jueves, 18 de noviembre de 2010
¿De qué sirve la posteridad?
Ya en el XIX, decía Larra que escribir en España es llorar. Llorar, penar y pasar hambre. Y dolerle España como una caries gangrenada. Pero a despecho de lo mal que lo pasó, fue guardado como oro en paño para la posteridad.
También a VanGogh lo guardó la posteridad después de hacerle la vida toda clase de jugarretas, y haber vivido igual que en una pesadilla, triste, pobre y conducido a la locura por sus propios amigos y familiares. Jamás vendió cuadros o los malvendió, y ahora pagan cientos de millones por ellos. A VanGogh le habría bastado el uno por mil de lo que actualmente se paga por un cuadro suyo para vivir decentemente y no pensar siquiera en la posteridad.
Lo mismo que Kafka. Tremenda posteridad que fue producto de la profanación de baúles cerrados después de su suicidio miserable y trágico.
En esta España nuestra, si un escritor demuestra ampliamente su dominio del idioma, deslumbra con su imaginación y consigue publicar decenas de libros, y a pesar de ello pasa hambre y vive miserablemente, sus amigos tratarán de consolarlo diciéndole: No te preocupes, seguro que vas a pasar a la posteridad.
Manuel Alcántara se preguntaba hace algunos años de qué podría valerle a nadie que le dediquen una calle, si muerto y convertido en polvo no se enteraría. Por suerte para el gran articulista, abundan ya en Málaga y alrededores los topónimos Manuel Alcántara sin esperar a que se muera, y también han creado una fundación con el mismo nominativo. Manuel Alcántara ha ganado la batalla a la posteridad haciendo uno de sus ingeniosos chistes con ella. Pero no es frecuente el caso. ¿A cuántos escritores que me lean les habrá pasado esto?: Acaban de conocer a alguien a quien lo presentan como escritor; el recién conocido le dice: “Muy bien, escritor; ¿pero cómo te ganas la vida?” Esos mismos escritores que tengan la benevolencia de leerme, sabrán que ningún editor en España espera que los escritores vivan de sus libros. Buscan a autores que, trabajando en televisión u otra profesión pública -sin necesidad de saber escribir- consideren la literatura como hobby, y no tengan ni por asomo la necesidad de ganarse las habichuelas.
La posteridad como paga no es apetecible para nadie y sería estúpido que alguien la procurase. Lo que debe pasarle a cualquier artista es que pueda vivir decentemente de su arte. Carpe Diem