miércoles, 3 de febrero de 2010
DESPUÉS DE LA DESBANDÁ. Capítulo VII
VII
El Mundo Nuevo era una vía que atravesaba el monte de Gibralfaro, comunicando los paraísos del litoral con uno de los barios pequeño burgueses más célebres. A la parte más bucólica de este barriola llamaban el “Chupitira”, referencia a quienes se alimentaban con las almejas y coquinas que podían recogerse libremente en la playa, personas que a pesar de su pobreza -y hasta miseria-, vivían tratando de aparentar fortunas fantasiosas. Según se decía, era el lugar de Málaga donde residían mayor número de “entretenidas”, ex prostitutas mantenidas por los respetables comerciantes del centro y los industriales del vino.
El Templao y Mani subieron cansinamente el camino, que más adelante descendía de modo abrupto. Transitaban en silencio; Mani cavilaba, apretando fuertemente los labios frente a las barreras que su propia mente le presentaba; el Templao comentó:
-¿En qué se habrá metío ése?
-¿El Quini?
-¡Claro!, ¿cómo se explica lo que hemos visto? Por ahí comentan que hay un montón de quinquis de mala muerte que se han metío a chivatos de los fascistas.
Mani le tapó la boca con la mano, porque su amigo había pronunciado esa palabra en un tono alto.
-Pero si el Quini anda chivatando, podía habernos denunciao. Ganaría puntos haciendo que me detengan, porque to el mundo dice que me buscan.
-No se atrevería, Mani. Si ese majareta anduviera chivatando, son demasiaos lo que se vengarían; ¿tú te imaginas lo que podrían largar algunos sobre él, con la vía que ha tenío? Y nosotros, más que nadie, que lo conocemos chachipendi y lo tenemos más visto que la Alameda.
-¿Por qué habrá dicho que el Chafarino no ha muerto? Yo lo vi.
-¿Qué es lo que viste, Mani?
Aquella noche, el Templao casi no quería soltar el volante porque no se atrevía a bajar del camión, por miedo a que se lo robaran.
-Su cuerpo carbonizao –respondió Mani.
-¿Y cómo puedes estar tan seguro de que era él? Un cuerpo carbonizao es eso, un pedazo de carbón.
-Pero…
El razonamiento del Templao, junto con la exclamación de Quini, encendió la duda en el ánimo de Mani. Sintió algo indefinible en el pecho y prisa incontenible…
-Vamos pallá, Guaqui.
-¿A la playa?
Echaron a correr, desentendidos de su necesidad de moverse discretamente. El Templao, por su entrenamiento militar, eligió el camino del río, por donde llegaron pronto a la línea de playa, que recorrieron camino de La Isla aunque distaba mucho de la desembocadura.. Confirmaron con decepción y aburrimiento que la cabaña del Chafarino había desaparecido con el fuego; sólo una mancha oscura señalaba el espacio que ocupara. El Templao examinó a Mani, que contemplaba esa mancha con la misma desolación que había exhibido tras descubrir el incendio cinco noches antes.
-Por qué habrá dicho eso el Quini? –se extrañó Mani.
-¿No sabes de más que ese tío está chalao perdío?
Había varios hombres levantando empalizadas de cañas y chopos unos metros más allá de donde estuviera la cabaña del ciego. Tal vez alguien aprovechaba la desaparición del viejo redero para construirse una nueva vivienda. El Templao sintió algo dentro del pecho que no supo identificar, pero mirando de reojo el perfil lívido de su amigo decidió que convenía marcharse deprisa.
Volvieron sobre sus pasos, atravesaron de nuevo el centro y toda la ciudad, para proseguir la busca de Elena Viana-Cárdenas James-Grey en el Compás. .
Era ésta era una pequeña cuesta que conducía hacia una hermosa basílica, alzada donde había estado el campamento de Fernando el Católico cuando conquistó la ciudad; también conducía al Hospital Militar y el laberinto de pequeños jardines de las entretenidas de los adúlteros prósperos. El Templao miró a izquierda y derecha con desánimo.
-Bueno. ¿Y ahora qué hacemos?
-Si buscamos la casa de una prima de doña Elena –afirmó Mani-, no puede ser cualquier casa.
-Po no veo que haya grandes mansiones por aquí.
-No te fíes, Guaqui. Cuando mi madre me mandaba a entregar aquellos vestíos a las casas de las putas, aunque siempre era en callejones apestosos, cuando me abrían la puerta resultaban ser casas espléndidas. ¿Quién podría decir que una casa cualquiera de esas no es por dentro un palacio?
-¿No se te ocurre pensar que la prima de la de los barcos no tiene por qué ser rica?
Buscando angustiosamente algún dato en su memoria, Mani recordó:
-¿Quién sabía vida y milagros de tós los vecinos en nuestro barrio, Guaqui?
El Templao meditó un instante.
-El barbero. Maldita sea la madre que lo parió.
-Po tenemos que buscar una barbería.
Corrieron a lo largo del Compás y una pequeña plaza adyacente, en busca de las bandas blancas, rojas y azules que distinguían las barberías. Encontraron una muy pequeña, escondida en un oscuro retranqueo.
El aburrido, ocioso y desanimado barbero les informó:
-Sí, murmuran que la de los barcos está por aquí cerca. Lo siento chaveas, yo no sé dónde vive su prima. ¿Por qué no le preguntáis a Rosa, la del ultramarinos?
Señaló una tienda de comestibles situada casi enfrente.
-Sí, seguro que la tienen por este barrio –les informó la tendera, muy sonriente y dicharachera-, porque ayer vino una criada y me compró tós los artículos buenos que tenía. Atún, bacalao, salchichón de Málaga, morcillas y queso de Ronda, aceite del mejó de lo mejó y carne de membrillo auténtica de Puente Genil. ¡Una pila de duros! Pero no sé dónde vive. Si esperáis por aquí, me imagino que esa criá vendrá hoy otra vez. No querréis hacerle ná, ¿verdad?
Mani y el Templao se miraron con ojos opacos.
Se sentaron en el derrumbado bordillo de la acera. Asombrosamente, los huidos de la desbandá seguían regresando todavía. Ya no se trataba de cortejos, sino de gente desperdigada o grupos familiares, famélicos, con expresiones de espanto, desnudez harapienta y pies sangrantes. Bajaban del Mundo Nuevo, por lo que supusieron que probablemente serían mucho más numerosos los que se habían continuado camino del centro por el paseo del litoral, sin desviarse.
¿Es que esto no va a acabar nunca? –murmuró el Templao con rabia.
-Mi Paco decía que éramos más de trescientos mil –comentó Mani-. Suponte tú.
-¡Y los que no volverán nunca, porque habrán muerto!
-Por lo que vimos con nuestros propios ojos, lo menos habrán muerto la mitad.
-Mira, Mani. Ésa podría ser la criá que ha dicho la tendera.
Señalaba una mujer de mediana edad, achaparrada y aspecto pueblerino, que se dirigía a la tienda portando dos grandes bolsas vacías. Se alzaron y esperaron unos minutos, para dar tiempo a que entrase en el negocio de ultramarinos. Acudieron inmediatamente después y, tras una pregunta muda, la tendera asintió. Mani se apresuró a preguntar:
-Oiga usted. ¿Podría decirnos dónde está doña Elena Viana-Cárdenas, la señora de los barcos.
Fue muy notable la expresión de recelo con que la mujer le miró.
-¿Quién?
Por la cautela y el tono de la pregunta, Mani dedujo que se trataba, efectivamente, de la sirvienta de la prima de doña Elena.
-Señora, se lo suplico. Soy su… nieto… y llevamos éste y yo dos días buscándola por toa Málaga.
Persistían la vacilación y las dudas, por lo que Mani insistió:
-Le doy mi palabrita del niño Jesús de que ella es la única familia que me queda y que yo… también soy la única familia que le queda a ella. Estaba mu malita cuando me fui hace seis días, y necesito convencerme de que está bien. Tenga usted compasión. Haga el favor de llevarme con ella.
La mujer les dio la espalda a los dos, sin volverse hacia el mostrador ni hablar con la tendera. Dio muestras de sostener una dura lucha interior durante varios minutos, tras los cuales se volvió hacia Mani y dijo:
-He escuchao que la de los barcos está por la vecindá. Como dices que eres lo único que le queda, me da lástima y voy a ir a averiguar con la vecina a la que escuché decirlo. Vuelvo en seguía, pero si ustedes venéis detrás mío, por la madre que me parió que me sentaré en el suelo y no me moveré hasta que ustedes os perdáis de vista. Tener paciencia y a esperar.
Sin añadir nada más, abandonó las dos bolsas en el mostrador y salió apresuradamente; corrió para atravesar la calle, mirando atrás a cada paso. El Templao murmuró al oído de Mani:
-Esa sabe más de lo que dice.
-Po claro. Es de verdad la criada de la prima.
-Vamos detrás corriendo.
-No, Guaqui. Habrá que aguantarse las ganas. Vamos a esperar.
La tendera comentó:
-¡Menuda lagarta! Está más claro que el agua que sabe dónde está la de los barcos, pero es que no podemos fiarnos ni del lucero del alba. Dicen que hay hasta padres que denuncian a sus hijos… Suponeos ustedes.
-¿Padres que denuncian a sus hijos? –se asombró Mani.
-¡Digo! En la Ciudad Jardín, un niño de quince años les ha contao a los nacionales que su padre y tos sus hermanos era anarquistas. Y… ¿habéis escuchao del ministro que vive en la Caleta?
Mani asintió. Había ido dos veces a su casa, a entregar vestidos confeccionados por su madre.
-…Po los comunistas mandaron a sus hijas las orejas del andoba, metías en un frasco, después de haberlo asesinao. Ahora, las dos se han vuelto majaretas perdías y andan señalando a tó quisque, acusándolos de ser amigos de los rusos. Entre antes de ayer y hoy, dicen que ellas dos solitas han metío en la cárcel a más de dos mil.
-Eso no pueden ser más que chismes –protestó el Templao.
-¿Qué dices, niño? ¿Es que no te has enterao de lo que está pasando por toa Málaga? Si es que las paredes oyen…
El Templao bajó la cabeza, con los ojos ensombrecidos. Pasaban por su mente las imágenes elusivas del conductor del camión y el carbonero. ¿Tanto había cambiado el mundo? Mani le sonrió tristemente.
-¡Tenemos que tener un cuidaíto…! -dijo.
-Pero Mani ¿Qué mierda de vida va a ser ésta?
-Ya has visto lo del Quini. Supongo que tó va a ser igual, de quedarse con la boca abierta.
-Yo no sé tú, Mani. Pero yo no soy capaz de andar por la vida con dos caras y las entrañas llenas de mala leche.
Mani asintió mientras miraba fijamente a los ojos de su amigo. Efectivamente, era la persona con menor doblez que conocía, generoso, sincero, simple y directo, incapaz de traicionar. Se sintió mucho más viejo que el fortísimo y musculoso héroe de barrio, cinco años mayor que él. Por mucho que razonara con él, no podría convencerlo de que se preparase para el género de vida que sin duda iban a tener que llevar en lo sucesivo. Con cierta sorpresa, presintió que iba a tener que protegerlo toda su vida, pensamiento que le hizo sentir algo de cansancio.
-Abre bien los ojos –le dijo.
-¡Digo! –exclamó la tendera-. Po no hay que abrir los ojos ni ná. Si el conserje del Círculo Mercantil ha denunciao a la mitad de los comerciantes de la calle Larios, acusándolos de republicanos…
-¡Eso tío está chalao! –exclamó el Templao.