miércoles, 8 de diciembre de 2010

Esta es una función de teatro escrita a finales de los ochenta.

Antes de suicidarse, José Luis Alonso me propuso dirigirla, lo que el destino impidió. Hace unos tres años, un conocido promotor quiso estrenarla, pero en unas condiciones que yo no pude admitir.
Me gustaría que opinaseis sobre ella, escribiéndome a
emeguille@gmail.com

También, la novela “LA NOCHE DEL ALBA” , de la que sólo he escrito un tercio (podéis leerla más abajo) me gustaría conocer vuestra opinión. Es una desgarrada fabulación sobre las condiciones de vida en la Edad Media europea.



LA CRISÁLIDA
DEMASIADOPOBREPARAUSARSUELASDECUERO
Tragicomedia


PERSONAJES:
Paco, 25 años
Emilio, 42 años
Miguel, 45 años
Merche, 30 años

ACTO I
Apartamento tipo estudio, elegante y sofisticado. Hay un tresillo de estilo muy moderno y una cama, ésta casi en el proscenio. La puerta del baño, en el centro, deja ver parte de su interior. La decoración permite deducir que su propietario es un soltero acomodado.
Sube el telón con la escena en penumbra. Las luces se intensifican al entrar Emilio y Paco.
Emilio, aproximadamente 40 años, viste con elegancia informal; es afable, sin exuberancias en sus gestos, muy sereno; habla con un leve y musical acento de ecos canarios o sudamericanos.
Paco lleva el brazo izquierdo escayolado, sujeto con un pañuelo al cuello, y su aspecto es muy descuidado; tiene unos 25 años; habla jerga marginal; se comporta con fuertes cambios de humor.

EMILIO:
¿Te duele mucho?

Paco asiente con expresión compungida.

EMILIO:
Siéntate. (Le señala uno de los sillones, donde Paco se acomoda, muy rígido y con ademán sumiso) Tendrás que tomar el Nolotil con un poco de leche, ¿no?

Paco se encoge de hombros. Emilio saca del bolsillo un paquete pequeño y lo deslía.

EMILIO:
¿Cuántas vas tomar, dos?

Asentimiento de Paco, cuya expresión es de desvalimiento total.
Emilio sirve del frigorífico un vaso de leche y se lo ofrece junto con las píldoras. Al aproximarse al joven, Emilio arruga la nariz mientras le observa ingerir las pastillas.

EMILIO:
Oye, no querría parecer impertinente pero… discúlpame, hueles muy, muy mal. ¿Cuántos días hace que no te bañas?

PACO:
Desde que me las piré.

EMILIO:
¿Quieres decir cuando te viniste a Madrid desde tu pueblo?

PACO (asintiendo):
Eso, un día antes del lío. (Se señala el brazo).

EMILIO:
O sea, prácticamente una semana sin bañarte.

PACO:
Como ya me había pulío toa la guita, el lío (señala el brazo) me dejó más pallá que pacá, jamacuco va y jamacuco viene. Tengo un tigre que ni el del circo...

EMILIO:
No sé cómo puedes soportarlo...

PACO:
Los que no me soportan a mí son ellos. Si me huelen, les da un yeyo. Menúo palo. ¡Hasta los tigres me abandonan...!

EMILIO (sonríe):
Y dices que no tienes donde dormir...

PACO:
¿Flipas? ¡Claro que tengo donde guindar, joder, que no te empapas! El gran hotel subterráneo Atocha Palace..., el hotel con los pasillos más largos del mundo...

EMILIO (sigue sonriendo):
O sea, los pasillos del Metro. Lo que quiere decir que no tendrás quien te ayude a tomar una ducha... Y tú, con esa escayola...

Paco niega con la cabeza. Constantemente, elude mirar a Emilio a la cara, pero sí lo observa aceradamente de reojo cuando cree que no le ve.

EMILIO:
Vamos a ver...
(Pausa, algo indeciso y dubitativo)
Dadas las circunstancias, y con el brazo roto, no deberías rodar por la calle como un perro...

PACO:
Esa es mi vida, colega, colgao como un perro.

EMILIO:
¿No tienes algún pariente al que puedas recurrir?

Negación de Paco, con aire desolado muy exagerado.

EMILIO:
¿Te gustaría dormir aquí?

Paco agacha la cabeza con expresión de entrega.
Encoge los hombros. Todo muy “posado”.

EMILIO:
Sí, eso es lo que haremos. Esta noche vas a dormir aquí.
Mañana... bueno, mañana ya veremos.

Expresión jubilosa de Paco, que la contiene comprendiendo que no le conviene. Mira en derredor como si hiciera inventario.

EMILIO:
¡Hay, carajo! Me había olvidado de Miguel...
Voy a tener que romper un compromiso.

Paco asoma gran alarma, mientras mira fijamente a Emilio, que de espaldas a él, marca un número en el teléfono.

EMILIO (al auricular):
¿Miguel? Hola, soy yo, Emilio... No... no puedo ir... Vais a tener que disculparme; ha surgido un imprevisto... No, no es nada grave... ¿Qué?... No... De verdad que me siento muy bien... ¡Créelo! Que no, que estoy fenomenal, te lo prometo....
No, hombre, tampoco se trata de que haya ligado...
Es... ¡Que no!, ¿cómo quieres que te lo diga?
Se trata.... de un amigo que tiene un problema.
No, no necesitamos ayuda.... Bueno, tal vez sí.
¿Tienes el número de Antonio? ¡Antonio Sáinz, el médico!

Emilio toma un bolígrafo y una agenda del velador.

...dos, cuatro, siete, cero, seis... De acuerdo, gracias.
No, no voy a salir...
Que no, hombre, que no he ligado ni nada por el estilo, ¿cómo quieres que te lo diga?
De otro modo, ¿para qué iba a pedirte el teléfono de un médico?
¿Ataque?, ¡qué dices! Ni lo menciones. Aquéllo ya pasó...
¿Venir aquí?, ¡venga ya! Sí, me siento muy bien, no hay ningún problema...
Déjate de cachondeo. Como vengáis, no pienso abriros la puerta...
De todas maneras, lo más probable es que me acueste en seguida.
Vale, que os divirtáis.

Emilio cuelga el teléfono. Al mirar hacia Paco, de repente éste acentúa con mucha exageración su expresión de malestar.

EMILIO:
¿No te hace efecto la pastilla?

PACO:
Es como que va a dar un yuyo… Tengo un acojone… la mano... se me está quedando mazo de fría.

EMILIO (Habla mientras va y vuelve del baño, de donde trae un secador de pelo):
Es natural. Con el brazo en una postura tan forzada, lo lógico es que la mano se te adormezca; puede ocurrir aunque no tuvieras el hueso roto. Con un poco de calor, se te pasará; no tiene mayor importancia, no te preocupes. Aunque... pudiera ser que te hayan puesto la escayola demasiado apretada. Déjame ver.

Paco da un respingo muy brusco cuando Emilio intenta tocarle el brazo.

EMILIO:
¿Qué pasa? ¿Por qué tienes tanto miedo?

PACO:
Es que... me duele mucho.

EMILIO:
Yo creo que el dolor se te pasará pronto.
Esas pastillas son fuertes y tienen que estar haciéndote efecto ya.
Ahora... con el calor del secador, se te que quitará el frío y sentirás menos el dolor...

Enchufa el cable del secador y lo pone en marcha.
Durante unos segundos, apunta el chorro de aire hacia la mano del joven, con solicitud.

EMILIO:
¿Mejora?

Paco se encoge de hombros.

EMILIO:
¿No se te pasa el hormigueo?

Paco asiente. Pausa. Mira a Emilio dos o tres veces y, alternativamente, agacha la cabeza, irresoluto. Emilio está de pie con el secador en la mano, junto a él, observándole.

PACO:
Yo... No sé, tío... no comprendo de qué vas, y no me empapo… No es que me vaya darte la chapa, pero… ¿Por qué te portas tan de buten?

EMILIO (mientras desenchufa el secador y acomoda el cable):
¿Por qué te ayudo? Pues... supongo que porque lo necesitas.

Pausa. Emilio observa a Paco con intensidad, porque éste no para de rebullirse. Pocas veces mira de frente a Emilio.

PACO:
Pero yo... de mangui a mangui… esto no me lo esperaba ni templao… Vamos, a mí estas cosas no me pasan ni colocao… porque nunca... nadie...

EMILIO:
No estás acostumbrado a que la gente se ocupe de ti, ¿eso es lo que quieres decir?

PACO:
¡Jo, macho! A mí, si un chorbo me pilla, lo menos es pa saltarme los piños, y como tú… Es que... tú... no me conoces...

EMILIO (sonriendo):
Debe de ser que hoy me siento boy-scout y tengo que hacer mi obra buena del día. (pausa).
Verás..., oye, disculpa, he olvidado tu hombre.

PACO:
Paco.

EMILIO:
Ah, sí, Paco, eso es...
Mira Paco, tú estás en una situación extrema, pero no creas que eres el único que las pasa canutas...
Todos hemos pasado malos tragos alguna vez, y eso te sensibiliza. En una ocasión, tuve una experiencia que lo que te pasa a ti ahora me la hace recordar... Fue hace muchos años. Tendría yo más o menos tu edad. En realidad, me vi más o menos como tú, salvando ciertas distancias. Me encontraba trabajando en Brasil y un día me rompí el brazo derecho. Imagina... si romperse un brazo ya es malo de por sí, peor es que sea el derecho. Fue muy poco después de llegar contratado a Brasil y, claro, no conocía casi a nadie.
Bueno, en realidad no conocía más que a unos pocos de la empresa donde trabajaba.
No puedes hacerte ni idea de lo que fue mi primer fin de semana escayolado...
Bueno, sí, creo que sí te haces una idea. (Pausa).
Nunca podré olvidar aquel sábado en Río de Janeiro.
El brazo me dolía muchísimo y la escayola me molestaba una barbaridad. Tenía que aguantar el dolor, porque la otra alternativa era dormir a todas horas, ya que el médico brasileño aquél me había recetado unos calmantes que me dejaban atontado... pero no me gustaba estar todo el día en un duermevela, así que tomaba la menor cantidad de calmantes posible. ¡Pero me daban unos dolores!
¡Y el picor....!. No sé si era más insoportable el dolor o el picor...

PACO:
Sí, joder, eso es un desparrame total. El picor de este muermo es pa morirse...

EMILIO:
Llegó un momento que, encerrado en aquella habitación y solo, me dio una desesperación... Para distraerme, salí a dar un paseo por los alrededores del hotel, que, por cierto, estaba en Copacabana, y fue lo peor que se me pudo ocurrir. Al atardecer, Copacabana es una fiesta todos los días. Cantan, casi bailan al andar, juegan al fútbol… Imagínate. Toda aquella gente tan animada, tan despreocupada, pasándolo tan bien en la playa y en las terrazas de los restaurantes, y yo, fastidiado con mi escayola. El jolgorio me hacía sentir todavía más solo y desgraciado. Yo les miraba y me preguntaba con rabia si no eran capaces de darse cuenta de lo mal que lo estaba pasando yo. Tenía ganas de gritar, de pedir socorro... No querrás creerlo, pero llegó a tal punto mi cabreo, que me fui al otro lado de la avenida Atlántica, ¿sabes de lo que te hablo? Esa famosa acera con mosaicos que forman ondas al lado de la playa... Allí me puse a gritar: "¡Coño, estoy solo, necesito que alguien me haga compañía y me ayude a ducharme!". Lo grité varias veces, pero la gente, en vez de venir a consolarme, pasaba sonriendo y jaleándome... ¡Me decían olé! Como no entendían el español, seguramente pensaron que yo era un revolucionario dando un mitin, o bien que era un payaso o un loco, vete a saber.

PACO (sonriendo tristemente):
Por lo menos, tenías una piltra pa guindar y ningún madero venía cincuenta mil veces todas las noches pa pedirte los papeles o pa llevarte al talego....

EMILIO:
Sí, es cierto. Tienes toda la razón. En realidad, mi situación no era ni la mitad de mala de la tuya. Eso fue lo que pensé cuando te acercaste a mí en la cafetería a pedirme dinero para un bocadillo. Con tu palidez, con aquel semblante... parecías a punto de desmayarte.

PACO:
Me mosqueaste. Como me preguntabas tanto… y me dabas tanto la vara… creía que eras un madero.

EMILIO:
¿Madero?

PACO:
Tú ya me entiendes... un policía.

EMILIO (Sonríe):
Es que llevabas el dolor pintado en la cara. Por eso quise saber qué te pasaba, cuál era tu problema. Cuando dijiste que necesitabas esas pastillas y no podías comprarlas, sentí que era una injusticia tremenda, inadmisible. Una crueldad social que alguien debería impedir. Por eso quise acompañarte a buscarlas, sin recordar que, siendo sábado por la tarde, sería complicado encontrar una farmacia abierta. Y ya ves, yendo de un lado para otro en busca de una farmacia, hemos acabado en mi casa.

PACO:
Yo soy legal.

EMILIO (Sonríe y pausa mientras le examina):
Sí, me parece que eres legal. Oye, dime una cosa; en la cafetería no vi que le pidieras a nadie más. ¿Por qué, precisamente, me elegiste a mí?

PACO:
No sé... Tú me miraste.

EMILIO:
Tu aspecto no es como para que pases inadvertido. No creo que yo fuera el único en mirarte. Sin embargo, viniste derecho a mí.

PACO:
Yo... un colega me dijo que a ese sitio van muchos juláis... que se puede levantar algún talego si uno se lo monta perita. Vi que me mirabas, y como no tienes pinta de baboso... pues...

EMILIO:
¿Julái, baboso...?
(Mientras pregunta, se acerca al equipo de sonido. Lo manipula, pero no se oye música).

PACO:
Sí, hombre, tú ya me entiendes.

EMILIO:
Como no te expliques mejor...

Paco se desconcierta. Con la cabeza agachada, mira a Emilio de reojo, como sopesando la situación. Cambia bruscamente de expresión.

PACO:
Conmigo puedes estar tranqui... Yo, quinqui, pos no… ni mangui. Yo no soy de esos que andan por ahí...

EMILIO:
¿Como quiénes?

PACO, con el desconcierto en aumento:
Yo... tú..., no sé... quisiera... Oye, ¿puedo ducharme?

EMILIO:
¡Oh, sí! Iba a decírtelo. En realidad, necesitas un baño tanto o más que las pastillas. Es posible que te alivie mucho más. Ahí está el baño. ¿Puedes desnudarte solo?

PACO:
Oye, para con el bacile, tío. No te pases. Ni que yo fuera Fray Leopoldo, no te jodes. ¡Qué voy a poder desnudarme solo!

EMILIO (muestra muchas dudas e irresolución):
O sea, que tendría que ayudarte.

PACO:
A ver.

EMILIO:
¿Seguro que no puedes quitarte la ropa por ti mismo?

PACO:
Tú no te empapas, joder. ¿No ves que no? Es igual, si te da yuyu echarme un cable, no me ducharé.

EMILIO:
No es eso. Yo... En fin. Creo que un baño puede hacerte sentir alivio, y hasta incluso podrías olvidarte un rato del dolor del brazo.

PACO:
Sí, colega, seguro que pillas del tema.

EMILIO (cediendo a una notable repulsión):
Vamos a ver. Tendremos que empezar por aquí...
(Con mucho cuidado, va quitándole la ropa, tratando de no forzar la posición del brazo escayolado; mientras le desnuda, sigue el diálogo).
Va a haber que lavar esta ropa ahora mismo. ¿Conseguiste dormir anoche?

PACO:
Ya te lo dije antes, joder, macho, ni que estuvieras colocao… Yo pues… en el túnel del metro… pues no guindé ni medio.

EMILIO:
¿Cómo pudiste soportar el frío?

PACO:
Tocando el piano con los dientes... y luego, que allí... pues no paran de hacer ruido, ¿me entiendes? Ya sabes... los chutes y demás, los yonkys que no apagan el loro ni pa guindar... y los maderos, que a cada momento bajan a ver si pillan algo...

EMILIO:
Dios santo!... y tres noches así, con un brazo escayolado y sin tomar calmantes para el dolor. Debes estar hecho un trapo.

PACO:
Psé...


EMILIO:
¿Estás seguro de que la pastilla que has tomado es lo que necesitas en realidad? Me parece raro; tarda demasiado en hacerte efecto y, además, tienes mala cara. Podemos preguntar su opinión a un amigo mío, que es médico. Lo voy a llamar...

Paco se sobresalta e interrumpe a Emilio.

PACO:
De aquí a ná estaré de puta madre. Es lo que me recetó el médico. Saca un papel que hay en ese bolsillo (señala la cazadora que Emilio acaba de quitarle). ¿Ves? Ahí dice que tengo que tomar Nolotil cada cuatro horas.

EMILIO (mira el papel sin leerlo):
¿Y no habías tomado ninguna hasta ahora? ¿Ninguna en cuatro días?

PACO:
¡Qué va! No tengo mona, y todavía menos llevando cuatro días así, en un jamacuco que es pa cagarse, y fuera de la circulación. ¿De dónde voy a sacar la guita? Y pa más joda, ningún colega ha querido echarme un cable, ni los que tienen curro...

EMILIO:
¿No te dijeron en el hospital si tenías que volver para una revisión?

PACO:
Dentro de dos meses.

EMILIO:
¿Dos meses, estás seguro? Me parece demasiado tiempo.

PACO:
Lee el papel. Yo no entiendo muy bien la letra, pero me parece que dice eso.

EMILIO (Leyendo):
...Una píldora cada cuatro horas. Pasar revisión a los sesenta días. Y esto... ¡Qué es eso! ¿Cómo averiguaron esto en el hospital?

Paco se encoge de hombros y agacha la cabeza.

EMILIO (Leyendo):
"De niño, asistió unos años a un centro de deficientes mentales. Sabe leer y escribir. Ahora no presenta alteraciones psíquicas. Está tranquilo, en estado normal de ánimo y no presenta trastornos del juicio".
(Mirando fijamente a Paco):
¿Estuviste en una escuela para subnormales, ¿por qué?

PACO (muy alterado):
Yo... mi hermana y yo éramos muy chicos cuando mi padre se las piró... Mi madre... se juntó con un cabrón que estaba más pallá que pacá y... nos pegaba mucho... Yo siempre tenía ganas de pincharlo...

EMILIO:
¡Qué dices!, ¡pincharle!... ¿Quieres decir darle una puñalada?
(Paco asiente). ¿Cuántos años tenías?

PACO:
Yo... no sé... Seis o siete años. No controlo.

EMILIO:
¡No puede ser, un niño de siete años no piensa esas cosas!

PACO:
¡Y tú qué sabes!
(Gritando): Sí, tenía ganas de matarlo, que se muriera, hacerlo papilla, machacarlo... que no sonara más aquel maldito somier por las noches... que mi madre no suspirara a su lado como si estuviera palmándola...
(Con los ojos y los puños cerrados, golpea el reposabrazos del sofá). ¡Ojalá hubiera podido atravesar a aquel guarro de mierda!

EMILIO (poniéndole las manos sobre los hombros).
¡Cálmate, Paco! Yo... en realidad no lo entiendo...

PACO:
Tú no puedes entenderlo. Tú vives de buten. Los pijos no entendéis esas cosas.

EMILIO:
¿A quién llamas pijo, a mí? No tienes ni idea de lo que dices...

PACO:
Tú vives en la gloria (excitado, casi gritando) y yo no he visto en mi puta vida más que mugre. Tú eres rico.

EMILIO (Ríe):
¡Rico!. Ja, ja. Por eso trabajo doce o catorce horas diarias. No tienes ni idea...

PACO:
(Se queda un momento en suspenso, cambia súbitamente de expresión, tranquilo).
Perdona si te he molestado. ¡Se me sube la sangre en el coco!... Llevo tres días sin jamar... y con un cuelgue que no digo más que mierda…

EMILIO:
No te preocupes. Me hago cargo.

Emilio ha terminado de desvestirlo. Al quitarle los calzoncillos, Paco se alza y se exhibe frontalmente ante Emilio, con descaro exhibicionista.

PACO:
¿Qué te parece?

EMILIO:
¿El qué?

PACO:
¿Has visto a muchos como yo?

EMILIO:
¿En qué sentido?

PACO:
Todas las pibas se vuelven locas por mí. Dicen que soy un superdotado.

EMILIO (sonriendo):
¡Ah!, ¿te refieres a eso? Pues, en realidad, no tengo muchos elementos de comparación.

PACO:
¿Seguro?

EMILIO:
¿En qué estás pensando?

Paco, desconcertado, cambia bruscamente de actitud. Parecía estar afianzándose, y de repente vuelve a titubear.

PACO:
Bueno..., tú me entiendes... la mili y eso... ¿Me dices cómo funciona la ducha?

Emilio le acompaña al baño. Se oye el agua correr y Paco queda oculto al público, mientras que Emilio se apoya en el dintel, de cara a la sala. Enciende un cigarrillo, que apaga en seguida. Aparenta turbación o duda. Coge el lío de ropa de Paco y lo lleva a la cocina. Se oye la puesta en marcha de la lavadora.

PACO (desde dentro):
Oye, tío, ¿cómo te llamas?

EMILIO:
Ya te lo dije antes; Emilio.

PACO:
Emilio, ¿te importaría enjabonarme la espalda?

Emilio entra en el baño. Se oye el chorro de agua durante unos minutos, en tanto que ambos hablan ocultos al público.

EMILIO:
Ten cuidado, no vaya a mojarse la escayola.

PACO:
Así no puedo.

EMILIO:
Deja, lo haré yo. A ver, levanta el brazo.

PACO:
Como no me he quitado las zapatillas en cuatro días, tengo un tigre en los pies...

EMILIO:
A ver, levanta una pierna. Cuidado. Eso... así...

PACO:
No te cortes. Los dos somos hombres, ¿no?

EMILIO:
No, si no me corto. Venga, levanta la otra pierna.

PACO:
¡Huy! Me voy a excitar...

EMILIO:
Déjate de bromas.

PACO:
¡Que más da! Si me excito, mejor. ¡Huy! Me haces cosquillas...

EMILIO:
Pareces un niño pequeño...

PACO:
Pero esto no es de niño pequeño, ¿verdad?

EMILIO:
¡Paco, no hagas eso!

PACO:
A mí me parece que tú fueras mi padre.

EMILIO (carcajada):
Ja. ja.

PACO: Sería mazo cojonudo...

EMILIO:
¿Que yo fuera tu padre? Hay un pequeño impedimento; no soy lo bastante mayor.

Cesa el ruido del agua y salen los dos, mientras Emilio seca a Paco con una toalla grande de baño, en la que el joven queda envuelto.

EMILIO:
¿Llegaste a pinchar a tu padrastro?

PACO:
¡No era mi padrastro! Era un hijo de puta que se tiraba a mi madre. Claro que lo pinché, y ojalá hubiera sido más fuerte, pa cargármelo...

EMILIO:
No debes pensar así, hombre. Si llegas a matarlo, todo habría sido mucho peor para ti.

PACO:
¿Peor que pasar cinco años en aquel agujero? Tú no sabes lo que es malo.

EMILIO:
Y tu padre verdadero, ¿no podías ir con él?

PACO:
¿Mi padre verdadero? Ese es otro mariconazo. Hace de camello y está podrido de pasta, pero no le da una libra ni a su santa. Fui a pedirle un cable y... ¿sabes lo que me escupió?... que me metiera a chulo... que si tenía la mitad del tamaño de la suya, podía vivir de mi polla. Eso fue lo que me dijo mi viejo verdadero. ¿Qué sabrás tú de lo que es malo ni de lo que es peor?..

EMILIO;
¿Estuviste cinco años en aquella... escuela?

PACO:
Sí... cinco años... cinco años de alucine.
¡Joder!. Como allí el que más y el que menos era hijo de... bueno... tú ya me entiendes, pues nos trataban peor que a los perros. Me encerraban como si yo fuera un bicho. ¡No hacían más que pegarme!... Por cualquier cosa me daban una soba... por jugar con los otros niños... por hablar en clase, por no querer bañarme con agua fría en invierno... ¡Por todo! ¡Hasta por respirar! Y luego... el baboso aquél, que me metía mano cuando yo todavía no tenía ni idea de lo que era el sexo... No recuerdo ni un solo día de cuando era niño que no sintiera odio. Odio al puerco que se follaba a mi madre, odio a mi madre por acostarse con él... odio a mi padre, que se había ido al carajo sin decir ni mú. Acabé odiando hasta a mi hermana, porque se pasaba el día y la noche llorando... ¡Tú no sabes lo que es peor! ¡No sabes lo perro que se puede vivir!

EMILIO:
Naturalmente que sé lo que es pasarlo mal.

PACO:
¿Tú? ¿Con esta cueva? ¿Con esa piltra? ¡Con el coche que llevas!

EMILIO:
No te fíes de las apariencias...
Y, además, no siempre fue igual.

PACO (va exaltándose de nuevo):
Tú no tienes ni puta idea de lo que es pasarlo perra. No sabes lo que es ser demasiado pobre para usar suelas de cuero...
(adopta aire soñador, tras una pausa)
Nunca en mi vida he tenido unos zapatos con suela de cuero... De niño... pues miraba a otros niños por la calle... los niños pijos... y soñaba que alguna vez los tendría... que alguna vez tendría la pasta suficiente para comprarme zapatos con suela de cuero... Fue una idea que me molaba, se me metió aquí... en el coco.. pun, pun.. ¡Qué majaretá, no, tío?

EMILIO (conmovido):
¿Qué número usas?

PACO:
¿De zapatos? El cuarenta y... (Lo que aconsejen las tallas aparentes de los dos)

EMILIO:
¡Bingo!, gastamos el mismo número.
(Abre un armario repleto de ropa y saca un par de lustrosos y caros zapatos)
Ten, pruébatelos.

PACO:
¿Yo? ¡No te jodes! Sería un corte. Ni siquiera sabría andar con ellos. Además, están nuevos. Los necesitarás...

EMILIO:
Tengo muchos... (contenida expresión de dolor)
...no creo que los pueda usar mucho tiempo.

Pausa, durante la que Paco mira a Emilio con suspicacia.

PACO:
¿Tienes algún problema gordo?

EMILIO:
Yo... (sonrisa forzada). Todo está okey.

PACO:
A mí no me la das. A ti te pasa algo...

EMILIO:
No.

PACO:
No me comas el coco. Tú tienes alguna enfermedad.

EMILIO (surge de la tristeza a una sonrisa):
¿Qué te gustaría comer?

PACO:
No tendrás una enfermedad de ésas...

EMILIO:
¿De cuáles?

PACO:
Tú ya me entiendes. De ésas...

EMILIO:
¿Quieres decir venéreas o sida? No, estoy sano como una manzana. ¿Qué quieres comer?

PACO (se encoge de hombros):
Me da igual. Oye, tío, no me engañes...

EMILIO:
No te engaño. No tengo ninguna enfermedad infecciosa, ni sida, ni nada parecido y, en cualquier caso, no es algo que a ti tenga que preocuparte... (pausa). Tengo un poco de pollo frío, ¿te gusta? Haré un par de sandwiches...

Emilio desaparece por la que simula ser la puerta de la cocina. Paco coge el par de zapatos y los contempla largamente

EMILIO (desde dentro):
Paco, vas a coger frío. En el armario hay pijamas: puedes ponerte uno.

En vez de obedecerle, Paco se despoja de la toalla que le envuelve.

PACO: ¡Qué va! No jodas, tío, no hace ni un gramo de frío. Me da mucho morbo estar desnudo... y... además, nunca me he puesto un pijama.

EMILIO:
¿Ni siquiera cuando estabas en... ese sitio?

PACO:
No controlo. Eso fue hace mazo de tiempo.

EMILIO:
De cualquier modo, es una tontería que andes desnudo, pudiendo estar en pijama. En seguida te ayudo a ponerte uno.

Paco coge de nuevo los zapatos y los contempla absorto.

PACO:
No, tío, de verdad. Me mola más estar en pelotas. Oye, ¿de verdad que no tienes ninguna enfermedad?

EMILIO:
¡Qué insistencia! De verdad que no.

PACO:
Bueno... me fío de ti.

Emilio sale de la cocina con una bandeja, con los sandwiches y un vaso de leche.

EMILIO:
¿Te has probado los zapatos?

PACO:
No.

EMILIO:
Mira a ver cómo te quedan. Si te sirven, son tuyos.

PACO:
¡Qué va! ¡A dónde voy yo con unos zapatos así, de pijo! Los colegas serían capaces de cortarme las gambas pa pillármelos.

EMILIO:
¡Qué barbaridad!
(Entrega un sandwich Paco, que lo come con avidez).
Creo que sería mejor que te pusieras un pijama.

PACO:
¿Para qué?
(Mira fijamente a Emilio).
Tú también deberías desnudarte... ¿A qué esperas?

EMILIO (Algo desconcertado):
Me gusta andar desnudo por la casa en verano. Ahora no me apetece.

PACO:
¿En verano?

EMILIO:
Sí, en verano no soporto la ropa. Este clima de Madrid es... ¿cómo te lo explico? Tiene todos los extremos. En invierno, te congelas y en verano te achicharras. Ya lo dijo Machado; Madrid tiene nueve meses de invierno y tres de infierno.

PACO (Señalando la bandeja):
¿Puedo?
(Emilio asiente y Paco coge el segundo sandwinch).
No hace nada de nada de frío. Deberías desnudarte. En las casas de los ricos funciona bien la calefacción.

EMILIO:
De cualquier modo, pronto vamos a dormir. Las pastillas estarán haciéndote efecto. Esas píldoras dan sueño, según creo.

PACO (se encoge de hombros).
Sí, creo que sí. ¿Tú no comes?

EMILIO:
Ceno muy raramente. Sólo cuando tengo algún compromiso y salimos de restaurantes. En realidad... de noche sólo acostumbro a comer alguna fruta y para de contar. Viví tantos años en América, que no puedo evitar mantener algunas costumbres de allí. Desayuno mucho: ya sabes, huevos con beicon y esas cosas...

PACO:
¿Puedes darme otro vaso de leche?

Emilio recoge los restos en la bandeja y va a la cocina. Vuelve con un vaso de leche y sorprende a Paco sobándose los órganos sexuales. Éste detiene bruscamente la acción cuando nota que ha sido sorprendido.

PACO (aturullado):
¿Viviste muchos años en América?

EMILIO:
Casi ocho.

PACO:
¿Y?

EMILIO:
¿Y qué?

PACO:
Aquello será de puta madre, ¿no?

EMILIO:
Según se mire. Son fantásticos los paisajes. En cambio, los países no son tan fantásticos.

PACO:
Yo... no te entiendo.

EMILIO:
Quiero decir que el continente, en general, es maravilloso. Pero, también en general, los países son todavía algo inmaduros.

PACO:
Pero... allí no hay tiraos...

EMILIO:
¡Qué tontería! Claro que hay pobres, ¿no ves los inmigrantes que vienen? Tendrías que ver las favelas de Río de Janeiro o los ranchitos de Caracas. O los homeless de Nueva York. Claro que hay pobres en toda América... yo mismo, pasé a veces malas rachas.

PACO:
A mí me han dicho que en América se folla mucho más que aquí…

EMILIO (echándose a reír):
Te sorprendería lo puritano que puede llegar a ser un americano.

PACO:
Puri... ¿qué?.

EMILIO:
Puritano, carca, retrógrado. En algunos sentidos, los americanos, todos los americanos, hasta los de Estados Unidos, son mucho más anticuados que nosotros. Anda, vamos a dormir.

Emilio abre el armario y saca sábanas y una manta. Se dispone a preparar una cama improvisada en el sofá.

PACO:
¿No vamos a guindar juntos?

EMILIO:
¡Qué dices! ¡Juntos! ¿Con esa escayola? En el sofá estarás mucho más cómodo que en la cama, porque podrás tener el brazo inmóvil, sujeto por el respaldo.


PACO:
Yo creía...

EMILIO (detiene la acción para mirar fijamente a Paco):
¿Qué es lo que creías?

PACO (vuelve a titubear):
Pensaba... que tú... Yo.... pues no te entiendo muy bien... yo... nunca...

EMILIO:
Nunca, ¿qué?

PACO:
No he conocido a otros como tú...

EMILIO:
Otros, ¿qué?

PACO (Pausa, mira incómodo hacia todas las direcciones):
Sería una pasada guindar contigo, hablar... que me contaras más cosas. Me mola tela escucharte.

EMILIO:
Estás cansado. Entre lo del brazo y andar por ahí, durmiendo en cualquier rincón, tienes que estar hecho polvo. Lo que tú necesitas es un buen descanso, no escuchar las batallitas que yo pueda contarte.

Emilio se acerca al armario, coge un pijama y se encierra en el cuarto de baño para cambiarse. Mientras permanece la puerta cerrada, Paco inspecciona detenidamente la habitación. Emilio sale del baño con el pijama puesto.

PACO:
¿Te da vergüenza que te vean desnudo?

EMILIO (Pausa, ignora la pregunta):
Anda, acuéstate. Supongo que tendré que ayudarte.

PACO:
Sólo para taparme. Dime la verdad, conmigo puedes tener confianza... ¿Te da vergüenza que te vean en pelotas?

EMILIO: ¡Qué tontería! Si he entrado en el baño para cambiarme, es porque siempre lo hago. No entiendo por qué te preocupa eso...

PACO:
Creo que es mejor que guindemos juntos.

EMILIO:
¡Qué va! Ninguno de los dos pegaría un ojo con esa escayola en medio.

Emilio se acerca al sofá y cubre a Paco. Luego, apaga la luz general, va a la cama y apaga la lámpara de noche.
Debe quedar una luz difusa, tenue pero suficiente para ver con claridad cuanto ocurrirá a continuación.

Paco aparta la sábana y la manta y encoge las piernas, despatarrándose.

PACO:
Emilio... Es un coñazo estar con el brazo así, en esta postura...

EMILIO (Se incorpora y enciende la luz de noche):
Sí, me doy cuenta.
(Se levanta y va al armario, de donde saca un almohadón)
Con esto sujetándote el brazo, estarás más cómodo...
(Tras cerrar el armario, al girar, se detiene y vacila, porque ve que Paco se soba de nuevo la entrepierna)
Recuerdo lo fastidioso que es dormir con un brazo escayolado...
(Se acerca a Paco con recelo, dubitativo, y le coloca el almohadón entre el brazo y el pecho)
Espero que así puedas dormirte de una vez.

Le cubre de nuevo. Emilio vuelve a acostarse y apaga la luz de noche. Paco se revuelve en el sofá.

PACO:
Emilio...

EMILIO:
¿Qué?

PACO:
Eres tela de legal.

EMILIO:
Gracias.


PACO:
Si un día te llevas un palo con un mangui, yo... pues te ayudaré.

Emilio da una vuelta en la cama y se encoge como disponiéndose a dormir.
Paco sigue revolviéndose.

EMILIO:
Buenas noches.

PACO:
Emilio...

EMILIO:
¿Todavía no tienes sueño?

PACO:
Un poco...

EMILIO:
Entonces, duérmete de una vez.

PACO:
Es que...

EMILIO:
¿Sí?

PACO:
Yo... tú... ¡Eres tela de diferente!

EMILIO:
¿Diferente? ¿Diferente de qué?

PACO:
No sé... Yo... cuando era un pibe... de niño... cuando me tenían pillao en el agujero aquél... a veces... pues...
imaginaba cosas...

EMILIO:
¿Qué cosas?

PACO:
Yo... Allí estábamos tan jodidos... nos hacían tantas cabronadas...
A veces, no lo podía evitar... soñaba... Imaginaba que tenía un hermano... un hermano macho que me protegiera de aquella mierda... no la llorona de mi hermana. Un hermano que fuera mi compinche... que fuera mi coleguita para ayudarme a salir de los malos rollos... Ahora, yo no tengo ni puta idea de cómo me lo imaginaba... pero creo que me hubiera molado tela que ese hermano fuera como tú.

EMILIO (Medio incórporándose en la cama):
Es muy hermoso eso que dices. Te lo agradezco y me emociona, de veras. Esas palabras demuestran que tienes sensibilidad...
Ahora, por favor, Paco, duérmete. Hay que dormir mucho cuando uno tiene un hueso roto.

Emilio vuelve a arrebujarse. Pausa. Paco sigue revolviéndose y alza muchas veces la cabeza en dirección a Emilio.

PACO:
Emilio...

EMILIO (Con voz adormilada):
¿Sí?..

PACO:
¿No te gustaría?

EMILIO:
¿El qué?

PACO:
Que fuéramos hermanos.

EMILIO (alzando la cabeza):
Hablas de sueños, Paco. La realidad es menos romántica. Tengo cuatro hermanos y, créeme, son más los problemas que uno tiene con los hermanos que las satisfacciones. Si tú y yo fuésemos hermanos, quién sabe si nos llevaríamos bien... Tal vez, nos odiaríamos.

PACO:
Si tú fueras mi hermano, yo... pues sería de otra manera.

EMILIO:
¿Tú crees? ¿De qué manera supones que serías?

PACO:
Pues... no sería un tirao. También sería legal... como tú.

Emilio no responde, aunque se nota que aún no duerme. Otra pausa y Paco continúa alzando la cabeza una y otra vez en dirección a Emilio.

PACO:
¿Emilio?

EMILIO (Adormilado):
Dime.

PACO:
¿Piensas que soy legal?

EMILIO:
Supongo que sí.

PACO:
Y... ¿si no lo fuera?

EMILIO:
Allá tú. Cada cual tiene que cargar con las consecuencias de sus actos. Anda, duérmete.

Paco alza la cabeza para observar a Emilio constantemente
Debe notarse su inquietud; no parará de revolverse hasta el final del acto.

Paco:
Emilio...

Emilio no responde.

PACO (Con voz monocorde, como recitando una letanía):
Tener zapatos con suela de cuero... Una familia. Tener un rincón donde acurrucarme... Yo soy una puñetera mierda, pues... cuando no estoy en el talego, es que ando dando gusto a cuatro babosos de mierda. Tener un hermano... Un hermano que me comprenda... que sea mi coleguita... que me ayude... que me saque del pozo... Una familia... como la gente legal. Y zapatos que suenen al andar...

EMILIO (Entre sueños):
¿Qué... dices?

PACO:
No, nada.

Se oye la respiración profunda y acompasada de Emilio, que duerme ya.

PACO:
¿Emilio?
(Éste no responde y Paco alza la cabeza en su dirección por enésima vez).
Tú eres buena gente... Y tienes de todo... Eres legal, pero mañana me mandarás a la mierda, como todos... Cuando sea de día verás que soy una mierda pinchá en un palo... y pensarás, pues... que eres un colgao por haberme traído a tu casa. Esas son las cosas que hacen los pijos como tú... ¿Me oyes, Emilio?

EMILIO:
Hummmmm.

PACO:
¿Sabes, tío? Me hubiera gustado tela hacérmelo contigo, las cosas como son...

Pausa. Paco se incorpora a medias y extiende el brazo derecho hacia Emilio.

PACO:
¿Por qué coño me has traído a tu cueva, si ni siquiera has tratao de hacerme una mamada?

Paco se incorpora del todo y queda sentado en el sofá.

PACO:
¿Emilio?

No hay respuesta.

PACO:
Sí, creo que me hubiera gustado follar contigo, porque no eres un baboso... porque no me das asco como esos babosos que andan por ahí..., porque tienes morbo.

Se levanta y se acerca a la cama, quedando ésta entre él y el proscenio. De pie, observa a Emilio de cara al público.

PACO:
Seguramente pensarás que eres Dios.
(Se restriega el pene con fuerza).
Estás guindando como el que no tiene problemas con nadie... ni con nada. Aunque tengas a un chorbo en tu cueva que no has visto en tu puta vida... Te da lo mismo. ¿Te sientes muy seguro, verdad, tío? Para ti, la vida no es una carretera llena de baches..., pues claro que no. Has vivido en América... ¿Cuándo hubiera podido yo ir a América? Yo soy lo que soy... y... tú... eres lo que eres. Yo seré siempre lo mismo... una plasta de mierda de la que se apartan hasta los perros... Solamente soy lo que me han dejado ser... Pero me gustaría ser como tú, carajo, cómo me gustaría ser como tú...
(Pausa; cierra los ojos, se encoge de hombros, gira insistentemente la cabeza, como en una muda negación).
Aunque me exigieras que follara contigo todos los días, a todas horas... pues me gustaría estar contigo. Y no es que me gusten los tíos, ¿sabes? Yo soy muy macho... que quede claro... las pibas se vuelven locas por mí. Aunque uno tenga que buscarse la vida como pueda... Ya ves... Tú no lo sabes bien... Buscándose la vida, uno tiene que coger lo que le echen, como el viejo aquél... que olía a muertos.

Se distancia un poco de la cama, con pasos sigilosos.

PACO:
¿Emilio?

Éste no responde, duerme profundamente. Paco se aleja un poco más y se apoya, casi se sienta, en una cómoda, con la mirada fija en el durmiente.

PACO:
Para decirte la verdad legal, ahora que no me escuchas, me hubiera gustado follarte
(Vuelve a sobarse los órganos).
Pero tú no has querido... ¿Qué es lo que no te mola de mí?
¿Te da canguelo el tamaño de mi polla?

Se acerca otra vez a la cama.

PACO (en susurros):
¿Emilio?

Tras no obtener respuesta, da un par de vueltas por la habitación, con pasos leves. Cuando llega junto al sofá, vuelve a mirar a Emilio.

PACO:
¿Emilio?

Paco vuelve a acercarse a la cama y baja la cabeza a comprobar que Emilio duerme. Éste se encuentra inmóvil, completamente dormido. Paco se retira hacia el sofá y se sienta en el suelo, encogido contra el reposabrazos, oculto a una posible mirada de Emilio.

PACO (Con tono monocorde):
Mañana me darás veinte euros, la caja de Nolotil y un café con leche... Después sonreirás con tu cara de hombre de mundo... y me dirás que me vaya al carajo. No, no me lo dirás así... Me lo dirás con mucha educación, muy pijo. Sonreirás... Sí, sonreirás porque, en el fondo, pues te estarás cachondeando de mí. Me dirás que me vaya a la mierda... ¡Y no te volveré a ver el pelo! Nunca más me alucinarás con tu pico... con tus historias... No te volveré a ver... A lo mejor, hasta me das tu número de teléfono y me dirás que te llame un día de éstos... Y luego, pues resultará que nunca estás o que siempre estás tan ocupado... que no puedes ir a buscarme. Harás como hacen todos, darme de lado, avergonzarte de haberme traído a tu casa.

Alza la cabeza para mirar hacia Emilio por encima del reposabrazos.

PACO:
¿Emilio?

De nuevo, silencio.

PACO:
Tú estás al otro lado de la mierda ésta. Llevas zapatos con suela de cuero y yo no he tenido zapatos con suela de cuero en mi vida. Yo estoy al otro lado, donde están los que se mueren de asco. Sería... capaz pues de vivir contigo, ¿sabes, tío? Y no me importaría que todos dijeran que soy tu chulo... pero tú... mañana… me mandarás a la mierda. Te dará vergüenza si alguien me ve salir de aquí... Renegarás de mí. Yo no... no quiero hacerte daño... ¿Sabes tío? Has sido tela de legal... pero... la vida es así. Tú estás en el piso más alto y yo, en el sótano...

Paco vuelve a encogerse. Oculto de una previsible mirada de Emilio, comienza a desatarse la venda que cubre la escayola. Despaciosamente, y de modo que se puedan percibir todos sus movimientos, va despojándose del vendaje que, en realidad, cubre una escayola prefabricada que no rodea el brazo más que por el lado exterior. Cuando termina de desliar el vendaje, aparece sujeto al lado interior del brazo un cuchillo de monte muy grande, fijado con esparadrapo. Quita parsimoniosamente todos los trozos de esparadrapo y limpia con cuidado el cuchillo, que brilla mucho. Se enrolla la venda en la mano izquierda, como si fuera una cuerda. Con el cuchillo en la derecha, repta por el suelo en dirección a la cama. Cuando está a punto de alcanzarla, tropieza con un velador, que pierde el equilibrio y cae. Emilio da un respingo en la cama y queda medio sentado.

EMILIO:
¿Paco?

Éste se queda inmóvil en el suelo, en un lugar donde Emilio no le puede ver.

EMILIO:
Paco, ¿dónde estás? ¿Estás en el baño?

Al no obtener respuesta, enciende la lámpara de noche. En ese instante, Paco da un salto felino encima de la cama, sujeta a Emilio por detrás y le pone la punta del cuchillo en el cuello.

EMILIO:
¿Qué haces, Paco? ¡Estás loco!

PACO:
Quédate quieto y no digas ni mú, ¿me oyes?
¡Ni una palabra, si no quieres que te deje tieso!


FIN DEL PRIMER ACTO.









DEMASIADOPOBREPARAUSARSUELASDECUERO
Luis Melero


II ACTO

La misma decoración del primer acto. Al subir el telón, la escena se encuentra completamente iluminada. Emilio está en la cama, sus brazos atados a la espalda con las vendas, así como los pies. Paco, en calzoncillos, está probándose ropa que va sacando del armario, la cual vuelve a colgar cuidadosamente según descarta. Durante el tiempo que transcurre hasta disponerse a salir del apartamento, en ningún momento desordena los armarios y cajones que va a registrar.

EMILIO:
Paco, por favor...

PACO:
Cierra el pico, mamón.

EMILIO:
Tengo la boca seca, necesito agua; me ahogo.

PACO:
¡Me cago en la leche!

EMILIO:
Te lo juro, no puedo respirar. Tengo la garganta como el corcho.
Necesito beber agua.

PACO:
Ya va.

Paco entra en la cocina. Emilio hace esfuerzos por desatar las ligaduras, sin conseguirlo. Paco asoma la cabeza y observa la acción con expresión dura.

PACO:
Te estoy mirando.

EMILIO:
Es... la postura. No puedo aguantarla.

Paco se acerca a la cama con el vaso de agua.

EMILIO:
Estás cometiendo un error de cálculo. No eres capaz de ver más que lo que se pone delante de los ojos, sólo alcanzas a ver el valor de lo inmediato. Créeme, podrías ganar mucho más...

PACO:
¡Me cago en la leche! Voy a perder los papeles... (amenazador)... y cuando me pongo nervioso, pues yo no sé lo que me hago...

EMILIO:
Lo que te digo es la pura verdad (gesticula, molesto, y se revuelve). No puedo soportar esta postura. Me siento muy mal y me muero de sed.

PACO:
Oye, tío, te voy a dar agua, pero no me vaciles...: como te muevas o hagas algo raro...

Emilio gira la cabeza hacia Paco, en espera del agua.

PACO:
¡No me mires! ¡Mira pal otro lao!

Arrodillado en la cama a espaldas de Emilio, Paco le sujeta para darle de beber. No lo hace con delicadeza, pero tampoco con brusquedad. Emilio bebe ávidamente.

EMILIO (chasquea la lengua al terminar de beber):
Ah... (suspiro). ¿Ves qué fácil es ser razonable? (Pausa).
¡Qué bien te lo has montado, eh!

PACO:
Sí.

EMILIO:
Y, probablemente, no soy el primero.

PACO:
Eso, a ti no te importa.

EMILIO:
No, claro que no seré el primero. Lo tenías todo demasiado bien ensayado... La expresión de angustia, el abatimiento... incluso la palidez. ¡Realmente asombroso! Todo el montaje, la interpretación, la utilería... Alguien tuvo que ayudarte con la escayola.

PACO:
¡¡¿Te quieres callar?!!

EMILIO:
La anotación médica sobre una supuesta escuela para subnormales... ¡Una especie de mensaje subliminar para acojonar a quien lo leyera...! Hasta la elección de la víctima demuestra astucia. No hay duda de que alguien te asesoró. La víctima no podía ser la clase habitual de gente que frecuenta ese bar... esa gente está muy avisada y no es fácil de engañar. Claro que no. Tenía que ser un despistado, alguien a quien se le pudiera conmover con un drama de desamparo como el que has interpretado. Tu cómplice debe de ser una mujer...

PACO:
¡Como no te calles...!

EMILIO:
¡Un pobre inválido, qué imaginación! En realidad, una persona desvalida, impedida, tenía que conseguir conmover a un incauto como yo... Fantástico montaje... Extraordinaria representación... Ni José Sacristán lo hubiera hecho mejor. Si no me tuvieras inmovilizado, ahora mismo llamaba a un amigo que es director de teatro; le diría que he descubierto al mejor actor de España.

Paco no deja de probarse ropa.

PACO:
Cállate mamón, si no quieres que te raje la boca.

EMILIO (tras una pausa):
Desátame, Paco, por favor. Hagamos como que no ha ocurrido esto y volvamos al principio.

PACO (sarcástico):
¡Já!.

EMILIO:
¡Desátame! Te aseguro que yo haré borrón y cuenta nueva, no tendré en cuenta lo que me has hecho y te ayudaré todo lo que pueda. Tengo la certeza de que no eres malo.

PACO:
¡No te quedes conmigo, tío! Cállate y pasa de mí.


EMILIO:
¡Quedarme contigo! Es natural: dadas las circunstancias, crees que te engaño, que intento cualquier argucia que supere la tuya.
¡Quedarme contigo!... A lo mejor me hubiera quedado contigo, pero no en el sentido que tú lo dices... ¡Desátame, Paco, y volvamos al comienzo! Lo más que puedes sacar de aquí es ropa y cuatro duros... Todavía puedes rectificar... Descubrirías que yo soy especial, que soy capaz de disculpar lo que has hecho y, a pesar de los pesares, ayudarte a salir del foso donde te encuentras.

PACO:
¡Me estás tocando las pelotas! Deja de mirarme y cállate, que se me está calentando la sangre.

EMILIO:
Ya lo veo. Tratar amablemente a gente de tu calaña es contraproducente, no sirve de nada.

PACO (soltando la prenda que en ese momento tenga en la mano, iracundo):
¡¡Cállate!!

Emilio cierra los ojos. Paco sigue probándose ropa; se mira reiteradamente en el espejo y se cambia una y otra vez mientras sigue el diálogo.

PACO:
¡Te he dicho que no me mires! Te voy a poner los ojos como alcachofas. Vuelve el coco para el otro lado que, si no...

Coge el cuchillo de la cómoda y lo blande.
Emilio entorna los ojos un momento. Con la cabeza vuelta hacia el público, abre los ojos y mira hacia varias direcciones sin mover el cuello, con expresión cavilosa.

EMILIO:
¡Quién sabe si hubiera podido ser ese hermano que tanto deseas!
Sí, probablemente lo hubiera sido con gusto. En realidad... hay algo conmovedor en ti que no puedes haber fingido: por mucho que hayas ensayado tu actuación, puedo ver tus sentimientos más íntimos...
(Paco se vuelve de cara a Emilio, vacila, a veces se queda inmóvil con una prenda de ropa en la mano).
Tienes una necesidad clamorosa de ser querido, de ser acariciado... Sea o no verdad lo que me has contado de tu padre y de tu padrastro, lo innegable es que estás pidiendo a gritos que se te reconozca, que se te proteja; estás pidiendo auxilio con toda tu alma. Puedo identificar ese clamor porque eres transparente como el agua... Tu engaño, la estafa de la que me has hecho víctima, es otra cuestión. Pero tus sentimientos y tus necesidades están ahí, en tu pecho, expuestos como si fueras un escaparate. Ahí no existe engaño. No hay engaño posible que oculte lo que te sale por los ojos como un torrente.
(Pausa, Paco continúa inmóvil, con ademán dubitativo)
Sí. Seguramente, de haberte tratado el tiempo necesario, me habría sentido inclinado a realizar ese papel de sustitución. En vista de tus necesidades, hubiera aceptado ser ese hermano... No deja de resultar interesante la idea de coger a alguien como tú y hacer de Pigmalión. Mejorar tu porvenir. Moldearte.

PACO:
¡Manipularme!

EMILIO:
No es lo mismo. Educar y formar no es manipular, son necesidades que tienen todos los seres humanos. Un derecho natural a disponer de las armas que son indispensables para enfrentarse con el mundo. Aunque me resistía, no podía dejar de pensar en ello cuando hace un rato me contabas tu vida. Sentía que tenía la obligación de ocuparme de ti, compensarte por todo lo que no has tenido... Ahora no sé cuáles cosas de las que me has contado son ciertas, pero da igual. No sé en realidad quién eres, si serás realmente ese desheredado que la vida ha maltratado... O...
(pausa). Por bien que te hayas aprendido tu papel, creo que no eres el delincuente astuto y maquiavélico que pareces a primera vista. En cualquier caso, y muy a tu pesar, tienes madera. Te vendo la idea: róbame todo lo que puedas, todas las cosas que te parezcan que tienen valor, y luego intenta redimirte. Matricúlate en una escuela y sal de ese pozo. No sigas por este camino. Sabes de sobra a dónde conduce (pausa). Yo hubiera podido darte todo eso… quizá mucho más.

Emilio se abate, compone un gesto de dolor.

PACO:
Yo... si tú... (permanece inmóvil, revelando en la medida de lo posible las contradicciones que le agitan).

EMILIO:
Hubiera podido ser ese hermano...

PACO:
¡Bolas, na más que bolas!.

EMILIO:
¡Qué incomodidad insoportable! No sé si me duelen más los brazos por esta postura tan forzada, o la humillación. ¡Quién me lo iba a decir a mí! Después de haber vivido durante años en algunas de las ciudades más peligrosas del planeta, me tiene que ocurrir esto en mi propio país... ¡Dios santo! Y todo, por meterme a ayudar a un lunático...

Paco da un respingo; parece despertar de un sueño

PACO:
¡Cállate!

Evidentemente furioso, Paco se acerca al sofá con pasos bruscos y se apoya en el respaldo.

PACO (habla entrecortadamente y con gritos progresivos):
¡Ser mi hermano! Embustero. ¡Bolas! No haces más que tratar de
colarme bolas. Tú eres como todos los demás, lo mismo de egoísta y baboso; lo único diferente es que eres un poco más tunante... con esa suavidad. ¡Si es que pareces una piba! Haciéndole creer a la gente que eres un santo... ¡Santo! Un baboso maricón es lo que tú eres, ¡como todos! ¡Ayudarme. ¡Lo que tú querías era que te pusiera bien...!, pues, si no, ¿a qué fuiste a esa bar donde van todos los juláis? ¡Ayudarme! Me hubieras manipulado. Me hubieras manoseado como un trapo, y luego... pues me mandarías a la mierda. ¡Si lo sabré yo! Promesas, promesas, promesas. ¡Eso es todo lo que sabéis hacer! ¡Todos igual! Prometer, prometer, prometer y prometer... y luego, si te he visto, no me acuerdo. Pero nosotros, los que estamos en la calle buscándonos la vida, somos más tunantes que vosotros, ¿sabes? Os vemos venir con el rollo y hacemos como que no nos damos cuenta, hacemos como si nos creyéramos el vacile. Pero no. Todos los chaperos saben del pie que cojean los juláis que se trajinan. Todos son iguales. ¡¡Todos sois iguales!! Tú eres como todos, como todos, igual de hipócrita que todos, a mí no me metes bolas. Tú, con esa elegancia, con esa tranquilidad, con esos aires de macho falsificao... pues no me engañaste en ningún momento. (Pausa, duda). ¡¡Tú eres un maricón asqueroso que lo único que busca es una buena polla!!

EMILIO (Sonríe con amargura):
No tienes ni idea.

PACO:
¡Cállate, maricón! ¡Maricón, maricón, maricón!...

EMILIO (sonrisa irónica, inspira profundamente):
Sí, ya veo. Me hago cargo. Rompo todos tus esquemas y eso te desconcierta, te pone nervioso.

PACO:
¡cállate, maricón!

EMILIO:
¿Me vas a matar por no haberte metido mano?

PACO (con los ojos desorbitados):
¡¡Cállate!!

EMILIO:
La verdad escuece, ¿no es cierto?

Paco da una zancada para coger de nuevo el cuchillo, que alza amenazadoramente, pero sin acercarse a la cama.

PACO:
Cállate! Te voy a rajar la boca como no te calles, mamón.

Pausa. Paco, visiblemente perturbado, vuelve a probarse ropa.
Emilio inspira reiteradamente, muy hondo.

EMILIO:
Paco...

Paco se detiene un instante, de espaldas, y continúa lo que hace, en silencio.

EMILIO:
Paco... desátame. Vamos a negociar. De cualquier modo, mientras tengas el cuchillo, serás dueño de la situación. No tendrás nada que temer. En realidad, no tendrías nada que temer aunque no tuveras ese cuchillo. Desátame y hablemos...

PACO (aún de espaldas, con aspavientos de los hombros):
¡Que te calles!

EMILIO:
Es que... la garganta, la tengo seca de nuevo. No lo puedo soportar. Esta postura...


PACO:
¡Jódete! Rajas más de la cuenta.

EMILIO:
Necesito otro sorbo de agua... (se pasa la lengua por los labios). No lo sabes todo de mí. Esto me puede poner en peligro...

PACO:
¡Que te jodas! ¡He dicho que te aguantes! ¡Que me dejes tranquilo! ¡Que pases de mí! ¡Que me dejes terminar y yo pueda darme el piro de una puñetera vez! ¿Te enteras? ¡Que me dejes tranquilo de una jodida vez!

Paco se encierra en el baño con varias prendas echadas sobre el brazo. Su nerviosismo es evidente. Da un portazo. Emilio gira la cabeza hacia la puerta, hace un esfuerzo y medio se incorpora en la cama. Inspira reiteradamente. Cierra los ojos y se concentra como para hacer un esfuerzo supremo, y forcejea con sus ligaduras. Se entreabre la puerta del baño y paco asoma la cabeza.

PACO:
Te estoy mirando.

EMILIO (echándose de nuevo):
Dame un vaso de agua, por favor.

Paco da otro portazo.

EMILIO (con los ojos cerrados):
Me siento realmente mal. No quiero que vuelva a ocurrir aquéllo. No ahora... no quiero derrumbarme delante de ti. Tengo que superar esto... (canturrea): Strangers in the nigth...

Paco se asoma otra vez, con expresión de asombro.

EMILIO (que nota que está mirándole):
Paco... ¿Te llamas Paco de verdad?
(Saca la lengua, mueve varias veces las mandíbulas, mira hacia el techo, infla el pecho con muestras de angustia).
Paco, me estoy ahogando. Te aseguro que no puedo resistir más.

PACO:
Si te quedaras quieto y calladito, podría darme el piro en seguida.


EMILIO:
¡Qué ahogo! Tengo los brazos entumecidos.

Paco sale del baño. Está en calzoncillos. Cuelga toda la ropa que se llevó antes y vuelve a revisar las perchas en busca de algo de su agrado.

EMILIO:
En estas circunstancias, no tienes razones para ser cruel. Yo sé que no eres cruel. Y, además, eres el amo de la situación. Tú dominas. Desatarme no te va a causar ningún problema. Me dan calambres en los brazos... Y la sequedad de la garganta...

PACO:
¡No te quejes como si fueras un maricón!.

EMILIO:
¡Como si fuera un maricón! O sea, que en realidad no me catalogas así... Ya veo. En el fondo, te gustaría que lograra desatarme y que luchásemos. Vencerme. Querrías ganarme, porque estás desconcertado y tienes dudas...

PACO:
Cállate.

EMILIO:
Estás lleno de dudas. En el fondo, querrías desatarme, borrar lo que ha ocurrido. Querrías darte a ti mismo otra oportunidad. Pero tienes miedo... Miedo y dudas. Por un lado, te sientes inclinado a creerme, intuyes que puedes confiar en mí, pero tus vivencias te dicen otra cosa... Tus experiencias están librando una dura batalla contra lo que la intuición te dice. Sigue mi consejo, Paco. Deja libre tu intuición, porque es correcta. Un gesto humanitario puede borrar todo lo que has hecho, todo lo que has hecho esta noche y toda tu vida. Un sólo gesto puede borrarlo todo. Paco…

Paco evidencia desconcierto y amaga dos o tres movimientos hacia Emilio.

PACO (con voz ronca):
¿Borrar mi vida? Ni que tú fueras Dios... Nadie puede coger un burro y convertirlo en un caballo. Te las das de listo, pero no sabes nada, nada, nada. Nada, no sabes nada de nada. Yo... pues no tengo compostura. Fui una mierda al nacer y me iré al hoyo como la puta mierda que soy...

EMILIO:
No, Paco, estás en un error. ¡Dios mío, cómo te equivocas! Nadie es una mierda en esencia. Ni al nacer ni nunca. En realidad, todos podemos ser aquéllo que nos propongamos. Tú, por mucho que lo pretendas, no eres como esos maleantes callejeros que tú llamas colegas... No hay que ser un lince para ver que no eres tonto, no tienes una pizca de tonto. Hasta intuyo que eres más inteligente de lo común; presiento que posees un caudal de facultades esperando ser desarrolladas. Las pequeñas raterías que te ha enseñado la vida no bastan, Paco. Lo importante es creer que se puede ser más, cada día más, cada año más... porque así, tarde o temprano, se consigue llegar adonde uno quiera. No puedes dilapidar todo tu futuro, cegado por la inmediatez de unos pequeños triunfos, los resultados de unas raterías que apenas te sirven para una noche de discoteca...

PACO:
Cállate (muestra inseguridad).

EMILIO:
Dame un sorbo de agua.

Paco endurece su expresión. Duda. Mira a Emilio y sacude una mano, como quien espanta un fantasma. Inicia el camino hacia la cocina, pero retrocede bruscamente. Expresión irresoluta.

EMILIO:
Sólo tienes que coger de nuevo el vaso, llenarlo y acercarlo a mis labios. Ya lo hiciste antes, y puedes volver a hacerlo.

PACO:
¡No me sale de las pelotas!

EMILIO:
Estoy seguro de que te preocupa mi ahogo. No eres insensible, Paco. Tienes sentimientos. Anda, ve por ese vaso de agua...

PACO (estallando):
¡No quiero! ¡No me da la gana! ¡No me sale de las pelotas! ¡Me las piro! ¡No me sale de las pelotas dar de beber a un maricón baboso como tú! ¡No me da la gana!

EMILIO:
Lo necesito, Paco. ¿No ves que no me queda voz? Estoy a punto de ahogarme.


PACO (con ojos y puños cerrados, muy enrabietado):
¡Jódete, jódete, jódete! ¡No me sale de las pelotas! Pues... no me da la gana de darte agua!

EMILIO:
Por favor, Paco. Sé que quieres hacerlo. Sabes que debes hacerlo, porque yo he sido amable contigo y me ves muy angustiado.

PACO (estallando):¡Jódete! ¿Me pillas? ¡Jódete! ¡Pégate un chute! ¡Déjame tranquilo de una jodida vez! Déjame terminar. ¡Me la quiero pirar! No quiero empaparme más. ¡Déjame tranquilo!

EMILIO:
¿Que te deje tranquilo? Sólo estoy hablando... Una persona atada de pies y manos no puede causar ninguna intranquilidad a un valiente de tu fuste...

PACO:
¡Cállate!

EMILIO:
Sí, Paco, me callo. Te autorizo para que arrases el apartamento. Llévate todo lo que pilles y vete...

PACO:
¡Eso mismo!.

EMILIO:
Vete a las cavernas inmundas donde te sientes seguro...

PACO:
¡Cállate!

EMILIO:
Sí, me callo. Anda, termina de una vez, corre a revolcarte en el fango donde te he encontrado.

PACO:
Calla, mamón, que te voy a saltar los piños.

EMILIO:
Sí, corre a disfrazarte de nuevo y empezar otra función.

PACO:
¡Cállate, cállate, te voy a amarrar la boca, cállate!

EMILIO:
Ve a buscar otra víctima. Anda, corre a recuperar fuerzas. Ponte de nuevo el disfraz y corre a engañarte a ti mismo, diciéndote que te vas con homosexuales por dinero, para no reconocer lo mucho que gozas...

PACO (coge el cuchillo y se lanza hacia la cama):
¡Te voy a rajar el gaznate!

Emilio gira sobre sí mismo en la cama y cae al suelo. Paco, jadeante, da varias cuchilladas al colchón. Alza el puñal, lo mira aterrorizado y lo tira hacia atrás. Pausa. Emilio, desde el suelo, mira a Paco de reojo y sonríe enigmática y levemente. Paco se cubre la cara con ambas manos. Pausa. Paco extiende la mano y agarra a Emilio por el pelo.

PACO:
Oye, gilipollas de mierda, déjame tranquilo, olvídate de que estoy aquí. Déjame terminar. Si te callas, pues en cinco minutos me habré dado el piro y no tendrás nada que temer. Si no...

EMILIO:
Si no, me matarás. Ya lo sé. Reconozco que eres muy valiente.

PACO:
¡Eso!

EMILIO:
Me he golpeado el hombro al caer. Me duele...

Paco, recostado como está en la cama, extiende los brazos y toma a Emilio por las axilas, arrastrándole encima del colchón. Se sitúa a horcajadas sobre él.

PACO:
¿Te duele el hombro? ¡Más te dolerá si te pincho!
(Extiende el índice hasta casi rozarle la nariz)
Quédate quieto y mudo, como si estuvieras muerto... ¿Me pillas?

Paco va al armario, con nerviosismo, coge un pantalón cualquiera y se lo pone. Saca dos o tres chaquetas y elige una cazadora de cuero, de diseño muy moderno, que se enfunda. Recoge el cuchillo del suelo y lo vuelve a poner en la cómoda.

EMILIO:
Paco...

PACO:
¡Déjame!

EMILIO:
Tengo muy seca la garganta. Hazme este último favor, hombre; dame un poco de agua...

Paco le ignora. Comienza a abrir cajones, que va registrando aunque sin desparramar su contenido.

EMILIO:
Yo sé muy bien que no te da igual que me ahogue. En el fondo, te preocupa muchísimo lo mal que me siento. Hazme este favor... no te resistas a tu propio impulso: tráeme un vaso de agua...

PACO:
¡No me sale de los huevos!

EMILIO:
De los cinco minutos que quieres tardar en marcharte, darme un vaso de agua sólo va a tomarte treinta segundos.

Paco calla. Se detiene y hace un aspaviento con los hombros. Mira a Emilio de reojo, dudoso. Continúa el registro, sin que, al parecer, encuentre nada de interés. Coge el llavero de Emilio, prueba las diferentes llaves hasta encontrar la que corresponde. Manipula el llavero para extraer la llave.

EMILIO:
¿Para qué quieres la llave?

PACO:
A ti no te importa.

Paco coge la cartera de Emilio, que registra con minuciosidad. Mira las tarjetas de crédito, meditabundo. Las coloca de nuevo en sus compartimentos.

EMILIO:
Por favor, Paco. Dame ese vaso de agua. Una vez que te marches, me llevará mucho tiempo deshacer estas ligaduras... y tengo ahogos. La garganta me sabe a lija...

PACO: Desamarrar esos nudos es cosa de un minuto. ¡No me toques más las pelotas!

Paco saca los billetes que contiene la cartera y se los mete en el bolsillo. Vuelve a revisar: obviamente, ha quedado vacía de dinero. Saca del bolsillo un billete de diez euros, que coloca de nuevo en el espacio correspondiente.

EMILIO (Con voz entrecortada y carrasposa):
Hazme ese último favor, hombre (Paco duda).
Anda, Paco, dame un vaso de agua.

PACO:
Tú lo que quieres es ganar tiempo, para desamarrarte y pillarme. Te crees que me he caído de una mata. Pero a mí no me la pegas.

EMILIO:
Te juro que no lo voy a intentar. Me duele mucho el hombro, estoy lastimado a causa de esta postura. Tengo calambres... Tanto los brazos como las piernas los tengo entumecidos... Sé que me va a costar mucho trabajo desatarme: me va a costar mucho más tiempo del que tú supones. Y esta sequedad de garganta... me ahoga... Temo...

PACO:
Vale. Te voy a dar un vaso de agua como despedida. Pero no vayas a creer que no te estoy mirando, ¿eh? Voy a estar pendiente de los movimientos que hagas, y como lo intentes... yo... pues soy capaz... ¡Tendrás que joderte!

Va a la cocina. Extiende el brazo hacia dentro y queda con la cabeza fuera, acechante. Se oye el agua correr.
En ese momento, suenan timbrazos en la puerta.
Sonarán acompasados, vivos, con soniquete, revelando que es alguien de confianza que llega en plan festivo.
De un salto, Paco se planta en medio de la habitación.

PACO:
¡Como digas una palabra, te rajo!

El timbre vuelve a sonar en seguida de igual modo.
Paco corta el agua que había dejado corriendo. Coge el cuchillo y se acerca a la cama, blandiéndolo amenazante ante Emilio.

PACO:
¿Lo sabías, verdad? Sabías que alguien iba a venir, por eso me estabas liando; me has estado entreteniendo. Y yo que... pensaba… (se da un golpe en la mejilla, autopunitivo) ¡Eres como todos! ¡Un hijo de puta asqueroso, un maricón baboso! ¡Venga meter bolas, y yo, como un cabrito, pues empezaba a creerte! ¡Venga darme harilla para tener cuartelillo! !Cabrón! ¡Hijo de puta! ¡Como digas una palabra o hagas el menor ruido, aquí va a correr sangre!

EMILIO:
No sabía que iban a venir, Paco, pero tengo que responder. Son los amigos que me esperaban para ir a una cena. Con toda seguridad, será ese Miguel con el que hablé antes por teléfono... ¿No lo recuerdas? Me dijo que quería venir y le respondí que no... tú lo escuchaste. Pero, por esa misma razón, Miguel sabe que estoy aquí; no hará más de dos horas que hablamos por teléfono. Si no respondo, llamará al portero y le obligará a abrir la puerta.

PACO:
¡Bolero!. ¡Embustero de mierda! Lo dices para que me asuste...
Pero no vas a conseguirlo... Tu, pues a callar.

MIGUEL (desde fuera):
¡¡Emilio!!! (Más timbrazos) Despierta de una vez, cojones que la noche no dura toda la vida.

Más timbrazos, muy insistentes.
Paco exhibe expresión de fiera acosada.

EMILIO:
Va a ser peor para ti si tardamos en abrir. Te lo aseguro. Confía en mí. Yo... hace unos meses, tuve un amago de infarto... Eso preocupó muchísimo a mis amigos y compañeros de trabajo. Este Miguel no se para ante nada. Además de llamar al portero para que abra, es capaz de avisar a una ambulancia o, incluso, a la policía. O a los bomberos. ¡Va a organizar un follón!

Paco se muestra muy inquieto.
Inicia el recorrido hacia la puerta dos o tres veces
y vuelve junto a la cama.

MIGUEL:
¡Emilio! ¡Emilio! (Nuevos timbrazos).
¡Emilio!, ¿te sientes mal?

Violentos golpes en la puerta.

EMILIO:
Escúchame con atención, Paco. Quédate tranquilo, serénate. Vamos a llegar a un compromiso. Me desatas, abrimos la puerta tranquilamente, te presento como si fueras un amigo... y te despides y te vas. Te prometo que no voy a retenerte ni a delatarte. No tengo la menor intención de causarte problemas...

PACO:
¡Me estás vacilando! ¡Tú te has creído que soy gilipollas!.


EMILIO: ¿Tienes una solución mejor?. ¿Qué alternativa se te ocurre, saltar desde la terraza? Recuerda que estamos en un piso catorce...
Lo siento, chico; cuanto más lo dudes, peor va a ser tu situación. Seguramente, mi amigo está en este momento haciendo montones de llamadas desde el móvil. Miguel va armar tal revuelto creyendo que me ha dado un infarto, que lo vas a tener muy crudo.

Timbrazos y golpes.

MIGUEL (Hablando a quien le acompaña):
A lo mejor es que ha tomado un somnífero...

MERCHE:
No lo creo. Emilio no suele tomar somníferos... Le espantan las drogas, lo sabes muy bien.

MIGUEL:
Me dijo por teléfono que tenía un problema y por eso no podía venir a la cena. A lo mejor... No sé. ¡¡¡Emilio!!! (más timbrazos).

MERCHE:
Llámalo por el móvil…

MIGUEL:
¿No sabes de sobra que siempre lo desconecta al acostarse? ¡Emilio, Emilio! Despierta de una vez, cojones, que me estás poniendo histérico. ¡Abre, viene conmigo Merche!

Más timbrazos. Paco, en medio de la escena, mira alternativamente a la puerta y a la cama. De un salto, se aproxima a Emilio. Blande el cuchillo cerca de su cara. Muy ostensiblemente, se lo guarda en el bolsillo interior de la cazadora.

PACO:
Óyeme con las orejas. Te voy a desamarrar. Pero, escúchame bien. Tengo el cuchillo aquí (se palpa el pecho); como intentes algo o escupas una sola palabra, pues me llevo por delante al que tenga más cerca. Si tengo que ir al talego, será con sangre en las manos. Y como te pases...

MIGUEL:
¡Emilio!. ¡Emilio!.

MERCHE:
¡¡Emilio!!. Abre, traemos champán...

Suenan risas. Más timbrazos.

EMILIO:
Date prisa.

Paco termina de desatar a Emilio y recula, sin dejar de mirarle y palpándose de manera ostensible el pecho, donde guarda el cuchillo.

PACO:
Acuérdate. Me llevo por delante a cualquiera.

EMILIO:
Sí, está bien, de acuerdo, no diré una palabra.
Pero abre de una vez, no pierdas más tiempo.

Emilio recoge las vendas que han quedado esparcidas en la cama. Hace un lío con ellas y las guarda en el cajón de la mesilla. Paco se detiene al ver la acción.

EMILIO:
Venga ya, abre.

Timbrazos.

Paco:
¡¡Ya va!!

Abre la puerta e irrumpe Miguel. Es un hombre de edad semejante a Emilio, vestido muy a la moda. Mira a Paco de arriba abajo, después a Emilio, que está en la cama, y de nuevo a Paco, con expresión muy suspicaz.

MIGUEL:
¡Cojones!. ¿Me quieres decir qué coño pasaba aquí?


EMILIO:
Estaba en el primer sueño. Dormía como un tronco y, por lo visto, Paco estaba en el baño. ¡Qué impaciente eres!

MIGUEL:
¡Como un tronco…!

Entra la pareja. La mujer va vestida de modo extravagante, muy moderna y discotequera de lujo. Lleva una botella de champán en la mano. Cierra la puerta empujándola con el tacón y mira a Paco insolentemente.

MERCHE:
¿Y éste, quién es??

EMILIO:
Se llama Paco...

MIGUEL:
Otro como el humorista ése que has hecho famoso, ¡como si lo viera!. ¡Naturalmente! Acabarán nombrándote benefactor público número uno de la farándula española. ¡Espera!... A ver. Si hasta le has regalado la última cazadora que compraste...!

Va a tocar a Paco, que recula bruscamente. Todos los personajes deben estar situados de modo que resulte difícil que Paco vaya hacia la puerta sin obstáculos.

MIGUEL:
¿Qué le pasa a éste?

EMILIO:
Es un poco tímido.

MERCHE:
Por lo menos, es guapísimo, y no como el humorista. Reconocerás, Emilio, que ese Juanín, además de medio enano, es un callo.

Paco exterioriza la tensión que siente. Su expresión es sombría y mira reiteradamente hacia la puerta de salida.

MERCHE:
Juanín es un verdadero adefesio. Como si lo hubieran hecho cosiendo pedazos de Carod Rovira y Rubalcaba…
Si es que hace gracia solamente por lo feo que es...

EMILIO:
¡No seas injusta, Merche! Juanín es realmente muy bueno. Tiene ingenio y una extraordinaria agilidad mental. Llegará lejos. Y ahora, está a punto de dar la campanada. Ayer supe que con toda probabilidad lo van a sacar en el programa____ (uno muy famoso)

MERCHE:
¿A Juanín?. Como no sea en un especial dedicado al cine de terror. Y aún así, caería la audiencia a bajo mínimos...

MIGUEL:
Vamos, Merche, no digas tonterías. Aunque feo, Juanín es un gran humorista; tiene talento, es original. Emilio sabe muy bien lo que se hace en ese terreno. Lástima que no se pueda decir lo mismo respecto de otras cuestiones.... Y tú (a Paco), ¿cuál es tu especialidad?

PACO:
Yo... (mira hacia la puerta con ojos desorbitados. Merche está apoyada contra una consola, junto a la salida).

EMILIO:
¿A qué habéis venido?.

MIGUEL:
Parece mentira que lo preguntes.

MERCHE:
Estábamos preocupadísimos.

MIGUEL:
No eres de los que fallan cuando se comprometen. Nos preocupó mucho que no quisieras venir a la cena. Pensé que te sentirías mal..., como me pediste el número del médico... No te has perdido gran cosa, la cena ha sido un desastre.

MERCHE:
Una calamidad. Yo no he probado bocado. Ese Íñigo tiene unas cosas... Con sólo recordar la conversación, me dan ganas de vomitar.

MIGUEL:
La cosa se puso escatológica y hubo una desbandada casi general. En vista del panorama, le dije a Merche que nos fuésemos a la discoteca. Es un poco temprano (mira el reloj), las doce y diez; todavía no habrá casi nadie. Por eso hemos venido a verte (Habla de nuevo a Paco). ¿A qué te dedicas?

Muy tenso, Paco mira a Emilio.

MERCHE:
¿Donde tienes copas de champán? Tenemos que brindar antes de que se caliente.

EMILIO:
Ahí, en el office (Señala la cocina. Merche se dirige allí).

MIGUEL (A Paco):
¿Cantas?

PACO:
¿Yo? No...

EMILIO:
Tiene una biografía fascinante.

MIGUEL:
¡Desde luego!. Como todas tus adquisiciones...

EMILIO:
No creas. La historia de Paco supera todo lo imaginable.

MIGUEL:
¡Me lo imagino!

EMILIO:
No seas sarcástico.

MIGUEL:
¡Qué calor hace! ¿Por qué tienes la calefacción tan alta?

EMILIO (Mira a Paco y sonríe):
En las casas de los ricos funciona bien la calefacción.

MERCHE (desde la cocina):
¿Qué te pasa, Emilio, te has pasado a la filosofía okupa?.

MIGUEL :
¿Qué has pensado para este chico?. ¿Tienes intención de recomendárselo a alguien?. ¿Tiene vena artística?. Porque no irás a decirme que es un licenciado en Filosofía y Letras al que has pedido asesoramiento semántico.

EMILIO:
Miguel, por favor...

Paco se palpa la cazadora, donde guarda el cuchillo.

MIGUEL:
No, es obvio que no. Aunque la mona... (tose).
¿Os conocéis hace mucho?

EMILIO:
Solamente...

MERCHE (sale de la cocina con las copas):
Miguel, abre el champán.

Merche deja las copas en un velador y entrega la botella a Miguel, que comienza a abrirla.

MERCHE (a Paco):
¿Cómo puedes aguantar el calor?. ¿Por qué no te quitas la cazadora.

PACO:
Yo... no...

MERCHE (halando de la cazadora):
Vamos, quítatela.

Paco recula y se suelta violentamente.

MERCHE:
¡Joder!. ¡Qué malas pulgas tienes! (se pone en jarras y hace un cómico meneo de caderas). Eje, toro...

EMILIO (muy alarmado):
Déjalo tranquilo, Merche. Paco tiene costumbres muy particulares.

MIGUEL:
¡Desde luego!. Debe de tener costumbres muy particulares para que a ti te haya resultado interesanate... Ea, ya está

(Ya abierta la botella, llena las copas).

MERCHE (mientras reparte las copas):
¿Por qué brindamos? (señala a Paco). ¿Por el erizo ése?


EMILIO:
Merche, ¿quieres hacerme el favor de comportarte?

MERCHE (con un mohín, agita los hombros hacia Paco):
¡Me enloquecen los hombres duros. Brindemos por el descubridor de talentos... ¡Por Emilio! (ofrece una copa a Paco).

PACO:
Yo... no puede beber.

MERCHE:
¡Huy!. Violento y abstemio. ¡Me enloquece! ¿Estás tomando antibióticos.

Disimuladamente, Emilio toma la caja de Nolotil, que había quedado sobre la mesilla, y la guarda.

EMILIO:
No beber es otra de sus peculiaridades.

MIGUEL:
Sí. Brindemos por el descubridor de talentos (alza la copa hacia Emilio)... y por la originalidad de sus descubrimientos.

MERCHE:
¡Como Juanín!. Feo y todo, Juanín es una gozada.

MIGUEL:
Su fealdad le ayuda.

MERCHE:
Emilio, ¿te ha contado Miguel que la otra noche estuvimos en la sala donde actúa? ¡Qué risa! La imitación de (Un famoso) era de antología.

MIGUEL:
Juanín es verdaderamente divertido. Es muy bueno. ¡Y pensar que hace seis meses no lo conocían ni en su pueblo.

MERCHE:
¿Dónde lo pescaste?

EMILIO:
Lo encontré haciendo auto-stop cuando volvía de un viaje a Andalucía.

MIGUEL:
O sea, que el fulano venía a Madrid bien equipado... ¡Haciendo auto-stop!. A conquistar el mundo que venía. Supongo que no saldría de su asombro cuando se topo contigo.

EMILIO:
Traía rotos los zapatos. Pero, ¿imaginas que venía deprimido? ¡Qué va! Nada más abrirle la puerta del coche, comenzó a hacer chistes... Antes de diez minutos, ya había decidido lo que iba a hacer con él...

Paco no está integrado en el corro que se ha ido formando. Inicia con disimulo un intento de acercarse a la puerta.

MERCHE:
Oye, guaperas. ¿Tienes miedo de nosotros?

Paco, desconcertado, mira a Emilio en busca de auxilio.

PACO:
Yo...

MERCHE:
¿Ponemos música?

EMILIO:
Es tarde.

MERCHE:
¡Qué tontería! Son las doce. Vamos a poner música.

EMILIO:
¿No ibais a la discoteca?

MIGUEL:
Hace tiempo que no te veo con Juanín.

EMILIO:
No hemos tenido razón para vernos, nuestros horarios no se combinan bien.

MIGUEL:
¿Habéis discutido?

EMILIO:
¿Qué dices? ¡En absoluto!

MIGUEL:
Siempre te pasa lo mismo. Coges a un cualquiera de la calle (mira a Paco, que ha reculado y se encuentra apoyado en la cómoda, como acosado), lo conviertes en una persona, te deslomas por ayudarle y, al final, si te he visto no me acuerdo. Seguro que Juanín es de los que rompen la escalera por la que han subido, cuando consigue un ascensor que le lleve más rápido...

EMILIO:
Te pasas de severo y estás levantando falso testimonio. (a Merche): ¿No querías música?.

Emilio se acerca al equipo de sonido, junto a donde se encuentra Paco. Este se hace a un lado con brusquedad, como eludiéndole.

MERCHE:
¿Tienes algo de Backstreet boys?

EMILIO:
No.

Pone a sonar un disco de música discotequera.

MIGUEL:
Así que Juanín llegó a Madrid con los zapatos rotos y hecho una calamidad.

EMILIO:
Sí (mira hacia Paco). Era demasiado pobre para usar suelas de cuero.

MIGUEL:
¡Desde luego!. Y lo más probable, es que tú, nada más llegar a Madrid, le compraras un guardarropa completo. ¡Como si lo viera!

MERCHE (a Paco):
Vamos a bailar.

PACO:
No.

MERCHE:
Vamos, chico, que no te voy a devorar. Si parece que estuvieras acojonado. (Toma a Paco del brazo para erguirlo, ya que se encuentra casi sentado en la cómoda). Mira, Paco; nosotros somos personas corrientes... no venimos de otro planeta. Vengas de donde vengas, con Emilio te acostumbrarás en seguida a lo bueno. Hala, muévete, que pareces un poste.

Con evidentes muestras de desorientación y timidez, Paco se mueve apenas frente a Merche.

MERCHE:
Bailando, tienes tanto swing como Fraga Iribarne.

MIGUEL (a Emilio, mientras los otros bailan):
Desde el infarto, te has convertido en una especie de hermanita de la Caridad...

EMILIO:
No fue un infarto, sino un amago...

MIGUEL:
Da lo mismo. Desde aquéllo, pareces otra persona. Eres lo más extravagante que conozco. Primero, la separación de tu mujer.

EMILIO:
En realidad, fue ella quien lo quiso.

MIGUEL:
¡Desde luego!. Yo, casi le daría la razón. De todas maneras, quién lo decidiera no importa. Lo que cuenta es el hecho; tu vida cambió desde el infarto. Ese interés repentino por la gente rara...

EMILIO:
Sabes muy bien la razón de ese interés...

MERCHE (a Paco):
Estos se están poniendo trascendentes. Venga, Emilio, vístete y vámonos por ahí de juerga. El cuerpo me pide emociones fuertes. Tú, buen mozo (a Paco), ¿cómo es que te llamas?

PACO:
Yo... Paco.

MERCHE:
Tú también quieres venirte de juerga con nosotros, ¿verdad, Paco?
Claro que sí, lo estás deseando. Esta noche vamos a pervertirte. ¿A dónde te gustaría ir?.

PACO:
Yo... no sé. Quiero guindar. Me espera una chorba.

MERCHE:
¡Huuuy!, ¡Qué divertido! Emilio, has visto cómo habla tu amigo? ¡Es una gozada!. ¡quiere ir a guindar! (carcajada).
¿De dónde has sacado a éste, de la Real Academia?

Paco agacha la cabeza, se muestra abrumado.

EMILIO:
¿Quieres dejarlo tranquilo de una vez?.

MIGUEL (En tono confidencial):
Hagas lo que hagas por él, al final resultará como Juanín y los demás; una vez salido del pozo, te hará un corte de mangas y... si te he visto, no me acuerdo.

EMILIO:
Estás confundiéndote. Este es un caso un tanto peculiar.

En una evolución del baile, Merche descubre la escayola, que había quedado semioculta al lado del sofá.

MERCHE:
¿Qué es esto??

Paco se echa mano al bolsillo donde guarda el cuchillo. Emilio lo mira. Paco deja peregrinar su mirada entre todos los presentes, con los ojos desorbitados, e intenta aproximarse a la puerta. Miguel le observa fijamente.

MERCHE:
¿A dónde vas, bombón?. No pretenderás irte y dejarme aquí, sola y desamparada, con estos dos violadores, ¿verdad?

Merche empuja a Paco hacia atrás, mientras él se hurga el bolsillo de la cazadora.

PACO:
Yo…

EMILIO (muy alarmado):
¡Meche! ¡Deja a Paco tranquilo, por favor!.

MERCHE:
¡Joder! (Alza la escayola) ¿Quiere decirme alguien qué coño es esto?

EMILIO:
Es una especie de amuleto...


MERCHE:
Ahora va a resultar que, además de filántropo, eres fetichista.

MIGUEL:
¿Quién ha estado escayolado?. Tú, no (A emilio), desde luego que no. Estuvimos juntos ayer tarde.

Emilio calla y Miguel le mira inquisitorialmente; luego mira a Paco y se queda un momento en suspenso, reflexionando.

MERCHE:
¡Esto parece un funeral!. ¿Abrimos la otra botella de champán?.
(A Emilio). ¿Tienes algo para acompañar. Con las ocurrencias de Íñigo, apenas hemos comido nada en la cena.

EMILIO:
En la cocina hay algo de pollo frío. También hay fiambres y aceitunas.

MERCHE:
Voy a preparar unas tapas.

MIGUEL (a Paco):
Siéntate con nosotros, chico. Ven aquí.

Paco duda y se palpa la cazadora, mientras Miguel le observa escrutadoramente.

EMILIO:
Sí, Paco, ven a sentarte con nosotros.

Paco se aproxima lentamente, con recelo.

MIGUEL:
Siéntate.

Emilio asiente a Paco y éste acepta sentarse, pero lo hace de modo muy envarado y notablemente tenso.

MIGUEL:
¿Es tuya la escayola?

Paco, angustiado, mira a Emilio.

EMILIO:
¿De dónde has sacado esa idea? No se aprecia que Paco tenga ningún hueso roto. Encontré la escayola esta mañana en la escalera.

MIGUEL:
¿De veras? Y la cogiste para estar prevenido por si alguna vez te rompes un brazo, ¿verdad?

EMILIO:
No ironices. Pensé echarla a la basura, pero ya habían vaciado los contenedores de la puerta. Subí con ella con idea de tirarla al cubo de la basura...

MIGUEL:
Es la historia menos plausible que he escuchado en mi vida. No creo una palabra. Esta escayola me hace presentir cosas muy desagradables.

EMILIO:
¿Por qué habría de mentirte? En el último momento, pensé que su forma era curiosa y que, pintada, podría ser un elemento de decoración.

MIGUEL:
Sí, curiosa sí es, desde luego. Parece prefabricada. O sea, que no es una escayola que haya estado puesta en un brazo y que luego la hayan cortado.

EMILIO:
Original, ¿verdad?

MIGUEL (expresión sería, dura):
Emilio, te conozco hace más de tres años y no me la pegas. Presiento que aquí pasa algo raro y tú me lo estás ocultando.

Paco se envara más aún, sentado en el borde del sofá.

EMILIO:
La realidad es que todos ocultamos cosas, aún involuntariamente. ¿Recuerdas a Ortega?: "Vivimos un destierro perpetuo dentro de nuestra piel y nadie puede conocer de otro más que la epidermis". Nadie lo sabe todo de nadie. Yo tampoco lo sé todo de ti.


MIGUEL:
No me refiero a perfiles y características intrínsecas, lo sabes muy bien. Estás mareando la perdiz. Yo me refiero a lo que pasa aquí y en este momento.

EMILIO:
¿Qué quieres saber, Miguel? Te ha sorprendido la visita de Paco y su presencia aquí, a estas horas, y que no te abriéramos la puerta en seguida te huele mal, ¿verdad? ¿Qué has imaginado, que somos mariquitas y que él y yo mantenemos relaciones sentimentales? Pues has acertado.

MIGUEL (Carcajada):
Ja, ja, ja. Eso puedes contárselo a quien quieras, pero no a mí. Posiblemente sea ése el aspecto que tengo más claro de tu personalidad. ¡Mariquita...!.

MERCHE (Saliendo de la cocina con una bandeja):
¿Quién es mariquita?.

MIGUEL:
Emilio dice que lo es, y que Paco es su amante.

MERCHE:
¿Emilio, mariquita? Ja, ja. ¿Qué me vas a contar a mí? Ja, ja.

MIGUEL:
Lo mismo que a mí. Si éste es mariquita, yo soy Ginger Rogers. ¿Tú no notas nada raro en esta situación.

MERCHE (dejando la bandeja en la mesa y tras sentarse en el reposabrazos del sillón que ocupa Paco):
¿Lo dices por este chico?

EMILIO:
No estéis tan pendientes de él. Lo estás poniendo nervioso.

MERCHE (Entrega la botella a Miguel):
Toma, abridor de champán. (Cambiando el tono, a Emilio). ¿Cómo no estar pendiente de Paco?. ¡Es guapísimo! Está más bueno que Brad Pitt. Si es tu novio, quiero compartirlo.

Le echa el brazo por los hombros a Paco, para obligarle a abandonar su envarada postura, pero éste se aparta como movido por un resorte al suponer que va a notar el cuchillo bajo la cazadora.

MERCHE:
De todos modos, sí que hay una cosa rara. Es sábado, son casi la una de la madrugada y estamos aquí los cuatro, sentados como gilipollas, mientras Madrid se divierte a manta ahí fuera.

Paco alarga el brazo y coge tímidamente un canapé. Merche le observa con ironía.

MIGUEL:
Tienes razón. Lo mejor será que levantemos el campamento y nos vayamos de cachondeo. Vístete, Emilio.

EMILIO:
No me apetece salir, de veras.

MIGUEL:
No te preocupes, hombre. También puede venir con nosotros tu... amiguito. ¿Verdad, Merche?

MERCHE:
Por supuesto que sí y, además, será muy divertido. Lo vamos a pasar pipa. (A Paco): Queremos conocerte mejor, ¿sabes? Tienes que enseñarme a hablar como tú.

PACO:
Yo...

EMILIO:
Id vosotros tres. Yo no tengo ganas de vestirme.

PACO:
Si tú... no vas... yo... no...

Emilio le mira fijamente, mientras que Miguel examina a Emilio.

MIGUEL:
Hay un montón de razones por las que conviene que salgas esta noche. He venido con el propósito de que salgas, obligarte a salir. Tu jefe de producción va a estar en la discoteca, estamos citados allí, y dado lo que pasó anteayer, convendría que te hicieras el encontradizo, ¿no te parece? Conozco esta ciudad mejor que tú, se mucho más que tú del ambiente televisivo español, y temo que tus rarezas acaben perjudicándote aunque seas el mejor profesional de España. Estoy seguro de que es una excelente idea que te vistas y que... no te hagas de rogar... porque no nos iremos sin ti.

Paco coge otro canapé.

MERCHE:
Yo también estoy muerta de hambre.

Coge un par de canapés y come uno mientras sujeta otro en la mano.

MIGUEL:
Vístete, vamos...

Emilio abre el armario y elige ropa. Carga con ella y se encierra en el baño.

MERCHE (A Paco):
¿Tú también quieres trabajar en televisión?

Antes de responder, Paco les mira a los dos, estupefacto.

PACO:
¿Televisión?

Miguel le observa fijamente.

MERCHE:
¡Claro! Como todos los que se arriman a Emilio. Ahora todos quieren que Emilio les abra la puerta. Con el éxito fabuloso que está teniendo el programa que escribe...

PACO:
¿Emilio curra en televisión?

MIGUEL:
¿No lo sabías?.

PACO:
Yo... yo...

MIGUEL (a Merche):
¿Por qué no te vas un ratito a la cocina? Quiero hablar con Paco a solas.

MERCHE:
¿La noche va de misterios?

MIGUEL:
No seas pesada, Merche. Déjanos solos unos minutos.

Merche recoge vasos o algo de la mesa y se va a la cocina.

MIGUEL:
Ahora vas a decirme la verdad. ¿Desde cuándo conoces a Emilio?

PACO:
Yo...

MIGUEL:
¿Semanas, días, horas?

PACO:
Yo... no sé.... qué decir.

MIGUEL:
La verdad. Lo que quiero que me digas es la verdad. Tú no conoces a Emilio de nada, ¿cierto? A lo sumo, hará un par de horas que lo viste por primera vez…
Es sorprendente. Todo Madrid sabe quién es Emilio y tú ni siquiera sabías en qué trabaja. Lo has conocido hoy mismo, ¿verdad?

Paco asiente.

MIGUEL:
Le pediste ayuda y él te la proporcionó en seguida…

Paco mira a un lado y otro; luego se palpa el bolsillo de la cazadora.

MIGUEL:
¿Te duele algo?

PACO:
No… ¡Sí! Tengo algo en la tripa…

MIGUEL:
¿Dónde lo conociste?

PACO:
En un bar.

MIGUEL:
¿Cuál?
PACO:
No me acuerdo del nombre…

MIGUEL:
Sí, ya imagino qué bar es. Es allí donde él suele hacer sus descubrimientos lingüísticos…

PACO:
¿Descubrimientos lingüísticos? ¿Eso qué es?

MIGUEL:
No te ha hablado de ello?

Paco niega

MIGUEL:
¿Es tuya la escayola?

PACO:
No.

MIGUEL:
¿A qué te dedicas? ¿Cuál es tu profesión?

PACO:
Yo…

MIGUEL:
No tienes ninguna, ¿verdad? Te buscas la vida por ahí…

Paco, de nuevo muy rígido.

MIGUEL:
Coge más canapés. Me parece que estás muy hambriento

Como por reflejos condicionados, Paco come dos o tres canapés seguidos bajo la mirada fija e irónica de Miguel.

MIGUEL:
No eres de Madrid, ¿verdad? A ver si lo adivino… ¿Eres manchego?

PACO (muy asombrado):
Yo… sí.



MIGUEL:
Emilio ha tenido muchos problemas los últimos meses. Salvo en lo profesional, que todos son triunfos, está pasando una mala racha. Primero, el infarto; luego, el divorcio; después, el juez que va y decide que los hijos estarán mejor con su madre, que buena pájara es la señora…

PACO:
¿Emilio estaba casado?

MIGUEL:
Por lo que veo, apenas sabes algo más que su nombre…
Emilio es el ser humano más humano que conozco. Va por el mundo como si la vida no fuera un campo minado. Todo en él es generosidad y entrega. Precisamente por eso mete tantísimo la pata. Y la pájara aquélla, argentina que es la señora, va y lo destroza. Lo que en realidad le pasaba a la fulana es que se moría de nostalgia de su país, pero no es lo bastante inteligente para distinguir el tocino de la velocidad. Como todo la ponía nerviosa y no se sentía gusto con nada ni con nadie, lo pagó con Emilio…
(Miguel está rabioso con la persona que describe. Paco, muy atento al relato, exhibe su progresivo desconcierto)
Y para colmo, va y le quita a sus hijos… Y no podía quedarse aquí, en Madrid, donde Emilio pudiera verlos… ¡Qué va! Tuvo que irse a vivir en Marbella con los chicos. Desde luego… se fue a Marbella a ver si encuentra a un sultán que la haga su concubina…
Entre tanto, Emilio aquí solo, apartado de sus hijos, roto, sin más interés que su trabajo… En el que, por cierto, es un genio.
(Pausa. Miguel trata de sacudirse el enfado que le causa su propio relato. Mira a Paco, pendiente de sus gestos y actitudes)
Emilio es un bendito inconsciente. Se ha convertido en una agencia de colocaciones. Ese Juanín del que hablábamos… ya lo has oído. Un muerto de hambre en quien Emilio supo descubrir cierto talento. Y ahí lo tienes, ganando cientos de miles de euros. Pero no ha sido el único. Que yo recuerde, ha colocado ya a cinco o seis chicos y un par de chicas. A ver, sí. (Hace cuenta con los dedos) Son más de diez las personas que ha puesto en marcha… como si fuera un mecenas del Renacimiento.

PACO:
Yo…

MIGUEL:
¿Qué?


PACO:
¿Por qué… Emilio… hace esas cosas?

MIGUEL:
Vivió muchos años en América y tiene el complejo de que usa muchos americanismos al hablar. Lo cual, evidentemente, es falso. Haciendo esfuerzos por recuperar el modo de hablar español, desarrolló una afición tremenda por el estudio de las formas dialectales. Ahora lleva unos meses obsesionado con las germanías.

PACO:
¿Qué?

MIGUEL:
El cheli y esos modismos. Los lenguajes marginales, como el tuyo.

PACO (incómodo):
Yo… creía…

MIGUEL:
Larga lo que sea, chico. No te cortes.

PACO:
Creí que Emilio era de otra manera…

Pausa. Examinándolo con fijeza, Miguel asiente.

MIGUEL:
Ya veo. (Pausa)
Entre las cosas extrañas que ha hecho estos últimos meses, la ayuda a esos personajes raros es la más acojonante. Supongo que lo hace porque de alguna manera se siente culpable, por convertirlos en objeto de estudio como si fueran conejillos de indias. Tiene que ser eso; les ayuda para compensarles, desde luego. ¿Por qué crees que te trajo a su casa?

PACO:
Yo…

MIGUEL (Impaciente):
¿Qué?

PACO:
Estaba malo. Me sentía fatal…


MIGUEL:
¿Del estómago?

PACO:
No… ¡Sí! Eso. Me sentía mal porque tenía un hambre…

MIGUEL:
¡Desde luego! Cuando llegamos Merche y yo, él estaba en pijama en la cama, y tú, completamente vestido. ¿Por qué?

PACO:
Yo… no te creo. Emilio no me ha traído aquí para oírme largar.

MIGUEL:
¡Por supuesto que sí!

PACO (progresivamente exaltado de nuevo):
¡Eso no es verdad!

MIGUEL:
¿Qué no? Puedo que incluso haya estado grabando lo que hablabas. Vas a ver.

Emilio sale del baño, ya vestido, y ve que Miguel manipula el equipo sonido.

EMILIO:
¡Miguel, no lo hagas!

MIGUEL:
¿Por qué no?

EMILIO (algo alterado, casi gritando):
¡Te he dicho que dejes eso!

Sale Merche.

MERCHE:
¿Qué pasa?

MIGUEL: Con su infinita bondad de Teresa de Calcuta, Emilio no quiere que Paco descubra sus verdaderas intenciones. No quiere que se sienta humillado.

MERCHE:
¿De qué hablas?
MIGUEL:
Por lo que sospecho, ha grabado la voz de Paco para estudiar su modo de hablar…

MERCHE:
¡Huy, qué gozada! Vamos a oírlo.

EMILIO:
¡No!

MIGUEL (Interponiéndose entre Emilio y el equipo, para impedirle apagarlo:
Claro que sí.

Miguel pone en marcha la grabadora a todo volumen, protegiendo con su cuerpo el aparato para que Emilio no lo pare. Se oye la voz de Paco. Según avanza la grabación, Paco va descomponiéndose y no para de palparse la cazadora, donde el bulto del cuchillo debe resultar notable para el público.

“Tú estás al otro lado de mierda ésta. Llevas zapatos con suela de cuero y yo no he tenido zapatos con suela de cuero en mi vida. Yo estoy al otro lado, donde están los que se mueren de asco. Sería capaz… pues de vivir contigo, ¿sabes, tío? Y no me importaría que todos dijeran que soy tu chulo… Pero tú, mañana, me mandarás a la mierda. Te dará vergüenza si alguien me ve salir de aquí, Renegarás de mi… Yo no quiero hacerte ningún daño, ¿sabes, tío? Has sido tela de legal, pero la vida es así. Tú estas en el piso más alto y yo, en el sótano…”

Paco retrocede frente a la mirada de los tres. Actitudes muy tensas de los cuatro. Se oye en la grabadora la voz de Emilio:

“Paco, Paco, ¿dónde estás?... ¿Estás en el baño? … ¿Qué haces, Paco? ¡Estás loco!”

Evidentes muestras de enojo en Merche y Miguel. Emilio forcejea intentando apagar el aparato; Miguel lo impide. Paco, acosado por las miradas y la gestualidad de los otros, se agita. Suena la voz de Paco:

“¡Quédate quieto y no digas ni mú, ¿me oyes?”

Paco ha ido reculando hasta tropezar de espaldas contra la pared. Los otros tres se encuentran en el centro de la escena y Paco, al lado de la cama, está en el punto más alejado de la salida.

MIGUEL:
¡Qué coño significa esto!

PACO (sacando el cuchillo):
¡Quie… quietos! ¡Tós quietos! A quien se mueva, lo rajo.

Merche grita. Gran confusión. Emilio, inmóvil con expresión muy grave. Miguel intenta un movimiento hacia Paco.

EMILIO (Agarrando A Miguel por el brazo):
No lo hagas, Miguel.

MIGUEL:
Somos tres. ¿Vas a tener miedo de ese payaso? Podemos reducirlo, no te preocupes.

EMILIO:
No se trata de eso…

MIGUEL:
¡Estás loco de remate! ¿No se trata de reducirlo? Entonces… ¿de qué? ¿Vamos a permitir que un gilipollas, un niñato de mierda, nos acojone?

PACO:
Yo… me llevo por delante a uno… o a dos…

MERCHE:
¡Socorro!

EMILIO:
Merche, por favor, no seas melodramática.

MERCHE:
¿Qué tienes en las venas, hielo? (Grito muy alto y agudo y golpea en la pared) ¡Socorro, por Dios, llamen a la policía!

MIGUEL (coge una lámpara de pie y la blande hacia Paco):
Si tú (a Emilio) vas por allí, entre los dos podemos sujetar a ese gilipollas…

EMILIO:
Dejadme solo con él.
MIGUEL:
¿Qué coño estás diciendo?

MERCHE:
¡Está loco! ¡¡¡Socorro!!!

EMILIO (sacudiendo a Merche):
Déjate de histerismos. Y hazme el favor de tranquilizarte. Cállate.

MERCHE:
Si tú te acojonas, yo no. Dale, Miguel, pégale con la lámpara y yo le doy con este florero en la mano del cuchillo… Venga.

MIGUEL:
Ve por ese lado.

Acosado, con expresión de terror, Paco apunta con el cuchillo en círculo. Está temblando muy ostensiblemente.

EMILIO:
Dejaos de películas, joder. Paco no quiere hacerle daño a nadie, ¿no lo veis? Sólo quiere salir corriendo, alejarse de aquí y de nosotros lo más que pueda. Haced el favor de estaros quietos y olvidar la escena de capa y espada que queréis representar. Dejadme a solas con él…

MIGUEL:
¿Y que se vaya con todo lo que te ha robado? Porque te ha robado, evidentemente. Lo sabes y lo consientes. Juraría que esa cazadora la ha cogido a la fuerza y apostaría un millón a que en tu cartera no hay un euro, y todo está en el bolsillo de donde ese mandril ha sacado el cuchillo…

EMILIO:
Lo estás empujando a una situación de desesperación, que puede ser mucho más peligrosa que su miedo de este instante. Hazme caso, por favor; llévate a Merche abajo y esperadnos allí. Y no se te ocurra armar escándalo ni llamar a la policía.

PACO:
De aquí no sale nadie… Namás que yo…

EMILIO:
Sí, Paco. Se van a ir los dos. Tú y yo no hemos terminado la conversación.

Paco se revuelve. La situación es más de lo que puede soportar.
PACO:
¡Cállate!

EMILIO:
Todavía tenemos que hablar, lo sabes muy bien y, de hecho, lo deseas más que nada en el mundo.

PACO:
¡Te he dicho que… cierres el pico!

MIGUEL:
Ahí lo tienes. Es un subnormal.

MERCHE:
Y a mí que me parecía tan guapo…

EMILIO:
Salir de una vez, por favor… (habla mientras se acerca muy lentamente a Paco, mirándolo muy fijamente) Paco y yo hemos de solventar varios malentendidos. Salid, por favor.

MIGUEL:
Yo no puedo dejarte solo con él. No me perdonaría…

EMILIO:
Deja de preocuparte. Paco no va a herirme. Ni siquiera va a intentarlo.

PACO:
¡Cállate!

MERCHE:
Yo… me voy. Esto es alucinante.

MIGUEL:
No le hagas caso a Emilio.

EMILIO:
Sí, por favor, salid…

MIGUEL:
No sabes lo que te haces. No has mirado sus ojos. No has visto el odio asesino que hay en sus ojos…

EMILIO:
Te equivocas, Miguel. Es desesperación
Emilio sigue acercándose muy lentamente a Paco, que agita el cuchillo en su dirección.

MIGUEL (A Merche):
Llamemos a la policía.

MERCHE:
Eso, bajamos y llamamos a la policía.

EMILIO:
Como lo hagáis, olvidaos de mi amistad. No vais a llamar a la policía ni a nadie. Tomaréis el ascensor y como buenos amigos, vais a esperarnos diez minutos en el portal. Dentro de diez minutos, bajaremos Paco y yo…

MIGUEL:
Pero…

EMILIO:
Diez minutos. Ese es el plazo. Si dentro de diez minutos no hemos bajado, os autorizo para que llaméis a la policía o a quien os dé la gana. Pero si lo hacéis antes de diez minutos, olvidaos de que alguna vez fuimos amigos.

PACO (agita el cuchillo con muchos aspavientos):
No te acerques, tío…

EMILIO:
Dame el cuchillo, Paco.

MIGUEL:
Emilio…

EMILIO:
¡Salid de una puñetera vez! ¡Os he dicho que os vayáis! Marchaos a la mierda de una vez, cojones. (tronando) ¡¡¡Dejadnos solos!!!

Salen Merche y Miguel precipitadamente. Durante varios segundos, Paco y Emilio, frente a frente, se miran inmóviles.

PACO:
Me has vacilado. ¡Qué cuelgue, joder! He dejao que me manipules…

EMILIO:
Dame el cuchillo.

PACO:
¡Cierra el pico, tío, no me vaciles más! Ahora me toca largar a mí. Te estás cachondeando de mí… Y yo, como un colgao… un puto imbécil… ¡Claro!, a ti te da lo mismo si te quitan una cazadora y cien euros. ¿Qué mierda son cien euros para ti? Ya habías conseguido lo que buscabas de mí, la mierda que hablo, y yo… tan flipao… pues creía… ¡Hermano, hablabas de ser mi hermano! (la voz se le quiebra en un puchero) A un chorbo analfabeto como yo… pues se puede abusar de mí y tirarme como papel para limpiarse el culo…

EMILIO:
Sí, Paco, has sacado las conclusiones lógicas, pero no sabes todavía toda la verdad.

PACO (con voz quebrada):
¡Cierra el pico!

EMILIO:
No voy a callarme hasta que los sepas todo.

PACO (avanzando un poco hacia Emilio, amenazador):
Sí, te vas a callar; ahora mando yo.

EMILIO:
Has mandado todo el tiempo.

PACO:
¡Mentira, es una puerca mentira! Yo tengo un cuchillo, pero tú tienes una ametralladora en el pico. Me has vacilado ya dos veces esta noche, y no voy a dejar que me vaciles otra vez. ¡Que mando yo! ¡Mentira! ¡Me has pillao en una gorda! Tú y nadie más que tú has estado mandando toda la noche, hasta cuando estabas ahí (señala la cama) amarrado, mandabas en mí…

EMILIO:
Pero yo en ningún momento he querido hacerte daño ni perjudicarte.

PACO:
¿Que no? Te pusiste la careta de santo pa que yo picara, ¿verdad? ¡Cómo mola este tío! ¡Tela! ¡Qué tío tan legal! Y, pa molar más todavía, no es ningún baboso. Y… pues que se porta tela… y yo, como un colgao, me lo creí todo… ¡Todo!

EMILIO:
Recuerda que tú me engañaste también. ¿O es que no traías ya el anzuelo preparado? ¿Acaso te pusiste la escayola por nada? Lo tuyo sí fue un engaño deliberado y yo piqué. Creí de verdad que estabas lesionado. Eso fue el origen de todo. Tu mentira… Si yo te he engañado de una manera inocente y sin propósito de hacer daño… de las dos mentiras, la tuya y la mía, ¿cuál es la más grande?

PACO (agachando la cabeza):
Yo… no…

EMILIO:
Lo sé, Paco. Tienes que vivir. Tienes que defenderte del único modo que sabes de una sociedad que no solamente no te da nada, sino que te aparta a un lado. Ya sé que no ibas a hacerme daño. Sé de sobra que preferirías ganarte la vida decentemente. Pero no te dejan. No te lo permiten, ya estás marcado hasta la muerte. Por eso me da igual que te disfrazaras de inválido. Tienes que vivir, maldita sea, y nadie te ofrece una salida.

PACO:
Me has pillao. Vaya vacile de mierda de engaño…

EMILIO:
No, Paco. No te he engañado. Si tú me hubieras preguntado la razón de traerte a casa…

PACO:
Te lo pregunté. Me dijiste que si me ayudabas, era porque yo tenía problemas…

EMILIO:
Y era la verdad. Comprenderás que mi interés por tu modo de hablar no justificaría, por sí solo, más molestias que conversar un rato contigo. Te habría invitado a una cerveza… y nada más. Si recorrí Madrid en busca de una farmacia, si te traje a mi casa, fue porque estaba lleno de estupor. No podía aceptar que la vida fuese tan cruel con una persona tan desvalida como tú lo parecías… tan desamparado como estás realmente, aunque no tengas un brazo roto. Lo que dice Miguel es verdad. He ayudado a alguna gente, porque no me parece que para ello tenga que hacer nada heroico. No es un esfuerzo excesivo el que tuve que hacer con esas personas. Orientarles… descubrirles sus propias capacidades… y hablar con alguien para que les diera una oportunidad. Nada más. De verdad que no me siento como si fuera un ángel o nada parecido por hacer esas cosas. Son naturales. En ti vi potencialidades: primero, serías un filón para un guionista de cine o un novelista que guste de personajes torturados; segundo, tienes una magnífica planta, podrías ser un galán de primera fila en un cine como el español, donde son más los feos que los guapos; tercero, tu voz está bien modulada y eres inteligente. En pocos meses podrías hablar un castellano neutro y aspirar a hacer teatro. En mi opinión, eres una crisálida a punto de convertirse en una hermosísima mariposa. Sólo tienes que desearlo… Todo esto lo vi en cuanto me pediste un bocadillo en el bar. Como es natural, no podía decirte estas cosas de entrada. Yo no voy por el mundo haciendo promesas que no pueda cumplir, y decirte estas cosas te habría sonado a promesas. Tú eres el único que puedes sacar partido de lo que tienes…

PACO:
Yo… Tú… joder, tío, tú me das canguelo…

EMILIO:
¿Te asusta descubrir que puedes hacer algo más que chapas? Te doy mi palabra: el miedo se te va a pasar en pocas horas… en cuanto reflexiones un poco y comprendas que, al menos, tienes un amigo que va a ayudarte. Dame el cuchillo.

Como ausente y sin solemnidad, Paco entrega el cuchillo a Emilio, que lo guarda en un cajón que cierra con llave. Paco lo sigue con la mirada y, de repente, toma conciencia de que ha perdido toda su fuerza. Da un salto y pasa desde atrás el brazo en torno al cuello de Emilio en una presa.

PACO:
¡Otra vez me has vacilado!

EMILIO:
Suelta, Paco (habla con suavidad, sin espanto y sin debatirse) Tenemos que bajar. Miguel y Merche nos esperan.

PACO (soltando la presa):
Me has vacilado (se tapa los ojos con las manos) Ahora me entregarás a los maderos (solloza) Yo… no… yo no tengo nada, joder.

Cabizbajo y estremecido por el llanto, Paco va junto al sofá. Extrae el dinero que antes guardó y lo echa sobre el asiento. Se quita la cazadora y comienza a desabrocharse el pantalón.

EMILIO:
No te desnudes, Paco. El pantalón y la cazadora son tuyos y el dinero, también.

Paco se queda inmóvil, con la cabeza agachada. Emilio se acerca y le pone las manos sobre los hombros.


EMILIO:
Vuelve a ponerte la cazadora y vámonos. Nos esperan. Tenemos que celebrar el nacimiento de una antigua amistad eterna…

PACO (abrazándolo):
Yo te quiero, me cago en la leche, yo te quiero. A mí no me van los tíos, pero tú me molas mogollón

EMILIO (sonríe):
Es natural.

Con la mano de Emilio posada en los hombros de Paco, van hacia la puerta y salen.

TELÓN.