Para escribir algo como “El señor de los anillos” (o el estúpido “Código da Vinci”) hay que investigar durante años, fabular otro tanto y, luego, trabajar arduamente en la redacción (que nunca es un trabajo lineal). Ningún escritor español puede hacer tales cosas, porque las editoriales racanean para pagarle sus derechos, que ningún escritor llega a cobrar más que en una mínima proporción. “Los pergaminos cátaros” (que llegó a la tercera edición), es una novela que me costó muy cara. Entonces podía pagarlo y viajé algún tiempo investigando por el sur de Francia y pasé varios días en el Valle de Arán. Pero lo que me pagó Roca Editorial por todas las ediciones de esta novela no cubre ni la tercera parte de lo que invertí para escribirla.
Que todas, o casi todas, las editoriales de Barcelona hacen lo mismo lo comprendí con la siguiente anécdota: Tras demostrarme los abogados que Blanca Rosa Roca Asensio me estaba estafando, hablaba con una escritora que había vendido el año anterior más de un millón de copias de un libro, y le pregunté si le pagaban puntualmente. Respondió que sí… “Imagina, hace unos días he recibido una transferencia de 700.000 euros”. Pero un millón de copias de un libro, vendido a más de veinte euros, tenía que haberle generado unos derechos de más de DOS MILLONES DE EUROS. Así se lo indiqué a la escritora, preguntándole por qué no reclamaba lo que le correspondía. “¡Qué barbaridad! -me respondió-, ¿Pretendes que reclame y no vuelvan a publicarme nunca más”.
Así proceden, por lo visto, casi todas personas que escriben libros en España. Por las preguntas que las editoriales te hacen antes de publicarte, las editoras no quieren escritores que pretendan vivir de su trabajo. Buscan actores, presentadores, jueces, famosillos y demás, que escriba n libros como hobby, en horas de recreo. Descartan a los escritores que, como yo, respeten su oficio y quieran –lógicamente- vivir de él. He pasado treinta años escribiendo como un poseso, creyendo que estaba asegurándome una vejez confortable. Ya soy viejo y esas dos editoriales me han robado lo suficiente como para convertirme en un mendigo. Estoy en la recta final de mi vida y ya no me importa nada. Si esas dos editoriales (a las que he denunciado numerosas veces en los medios) deciden demandarme, quizá me llevarían a la cárcel pero no sacarían nada de mí, porque sólo poseo mi cuerpo cansado. Pero no me demandarán (ya lo habrían hecho), porque no pueden demostrar ante ningún tribunal que me hayan pagado mis derechos completos.
Es curioso el caso de las dueñas de estas dos editoriales que me dejaron en la miseria. La de Editorial el Cobre se llama Miriam Tey; cuando nadie quería escribir para ella en Barcelona porque todos conocían el pié de que cojeaba, me abordó en Madrid diciéndome con mucho bombo que había sido “Directora General de la Mujer” (creyendo, por lo visto, que tal pasado le daba patente de corso). Me estafó desde el inicio, mediante unos contratos redactados de manera muy tramposa, con evidente voluntad de quedarse con mis derechos gratis. La otra, llamada Blanca Rosa Roca Asensio, es sobrina del gran comunicador muerto y, al parecer, se cree con derechos divinos de pernada. Ya desde el comienzo destapó sus cartas; al bromear yo sobre la cláusula de sus contratos que me obligaban a litigar en Barcelona en caso de necesitar hacerlo, replicó: “Tendrás que litigar en Barcelona, porque allí tengo a los jueces en un puño”.
La mayoría de las editoriales (principalmente las catalanas) presentan a sus autores cuentas enredadas, generalmente sobre sus operaciones con los distribuidores, en vez de decir sencillamente (tal como indican los contratos): “Has vendido tantos libros y el 10% (o el 8%) que te corresponde representa tanto”. En vez de eso, lían a los autores con escritos y liquidaciones ininteligibles, y en consecuencia ninguna paga lo que debe pagar. TODOS los comunicadores de Barcelona lo saben, pero, por corporativismo, ninguno denuncia este insoportable estado de cosas, ya que varios grandes medios poseen editoriales propias.
Se trata de un daño irreparable no sólo a los escritores, sino a la calidad de la literatura española contemporánea. A mí me lo han infligido Roca Editorial y Editorial el Cobre. Entre las dos me han robado algo más de 210.000 euros, dejándome en la miseria y obligándome a vivir como un indigente. Apenas puedo pagar un subarriendo, tengo que comer a diario en el albergue de las hermanitas de los pobres y jamás puedo comprar ropa. Pero un abogado que quiso ayudarme al ver que las pruebas eran concluyentes, se topó con que la ley española de propiedad intelectual es un bodrio completamente inútil para los escritores. Tras dos intentos muy elaborados y argumentados de presentar denuncias, la propia Policía Nacional le informó de que eran intentos inútiles. “Lo más que ordenarán los jueces es un juicio de faltas, donde quizá condenarían a las editoras a una multa, pero jamás las obligarán a devolver lo que han robado a Luis Melero”.
Ahí está la madre del cordero.
La Ley de Propiedad Intelectual española no considera delitos penales los incumplimientos de contrato de las editoriales con sus autores. La interpretación legal de la ley hace que los jueces nos considera a los escritores simplemente asalariados de las editoriales. De manera que, en vez de juzgar el incumplimiento flagrante del contrato (que sería lo razonable), los jueces nos consideran a los escritores como trabajadores cuyo salario hubieran retrasado sus empleadores.
Ningún escritor protesta, por las razones esgrimidas por la escritora de la anécdota ya descrita. De modo que vemos a escritores muy establecidos que tienen que escribir artículos en prensa (o actividades semejantes) para sobrevivir. Y el resultado final es que actualmente no tenemos literatos en el sentido de oficiantes-sacros de la palabra, que es como nos considera la tradición. Ahora, nadie diría en España que es un escritor que podría escribir “Harry Potter”. Sería demasiado trabajo sin cobrar.