lunes, 26 de marzo de 2012
COMO SER ESCRITOR EN ESPAÑA SIN CONVERTIRSE EN MENDIGO
Viví muchos años emigrado. Nadie que no haya sido emigrante sabe lo que se sufre. Yo pasé muchos años (los mejores de mi juventud) sufriendo por la lejanía y por mi necesidad de escribir (Y PUBLICAR)
Llegué a cierta edad con suficiente dinero ahorrado como para suponer que mi hora había llegado. Era titular de un cuenta en el First National City Bank de Nueva York con unos cuantos miles de dólares y volví a España dispuesto a “comerme” el mundo editorial, porque traía tres buenas novelas a medio escribir e ideas para unas cuantas más.
Pero empecé a llamar a puertas que nadie me abría, mientras no paraba de escribir. Quise adormecer un poco el gusanillo y me puse a practicar el periodismo CASI GRATIS en mi ciudad natal. Cuando tanto los compañeros periodistas paisanos como los de Barcelona se enteraban de que había vuelto a España (desde una posición privilegiada) con el propósito de publicar se reían de mí: “¿No sabes que en España las editoriales no pagan a los escritores españoles?” Nunca quise creerles, por aquello de que aunque roben a otros… “a mí no me puede pasar”.
A trancas y barrancas, fui publicando algunas cosas con grandes dificultades. Una excelente novela de “realismo mágico, “Cal viva”, pasó sin pena ni gloria, aunque se agotó la única edición. Cuando ya había publicado tres libros más con igual fortuna, un día me abordó un hombre mientras visitaba una librería: “¿Quieres ganar el Premio Odisea de novelas gay? –me preguntó. Tras reponerme de la sorpresa, lo que me dio tiempo a reflexionar a presión, respondí que sí.
Rescaté uno de mis manuscritos inéditos (ya entonces tenía cinco), y modifiqué u no de los personajes, convirtiéndolo en gay, lo que no afectaba a la trama, una ficción negra, muy negra, sobre los vicios sexuales. El andoba en cuestión me premió la novela, pero ya desde el día de la presentación en Fnac me la jugó. Trajo a una borrachísima Lucía Echebarría para presentar al accésit, y nadie para presentarme a mí. Sufrí un amago de infarto la misma noche. Nunca volví a saber nada del individuo, aunque el contrato especificaba que tenía que presentarme cuentas de mis derechos durante siete años.
La cosa continuó igual un par de años más. Un día, se me ocurrió llamar al periodista que había escrito un prólogo para esa novela, con objeto de contarle mi peripecia y ver si él accedía a publicar un reportaje al respecto. En vez de eso, me pidió un manuscrito. Sin la menor esperanza, le llevé aquél del que me sentía más orgulloso, “La desbandá”. Unos días más tarde, me mandó un correo e-mail: “Ya no tengo tu manuscrito. Lo tiene una editora que empieza a publicar muy pronto, y quiere editarlo”. Habían pasado casi veinte años desde mi regreso a España; imaginen mi entusiasmo.
Pero mi gozo en un pozo. Aquellos periodistas que trataron de alertarme tenían razón y yo había hecho mal en no creerles. El periodista, seguramente conchabado con la editora, resultó ser un estafador como ella. Seguí entregando novelas (la estafadora me publicó cuatro CON LAS QUE SE ENRIQUECIÓ), pero a los dos o tres años se impuso mi “Practicismo americano” y me di cuenta de que lo que me estaba pagando era una miseria imposible. Consulté a un abogado, que me pidió documentos que Roca Editorial (obligada a enviármelos) no me enviaba. Se los pedí mediante un buró-fax. El abogado en cuestión consultó a su vez con un coledga de Barcelona, especializado en Derechos de Propiedad Intelectual . Entre los dos, calcularon que, hasta aquel momento, Roca Editorial se había apoderado de 73.000 euros de mis derechos.
Me fui a denunciar de inmediato a la comisaría de Rubén Darío. Después de explicar el caso, el policía me miró conmiserativamente y me dijo: “Denuncie si quiere, pero cuando su denuncia llegue a manos del juez, lo más probable es que decrete un juicio de faltas, en el que si usted gana, Roca Editorial sería condenada a un multa, pero jamás a devolverle su dinero”.
Se lo corté al abogado que, a su vez, consultó con el barcelonés. Me explicaron que la Ley de Propiedad Intelectual de 1996 es un cúmulo de errores y, sobre todo, que no prevé garantías para que los escritores cobremos íntegros nuestros derechos de propiedad intelectual. “Hay montones de escritores, incluso muy famosos, que cobran solamente la tercera parte de los derechos que les corresponden”.
En efecto. Llamé a una escritora que el año anterior había vendido más de un millón de copias de un libro suyo. Le pregunté si le estaban pagando lo debido. “Imaginate –me respondió- me han liquidado más de 700.000 eros". Cantidad golosa, con la que cualquiera se sentiría muy feliz, pero mi amiga no le dio importancia a un hecho terrible: Habían debido liquidarle más de 2.000.000 de euros. Tampoco le dio importancia a que le hubieran robado más de 1.300.000 euros. Es que muchos españoles sienten apuro de reclamar lo que se ganan. “Sería de muy mal gusto ponerme a reclamar a la editorial”.
En eso se escudan Roca Editorial y otras muchas estafadoras. En que los profesionales de “otra cosa” que premian invariablemente, jamás les van a reclamar lo que dejan de pagarles.
SI USTED ES ESPAÑOL Y DESEA PUBLICAR, BÚSQUESE UNA EDITORIAL EN LONDRES O MIAMI (las editoriales anglosajonas empiezan a publicar en español), PORQUE SI PUBLICA EN ESPAÑA ESTARÁ CONDENADO A LA MENDICIDAD.
Y EL PARLAMENTO NO RECTIFICA.