domingo, 12 de diciembre de 2010

PICASSO TIRA DE MÁLAGA


ARTÍCULO PUBLICADO HACE AÑOS EN LA REVISTA PAISAJES DESDE EL TREN



PICASSO TIRA DE MÁLAGA
Los amores reñidos son los mejores.

De acuerdo con el eslogan con que se ha anunciado la inauguración de su museo, Picasso ha vuelto a Málaga.
Pero no es el primer regreso, sólo el definitivo. Cuando ya había asombrado al todo París con su “periodo azul”, todavía veinteañero, volvió al reencuentro de su luz meridional mediterránea, quién sabe si porque escaseaba el azul en su paleta y, probablemente, como quien vuelve a comprobar si las sensaciones que recuerda del despertar a la vida son tan deliciosas como las conserva su memoria. Si no era el deseo inaplazable de oler jazmines en El Limonar o saborear boquerones, búzanos y cañaíllas en Pedregalejo, quizá quería ver si Muñoz Degrain, su maestro junto con su propio padre, seguía velazqueando en sus lienzos y si la Farola continuaba tiñendo de sueños los atardeceres del puerto.
Inesperadamente, en paráfrasis del inspirado verso de Manuel Alcántara, “naufragó y emergió” del azul, porque según contaba la pintora naif María Pepa Estrada (que por su edad sólo pudo saberlo de oídas, como se saben los grandes secretos provincianos), Pablo Ruiz se ahogó en los encantos de una primita suya, arrebatado de amor. Pero resulta que, en aquel entonces, Pablito era un extravagante muchacho que a ver qué perversiones estaría cometiendo en el París de la Francia, mientras que su prima, inmaculada beldad de organdíes y fru-frú por la Alameda, era descendiente directa nada menos que de un influyente alcalde de Málaga, José Alarcón Luján. Otro descendiente de éste, Manolo Blasco, el primo de Picasso que más ha alardeado de parentesco, también pintor naif como casi todo el mundo en Málaga, refería en su jardín con gnomos de Torremolinos que la prima en cuestión era canela fina y por ello “el francés” quedó tan prendado de sus encantos como en un mórbido verso de Bécquer. Lo que ocasionó que la visita, a causa de los reñidos amores imprevistos, se alargara más de la cuenta y Pablito Ruiz de la Plaza de la Merced, ya Picasso en Montparnasse, se quedó sin un duro. Sin un real. Sin un franco. Y aquí es donde uno tiene que ser la mar de cauto, porque ignora exactamente a qué pariente acudió en solicitud de un préstamo (cuando ya era saneado su crédito en París). El préstamo le fue denegado y Picasso tuvo que emerger de su naufragio sentimental en la playa malagueña, empapado, en verso de Alfonso Canales, con “aguas de amor para apagar el miedo”. Y se fue a París sangrando de amores negados y humillado del rubor de quien es tratado como un pedigüeño de ésos ante los que hay que escurrir el bulto.
Desde entonces, Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispín Cipriano Ruiz Blasco Picasso y López, el soñador de palomas, tañedor de guitarras cuadradas y domador de minotauros, se pasó la vida regresando a Málaga sin hacerlo físicamente, quién sabe si por sentirse un poco gato escaldado.
Cuando ya se había convertido en el artista plástico más influyente, más imitado y más determinante del siglo XX (y algunos otros), aseguran que colocaba su silla, allí en la rondada Villa California, orientada hacia el punto de la rosa de los vientos donde suponía que Málaga se encontraba. Allá por los cincuenta del siglo pasado, los jovencísimos y neófitos pintores malagueños del Grupo Picasso, alguno tan relevante al pasar el tiempo como Brinkmann, eran recibidos como colegas, entrañablemente, como si Pablo vislumbrara en aquellos muchachos intimidados y anhelantes el reflejo del azul que le habían vedado siendo un adolescente herido de amor. Mil veces se retrató con montera y mantón al hombro a modo de capote torero, como si el atuendo le teletransportara junto a La Malagueta con aromas cercanos a sardinas en espetón; mil veces olisqueó el aire que le traían los malagueños en botijos de paisanaje, en busca del salitre balsámico de la playa de La Caleta; mil veces rindió tributo a la torería de Luis Miguel Dominguín, a pesar de situarse en sus antípodas políticas, porque sus visajes goyescos eran lo más semejante a una estampa antigua del Perchel más canalla y bandolero.
Toda la vida de Picasso, en fotos y en anécdotas, parece una ansiosa solicitud continua de ser readmitido por esta ciudad plácida y sesteante, refulgiente en sus ensueños, que seguramente no se da cuenta de cuando parece madrastrona. Siempre quiso volver, y ya ha vuelto para quedarse por los siglos de los siglos.

Ahora, y desde hace ya bastantes años, Picasso campa por las calles de Málaga entre la veneración y la idolatría. Bautizaron como “Jardín Picasso” un umbroso resto de la finca de Larios (escenario del romanticismo no demasiado santo del marqués), hoy en pleno mogollón de la ciudad, entoldado por dos colosales ficus con decenas de troncos cada uno, capaces de ensombrecer toda la Puerta del Sol, que forman lo que parecen capillas góticas vegetales, la clase de capillas que Pablo Ruiz hubiera venerado. También bautizaron “Picasso” el que algún día debería ser paseo marítimo de Levante, aunque ahora sólo es una autopista litoral. Las antiguas Casas de Campo, fachada la más característica de la hermosa Plaza de la Merced y aventura inmobiliaria de la burguesía malagueña del XIX, en la actualidad es, fundamentalmente, la casa de Picasso. La iglesia de Sant Yago (tal como rezaba una piedra de su fachada), es valiosa sobre todo por haber sido escenario del bautismo de Pablito. El aeropuerto, una gigantesca ciudad aeroportuaria que es la de mayor movimiento de todo el sur europeo, y que en su prehistoria ostentaba el inadecuado nombre de “El Rompedizo”, también, cómo no, se llama ahora “Aeropuerto Pablo Picasso”.

Llegada la hora en que una nuera del pintor, Christine Picasso, con pasmosa generosidad, diera forma material a la nostalgia azul Alborán de su suegro, el museo no tenía más remedio que instalarse -a unos trescientos metros de la casa natal del artista- en uno de los edificios civiles más valiosos que permanecían en pie en la Málaga intramuros cien veces devastada: el Palacio de los Condes de Buenavista, que no es sólo un palacio. Es una de las guindas de un paraje de poquísimos metros cuadrados donde se concentran, amontonan y solapan la primitiva Mlk fenicia, la vieja judería medieval, la mezquita desbaratada e inhumada, el romano Municipio Flavio Malacitano en pleno, el palacio nazarí de la Alcazaba, el anfiteatro romano en proceso de restauración, la más que milenaria fortaleza de Gibralfaro con la vista del puerto y los jardines que compone uno de las fotos turísticas más famosas de Europa, el monumento al liberticidio cometido contra Torrijos, la vertiginosa catedral de La Encarnación con sus tres naves de 42 metros de alto, la casa de Pedro de Mena, la ciclópea Casa de la Aduana, la recoleta iglesia del Císter, el Palacio de los Gálvez y torres mudéjares y muros fenicios y rastros bizantinos... No todo ello está bien conservado, pero constituye un conjunto histórico-monumental difícilmente comparable y de trabajosa catalogación, porque todavía no está completamente rescatado ni puesto en valor. El que denominan internacionalmente “el museo de la familia Picasso” va a ser, ya lo está siendo, un detonante para que Málaga se lance hacia su futuro y va a ocasionar que este conjunto monumental brille esplendoroso en muy pocos años. Por el momento, las obras de adaptación del palacio para la función de museo han dado lugar al descubrimiento y rescate, de entre sus cimientos, de construcciones fenicias, una factoría de “garum” (el aliño romano del que Málaga era la primera productora del Imperio y abastecedora de los Césares), cerámica helena, baños árabes y loza cristiana, con lo que hay una sorpresa para los visitantes del museo, pues junto al vanguardismo de las más de doscientas obras de Picasso van a poder recorrer tres mil años de historia malagueña a través de su arqueología, en un espacio de quinientos metros cuadrados.

Pero hay mucho más. Málaga ha multiplicado su población por seis desde que Picasso nació y, a pesar de ello y de sus fulgores industriales contemporáneos del bebé Pablito Ruiz con los que competía en pujanza económica con Barcelona, actualmente se ha quedado, en modernidad y ambición, unos cuantos pasos por detrás de la Costa del Sol que ella inventó, fraguó y por la que sacrificó gran parte de su vitalidad, en una autoinmolación que nadie consigue comprender. No se sabe si fue parálisis o miopía municipal, pero lo importante es que ahora, con el Museo Picasso registrando reservas turísticas, según dicen, para todo el próximo decenio, es cuando Málaga parece sacudirse el marasmo.
Treinta y ocho solicitudes esperan licencia de construcción para nuevos grandes hoteles (uno de ellos, con forma de vela náutica, de cuarenta pisos de alto) y últimamente se han inaugurado varios más, algunos muy importantes. Van a levantar cuatro enormes desarrollos turísticos en la Tabacalera, la playa de La Isla que ocupa Butano, Guadalmar y Campamento Benítez. Se encuentra en puertas la remodelación de la zona más antigua del puerto para convertirlo en turístico, así como la creación de uno nuevo, la Marina del Arraijanal, una especie de Venecia andaluza. Quieren crear el mayor parque temático de Europa (aunque Málaga, con pocos retoques, sería de por sí un gran parque temático) y están inaugurando continuamente emporios de diversiones, como Plaza Mayor. El culmen será la llegada del AVE en 2006, no sólo por el dinamismo que el tren de alta velocidad va a aportar, sino porque su entrada representará “coser” buena parte del disperso urbanismo malagueño, al ir las vías soterradas, lo que permitirá disponer de un nuevo paseo-nexo y de una extensa zona lúdico-hotelera. Hasta pretenden embovedar el río Guadalmedina, una horrenda cicatriz de la que Málaga lleva quinientos años ansiando hacerse la cirugía plástica.

Y casi tan determinante para el futuro como el Museo Picasso, ya es una realidad el recién inaugurado Palacio de Ferias y Congresos, un experimento formal de asombrosa arquitectura. Enclavado entre la Málaga que sueña y la que despierta, a un paso de la inmensa Ciudad Universitaria y junto a los recintos feriales, el Palacio de Ferias y Congresos es un edificio de cinco hectáreas de extensión que no parece estarse quieto. Sus techos son azul-aceradas ondas marinas, las oficinas se sostienen precariamente sobre puntales traqueteados por un seismo onírico daliniano, la entrada principal es un colorido scalextric como una cinta de Moebius y el patio central aspira a ser, y lo será, escenario de maravillosas noches de estío malagueño con música, baile y canciones perfumadas de biznagas y damanoches.
Hay una infinidad de obras de infraestructura en marcha, cuyos procesos presentan estadios muy variopintos. La Junta de Andalucía y el Ayuntamiento firmaron hace pocos meses el acuerdo para la construcción de las dos primeras líneas del metro, que entrarán en funcionamiento más o menos cuando se inaugure el AVE. Como esta ciudad, cuyo estilo de vida es el más parecido a Los Ángeles que existe en Europa, es el centro/meollo de una conurbación de doscientos kilómetros de largo que en algunos momentos del verano supera los tres millones de habitantes, las rondas de circunvalación urbana están saturadas hasta el agobio y se quejan los malagueños de que no esté en obras todavía la apremiante “hiperronda”, que de todas maneras no tardará mucho en comenzarse. El Aeropuerto Pablo Picasso, el tercero más importante de la península, y cuyo movimiento es uno de los que más crecen, necesita con urgencia una segunda pista y ya están expropiando los terrenos. La conexión por autovía con Córdoba (de la que Málaga es SU playa) va a pasito muy lento, piano piano, pero parece que va. La carretera de Arco, para comunicar la costa Este con la Oeste sin pasar por Málaga-ciudad, acumula un retraso de diez años, pero está construida en parte. La prolongación del ferrocarril de cercanías hasta Algeciras se está estudiando, por fin, con todo rigor (y asignación presupuestaria), lo mismo que la posibilidad de construir uno nuevo por la costa oriental, hasta Motril.
Todo ello, como cuando alguien se queda dormido y descubre, al despertar, que el trabajo se le amontona y tiene que echar a correr. Así, Málaga ha echado a correr gracias al despertador puesto en marcha por la familia Picasso y se ha sacado ya de un bostezo el apabullante Palacio de Ferias y Congresos.

Pero sin esperar el futuro, hay en Málaga abundantes asombros en tiempo presente, la mayoría del reino vegetal, como la plaza Cánovas del Castillo y el Paseo del Parque (uno de los jardines botánicos más urbanos del mundo), que Picasso debió ver plantar en su niñez; los jardines de Pedro Luis Alonso, entre azahares y cantos de pájaros; los de Puerta Oscura, que son una versión colorista y luminosa de los jardines colgantes de Babilonia; y el que muchos consideran el equivalente malagueño de la Torre Eiffel: el Parque de la Concepción, un compendio botánico alucinante, creado en el siglo XIX para satisfacer las aficiones jardineras de una joven de la Casa Loring, a quien su padre, poderoso armador trasatlántico, le hacía traer en sus barcos raros ejemplares de árboles, plantas y flores procedentes todo el mundo; de manera que se formó en ese rincón malagueño una especie de selva tropical que, por ejemplo, fue el paisaje “colombiano” que enmarcó los supuestos cafetales de Juan Valdés, y fue también “plató” de algunas películas españolas “selváticas”, como “La mies es mucha”. Hay asombros urbanos, como callejear por una de las varias rutas del tapeo, lo que da como resultado un festín gastronómico de antología y, de paso, a doscientos metros de la casa de Picasso, en calle Madre de Dios, es interesante visitar “La casa del Ángel”, un local del humorista Ángel Garó donde se pueden contemplar obras picassianas y algo de Romero de Torres. Merece la pena recorrer los numerosos museos cofradieros de Semana Santa, atiborrados de maravillas en oro y plata. Otro asombro, a medio camino entre la botánica paradisiaca y Silicon Valley, es el Parque Tecnológico, sede universal de los parques tecnológicos de todo el mundo y marco de unas empresas de tecnología punta que, más que del XXI, parecen del siglo XXX y con una estética que, en conjunto, muy bien podría haber concebido el mismísimo Picasso.
El dúo Museo Picasso-Palacio de Ferias y Congresos está representando, desde antes de su inauguración, un revulsivo para las parálisis malacitanas, y todo hace suponer que los malagueños han recordado de repente que son herederos de los arrogantes bástulos, los astutos fenicios, los dinámicos romanos y los constructores de los primeros altos hornos levantados en España. Desde esos dos polos, y gracias a un amor reñido que resultó ser el más fecundo de todos, el de Picasso y sus herederos, Málaga se dispone a saltar hacia su futuro.


EL MUSEO PICASSO DE MÁLAGA
204 obras donadas o cedidas por Christine Picasso y su hijo, Bernard Picasso.
8.000 metros cuadrados de exposición, incluyendo 500 en el sótano que muestran al natural los restos arqueológicos de múltiples culturas hallados entre los cimientos.
Sede: Palacio de los Condes de Buenavista, adquirido, restaurado y acondicionado por la Junta de Andalucía con un costo total de más de 60 millones de euros.
Primera exposición temporal: La desconocida obra de fulana Picasso, hermana del pintor.
Dirección: calle de San Agustín.