau Renault.
Lo que los ingleses nos robaron, lo que nos cobró Luis XIV por su altruista ayuda y lo rescatado para Felipe V totalizó diecisiete millones de doblones de a ocho. Pero el monto oficial de lo que traían los galeones sumaba ciento cuatro millones… aunque aseguran todos los testimonios que las Flotas de la Plata declaraban sólo un doblón de cada siete de los que realmente transportaban, defraudando a hacienda para ahorrarse impuestos. Así que cerca de setecientos millones de doblones de a ocho (muchos miles de millones de euros) desaparecieron aquella noche del 23 de octubre de 1702.
¿Seguirán en el fondo de la ría? Se cree que sí. Oro entre brumas que muchos han entrevisto y expoliado durante tres siglos.
Por su parte, Chateau–Renault vivió el resto de su vida celebrando a diario fiestas extravagantemente fastuosas.