jueves, 25 de noviembre de 2010
La idolatría del poder
Como Antonio Machado, podría decir que “he andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares y atracado en cien riberas”. El emigrante no es en realidad un viajero; normalmente, es alguien que se ve obligado a destruir sus raíces, por lo que el viaje es sólo el conducto para alcanzar el nuevo territorio.
Mas ay de quien repita el proceso al emigrar varias veces, llegando a perder de vista hasta la idea de echar raíces en alguna parte. El emigrante que se convierte en nómada es también un nómada de sí mismo, un inadaptado sin convencionalismos, y si a todos les pasa lo mismo que a mí, a fuerza de suspirar por la patria los recuerdos se idealizan y llega a olvidarse uno de que hasta a la madre más abnegada puede olerle el aliento.
Y resulta que la tradición y la historia de España nos inspiran un sistema de valores que en varios aspectos es estrepitosamente erróneo. No he visto en ninguna parte que se reverencie el poder hasta el punto que aquí se hace; para la gente “adaptada”, esa clase media esnob y alérgica a la cultura, el poder es la verdad y la vida. La deidad suprema. Supongamos que usted trabaja en una corporación semi oficial donde le someten a un acoso –mobing- sistemático y drástico.
Es muy posible que si usted decidiera rebelarse, sus propios allegados le dijeran “¿Cómo vas a enfrentarte a ellos? Siempre tendrán la de ganar”. Si la empresa que le contrata evidencia que está apropiándose de su dinero y robándole sus derechos, sus supuestos amigos le dirán: “No te conviene enfrentarte a ellos ni airear esas cosas”.
Por esta manera de proceder, por el clima social que obliga a guardarse las uñas, el lector se asombraría ante la inmensa cantidad de creadores y artistas estafados por sus empleadores que hay en España.
Pero es el que puede, puede. Los pobres que no tenemos poder,somos unos minguis sin derechos