Quienes hemos vivido muchos años bajo el paraguas legal de otros
países, nos damos cuenta del disparate que es cuerpo legal español. Desde
propiciar la corrupción de los políticos hasta permitir que las editoriales
estafen a los escritores, son demasiados los errores de las leyes bajo las que
vivimos. Aprendida esta verdad, no cuesta trabajo comprender por qué Picasso y
tantos otros talentosos prefirieron vivir en otros lugares.
En España mandan y deciden todo menos de veinte personas. Los
parlamentarios no deciden nada individualmente, se limitan a aplaudir lo que ordena
su líder. De hecho, los partidos políticos funcionan igual; si uno quisiera
integrarse en un partido porque tiene inquietudes que desea comunicar, se
encontrará con que dicho partido espera de uno que obedezca y aplauda NADA MÁS.
La idea de que se debe contribuir a que
la sociedad mejore, políticamente es absurda en España. Ningún partido permite
a ningún militante que opine; se tiene que limitar a respaldar las opiniones
que le imponga el partido.
A la hora de convocar elecciones, el grave déficit democrático se
manifiesta porque los elegibles son obligados a firmar papeles que contradicen
sus obligaciones constitucionales. Ningún diputado puede defender los derechos
de sus electores; tiene que plegarse a lo que mande el partido (o sea, las dos
o tres personas que manden en cada uno).
De este modo, si a un parlamentario se le ocurriera descubrir las
gravísimas injusticias de la Ley de Propiedad Intelectual reformada en 1996, no
podría proponer una reestructuración; el partido le mandaría aplaudir y asentir
otras cosas, no tener iniciativas. Así, se traiciona la esencia misma de la
representatividad. En las condiciones actuales, ser elegido en una circunscripción
no obliga políticamente a nada, aunque la Constitución diga otra cosa; un
diputado elegido por Málaga, aun dándose cuenta de las gravísimas injusticias
que se cometen presupuestariamente con esta trimilenaria ciudad, no podría
hacer nada por Málaga porque se lo prohíbe el partido.
Además, y siguiendo con Málaga, está el disparatado sistema de la
proporcionalidad actual. Hay tantos malagueños como vascos, pero los
parlamentarios malagueños no significan nada, mientras que los vascos
condicionan mucho y muy gravemente a todos los españoles.