martes, 28 de diciembre de 2010
PAISAJE “ANTECESSOR”
Valle del Ambroz
Entre la niebla del bosque, misterio. Por los senderos orlados de flores silvestres, edén. En las cumbres nevadas, fulgor. Junto a los riachuelos y las cascadas y torrentes del deshielo, música. Bajo la sombra de los castaños, aromas. Desde los oteros y barrancos, esplendor. Por todo eso y mil maravillas más, es una experiencia memorable recorrer la comarca del Ambroz.
Quien llegue a este valle situado entre Las Hurdes y el Jerte (como a cualquier otro punto de la provincia de Cáceres) necesita acudir con los sentidos abiertos y la atención alerta, pues lo que descubrirá y lo que le emocionará guarda pocas semejanzas con los paisajes “urbanizados” habituales en Europa. Por razones sociales e históricas muy significativas, la provincia de Cáceres ha conservado un verdor primordial, como si algunas colinas y collados, ciertas vaguadas y barrancos, parques como el Monfragüe o valles enteros como el del río Ambroz hubieran sido preservados del paso de los milenios por una paradoja temporal.
Flanqueada por cumbres que superan los dos mil metros, la vega del Ambroz enmarca un trecho considerable de la Vía de la Plata, el camino ibérico de norte a sur más hollado desde que el tiempo es tiempo. Cabe imaginar sin demasiado temor a equivocarse que ya el “homo antecessor”, de Atapuerca, pudo haber descubierto que la manera más cómoda de atravesar la península hacia el mediodía era este atajo practicable justo donde las cordilleras centrales, de trazado este-oeste, comienzan a ser menos abruptas, más suaves, facilitando desde hace millones de años las migraciones de las grandes manadas de animales salvajes.
A pesar de formar parte de la ruta más transitada de la península hasta que hace quinientos años se abrieron caminos alternativos más modernos, un milagro ha mantenido el valle del Ambroz a salvo del “progreso” que arrasó la naturaleza de casi todo nuestro continente.
Por ello, no asombra que los prodigios abunden tanto en sus melancólicas dehesas, laderas y cumbres, desde el Pinajarro (2.100 m) cerca de Hervás, en un descenso que, treinta kilómetros abajo, se queda sólo en 400 metros de altitud . Los del lugar lo llaman Bosque de la Plata por la proximidad de la vía romana, pero igual podría denominarse del Oro en otoño o de las Esmeraldas, en primavera.
Según la recia gente del valle, las ánimas, tanto las bienaventuradas como las penitentes, vagan en tropel por las neblinosas espesuras de castaños y robles como quien recorre su hogar. Cuando el otoño viste de oro y ocres esplendorosos los bosques, creando paisajes espectaculares que superan en fotogenia cinematográfica a los tan publicitados de Utah y la Nueva Inglaterra, dicen que las meigas, xanas, nereidas y ninfas de todas las latitudes, deslumbradas, vienen a celebrar sus aquelarres por aquí. Aseguran que en las colinas de alcornocales, en las quebradas de robles o en el soto de monumentales castaños de Segura de Toro, cantan y bailan las hadas con los verdes adolescentes de la primavera, se regocijan los elfos con los frutos del verano y hacen conjuros las magas con el oropel de las hojas volanderas del otoño. Y deben de tener razón, porque una intuición poderosa de presencias mágicas acompaña a quien se aventura por los frondosos y estrechos caminos que parecen reproducidos de cuentos de princesas y dragones, umbríos y frecuentemente cubiertos de escarcha en invierno, de manera que uno espera encontrar a la Bella Durmiente en el próximo claro o a la malvada bruja escondida tras el musgoso tronco de un alcornoque tan impresionante como el de la Cerca de la Fresneda. El crujido de los pasos sobre la hojarasca seca suena a inminencia prodigiosa, como si los siete enanitos, los gnomos o, tal vez, los pitufos nos estuvieran acechando para decidir si somos o no amigos al invadir su territorio. También puede ser un jabalí o un gamo el que nos observe por si nuestras intenciones son aviesas. Si por casualidad, visitando el Jerte, al visitante se le ocurre subir el puerto de Honduras para descubrir con pasmo las maravillas del Ambroz, al atravesar los umbríos castañares -que llegan a formar túnel sobre la carretera- presentirá que en el próximo recodo podría toparse con Merlín haciendo autostop.
De acuerdo con la creencia popular, cada repecho y cada risco, cada cueva y cada árbol centenario guarda un tesoro Afirman que moros, celtas, godos y romanos han venido enterrando aquí durante siglos los botines que no podían llevarse por el volumen y el peso, olvidándolos después, por lo que, de dar crédito a las consejas y murmullos de las noches de invierno junto al brasero, el valle tiene que ser una mina. Y no hay fuente ni venero que no cure los males, los del cuerpo y los del espíritu; destilados los torrentes por las nieves visibles en las cumbres durante meses. De Baños de Montemayor abajo, griegos, romanos y cartagineses han curado sus males en estas aguas por siglos y siglos. Precisamente, los tres kilómetros mejor conservados de la Vía de la Plata se encuentran en Baños de Montemayor.
Haya o no oro enterrado y sean o no benéficas las aguas que Gredos rezuma por su vertiente sur, todo el valle del Ambroz es un paraíso que no parece de este mundo, sino soñado por Zurbarán en un cuadro idealizado.
Tampoco parece de este mundo, al menos del mundo presente, la Judería de Hervás. Sin parangón posible con las juderías más publicitadas, casi todas reconstruidas y reinterpretadas, y por ello desvirtuadas, la de Hervás posee la ventaja de la autenticidad. Verdaderamente medieval, genuina del todo, algunos de sus rincones, voladizos y arcos nos transportan a un tiempo idílico en el que la intolerancia no se había inventado todavía, a pesar de lo cual los hebreos de entonces debieron de sufrir lo suyo por no poder participar de la golosina que disfrutaban sus vecinos a mansalva, el cerdo ibérico, del que saboreamos con fruición el mejor morcón que jamás haya gustado el viajero. Sin salir de Hervás, donde hay mucho más que ver (palacios, acueductos, iglesias, jardines), podemos vestirnos de piel a buenos precios en dos fábricas distintas, adquirir bellos muebles y cestería de castaño, vidrieras artesanales y artículos de corcho. También cuenta Hervás con un interesante Centro de Interpretación del Ferrocarril, inaugurado el pasado mes de abril, que han instalado con tino en la antigua estación de la línea Astorga-Palazuelo.
A unos seis kilómetros de Hervás, hay para maravillarse y soñar que espiamos a las ondinas bañándose bajo los hermosos saltos y cascadas de La Chorrera.
Valle abajo, conviene parar en Aldeanueva del Camino, una exposición al aire libre de arquitectura popular, sobre todo en las balconadas de madera de la Plaza del Mercado y el curioso puente sobre la Garganta Buitrera. Entre los bosques, podemos toparnos inesperadamente con Gargantilla, como si de una aldea encantada se tratase. Aunque a la duquesa de Alba no se le ocurra invitarnos a tomar el té, vale la pena desviarse un poco hacia Abadía para conocer su Palacio de Sotofermoso, con el patio mudéjar más soberbio y espectacular de España. Y luego, no podemos dejar de lado una de las piedras más venerables del valle, el “toro celta” de Segura del Toro, que en realidad es un verraco esculpido hace... ni se sabe cuántos milenios ni por quién. Llegados a este punto, se van oyendo las voces con acentos a lo Gabriel y Galán, presencia poderosa en gran parte del Ambroz, que tan nostálgicamente retrató:
“He dormido en la majada sobre un lecho de lentiscos
embriagado por el vaho de los húmedos apriscos
y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar...”
Tanto resuena la voz del gran poeta del desgarro, que hasta tiene su presa, un extenso y verdísimo lago que parece traído de Finlandia hasta las alturas occidentales del valle. La presa inundó el viejo pueblo de Granadilla, que todavía, como un Brigadoom reeditado, reaparece de vez en cuando si las aguas bajan, permitiendo que los rebaños pasten entre sus ruinas fantasmagóricas. El castillo de Granadilla es hermoso como si fuera la ilustración de un cuento. Gabriel y Galán, atávico y duro como la historia de su gente, tiene su casa-museo en Guijo de Granadilla, uno de los hermosos pueblos que rodean el lago, donde también merece una visita Zarza de Granadilla.
Antes de bajar de vuelta a la ribera del río, el arco cuadriforme de Capera o Cáparra parece esperar para dar la bienvenida. Y luego, hay que seguir río abajo y no dejar de visitar Casas del Monte, Cabezabellosa, Villar y Oliva de Plasencia, con el magnífico palacio de los condes de Oliva.
Como decía Ortega, el hombre es producto de sus circunstancias. El valle del Ambroz, duro y eclipsado durante siglos de esa cosa a veces disparatada que llamamos progreso, está habitado por buena gente recia, producto de su historia, antaño humillada por el vasallaje y hoy, justificadamente orgullosa de una tierra donde los paisajes son todos, sin excepción, postales espléndidas. Bosques, praderas, torrentes y amenos recovecos, verdes de todas las gamas en una sinfonía ilimitada. No se lo pierda antes de que Europa lo descubra y venga a comprarlo a cachos.
LUIS MELERO