viernes, 17 de octubre de 2014

A punto de terminar DESPUÉS DE LA DESBANDÁ

Luego de muchos retoques y ampliacióones, me parece que esta semana daré por terminada mi novela DESPUÉS DE LA DESBANDÁ.
Reproduzco a continuación las primeras páginas.

PRIMERA PARTE.
Málaga, inglesa y mora

Capítulo I

 Volvían como almas en pena recién desenterradas, con un silencio de madrugada en un cementerio. Sus harapos, los ojos desorbitados y el sigilo con que caminaban -a pesar de que ya no sonaban detonaciones ni explosiones-, evocaban los muertos vivientes de las leyendas de terror. Conservaban el miedo a las acechanzas inclementes y todopoderosas, a pesar del silencio de ahora, un miedo que habría de acompañarles para siempre. El terror había quedado impreso en sus corazones como un tatuaje para toda la vida, que ya nunca conseguirían borrar. Formaban un cortejo sin orden ni vigor, exhausto, que se extendía delante y atrás de ellos hasta donde les alcanzaba la vista; como un gigantesco dragón de la antigüedad, cansado, vencido, exánime e incapaz ya de lanzar fogaradas. El paisaje había cambiado tras el paso tumultuoso de la bestia que el éxodo en desbandada había representado, con su rastro perceptible en los huertos y sembrados arrasados por el hambre y la desesperación; el aroma habitual de salitre y yodo combinado con el de limones y limas, se había convertido en pestilencia de incendio no del todo extinguido y hedor de cadáveres descompuestos, cadáveres verdaderos que todavía yacían en muchas cunetas y ellos se negaban a mirarlos. Ningún cultivo enarenado había sobrevivido y casi todos los árboles frutales estaban desgarrados y desarticulados por la desesperación. Lo más pesaroso era el silencio, enmudecidos todos como si temieran alertar de nuevo al monstruo. El único rumor audible era el de los gemidos, suspiros y ayes contenidos, porque no había transcurrido suficiente tiempo como para que las entrañas de los fugitivos se librasen del pánico y porque todos ellos llevaban los pies heridos y muchos sangraban por heridas bajo la ropa. 

Pero algunos otros no presentaban huellas tan obvias de la intensa y larga caminata; con ropas y zapatos o alpargatas en buenas condiciones, sus rostros no reflejaban los horrores ni el dolor de la multitud, como si volvieran de un paseo dominguero.

-Hay montones que no han resistío el cansancio, Guaqui –dijo Mani. -Y se han dao la vuelta…

-¡Naturaca! Míralos; están más despistaos que un pulpo en un garaje. Por la pinta que llevan algunos, tan repeinaítos, no han andao ni cinco kilómetros. Bueno… Pa ser sinceros, tampoco nosotros hemos resistío el cansancio, y además, ¿qué íbamos a hacer carretera adelante, irnos a Rusia?

Las muchas decenas de miles de personas que habían huido la noche del 7 de febrero, para no ser masacrados por las tropas italianas al servicio de Franco, habían sido masacradas de todas maneras por el bombardeo incesante de los barcos, por los aviones alemanes que experimentaban con los pobres cuerpos de los malagueños la efectividad de sus ametralladoras y el sistema de carrusel, por el viento, el frío, la lluvia y el hambre. No volvían todos. Muchos habían seguido huyendo a pesar de la inundación de Motril, encaminándose a  Valencia y hasta Francia. Muchos otros, habían muerto. La mayor parte de los peregrinos que rodeaban a los dos amigos mostraban en la ropa rastros de sangre de sus parientes muertos o heridos, cuando no se trataba de su propia sangre todavía manando de heridas sin suturar. . 

Los dos amigos renqueaban apoyado cada uno en el otro, procurando fuerzas donde se habían extinguido, abatida la gallardía que ambos poseyeran a raudales, desnudos de altivez e incapaces de sentir compasión ni de ellos mismos. El mayor sangraba por los pies y el más joven estaba aprendiendo a odiar. El adulto que ya era el Templao y  el adolescente casi niño que todavía era Mani no podían parar de llorar, pero Mani se empeñaba en sustraer de las miradas de su amigo los ojos hinchados y rojos.

-Son casi los mismos de la otra noche –murmuró el Templao, señalando el purgatorio que les envolvía-. Muy pocos habrán llegao al otro lao del frente.

-Seguro que algunos no han andao ni un kilómetro. Han tenío que acojonarse por el montón de muertos podríos que hemos visto hace un rato en aquella curva de allí atrás y por todas partes, Guaqui… me duele el alma.

El Templao rozó con los labios la sien izquierda de Mani.

-Po si vieran lo que hay en Torrox y por Nerja… –comentó el Templao con voz temblorosa y tono rajado-. Voy a tener pesadillas hasta el patio de las malvas, con tantos brazos, cabezas y piernas desparramaos por toas partes. ¿Tú crees que alguien vendrá a enterrarlos?

-Si Málaga está como la dejamos el otro día, no creo…

-Málaga no estará como el otro día, Mani. Estará peor. Como dijo tu Paco, que en paz descanse, está más que visto que salimos casi toa la población. Los fascistas italianos tuvieron que tomar una ciudad fantasma y los que volvemos, venimos como almas en pena. Los muertos de la carretera no los enterrará nadie. Se pudrirán y se convertirán en abono pa los enarenaos y a lo mejor todavía dentro de veinte o treinta años encontrarán los labradores huesos y calaveras.

Mani apretó los labios mientras examinaba el cortejo de los que regresaban; eran tan numerosos como cuando escapaban pocas noches atrás y aunque el miedo en sus expresiones ya no era tan patente, afeaba sus ojos la sombra de la desesperanza y la resignación. Mani contuvo un suspiro al tiempo que trataba de recuperar la resolución de antaño. Su amigo, el único amor vivo que le quedaba, tenía razón; volvían casi todos; un espanto de ida y vuelta a ninguna parte, que había producido un holocausto sin objetivo de millares de personas que ni siquiera podían aspirar al descanso de una sepultura. Aunque trataba de hacerlo, no conseguía apartar la mirada de los cadáveres en los arcenes, que ahora –sin la obligación de desviar los ojos para escapar de los cañones o los aviones a cada paso- resultaban notorios como la lava de un volcán. Trató de imitar la entereza ciega de su madre muerta, y estiró el cuello como Paula hacía cuando se empeñaba en no enterarse de algo, pero él no lo consiguió, a causa de la evocación de los veinte cadáveres tendidos en el pedregal de Nerja, la totalidad de su familia y la del Templao, personas que había amado tanto y sin las que no concebía la vida. Su entereza se había disuelto como manteca en el fuego. Los amados chorros de sangre interrumpidos por la muerte se habían grabado en sus ojos como un tatuaje que nunca se borraría. Ahora, cuando la espantosa caminata se acercaba al final, los amontonamientos de cuerpos hinchados de los arcenes le obligaban a revivir el rostro lívido de Paula y preguntarse qué bestia inmunda escarbaría para desenterrarla y devoraría al ser que más había amado en su vida.

Efectivamente, volvían casi todos los que habían participado en la desbandá, porque los rumores afirmaban que más adelante no había meta ni luz, porque el gobierno de Largo Caballero se había desentendido del éxodo de malagueños y nadie estaba disponiendo consuelo para tanta desesperación. Mani cabeceó, porque no era capaz de hablar, pero el Templao necesitaba explayarse, ya que su garganta era como un tapón de estopa a presión. Siguió la mirada espantada de Mani hacia el cadáver de una muchacha, cuyo rostro cubrían las moscas a pesar del tiempo desapacible que hacía.

-Me dan temblores… –murmuró el Templao- ¡Tantos muertos!

-Menos los heríos que se llevó el médico canadiense –observo Mani.