Hemos oído muchas lamentaciones, quejas, protestas y reivindicaciones sobre una MEMORIA HISTÓRICA que aseguran que deberíamos recuperar, principalmente exhumando una parte de los huesos de quienes fueron “ajusticiados” sin proceso jurídico y, muchas veces, sin culpas ni tan siquiera.
Memoria calificada de “histórica” no es una expresión afortunada desde el punto de vista semántico. Si tal cuestión hubiese sido reivindicada por historiadores o intelectuales, es muy probable que hubiesen dado con una expresión mucho más ajustada a la realidad buscada. Realidad que se revela sumamente parcial en cuanto uno investiga en profundidad aquellos años. Yo vengo topándome de bruces con una realidad panorámica tremenda desde hace más de treinta años, cuando comencé a investigar para mi novela LA DESBANDÁ, nombre que yo le puse al trágico éxodo malagueño del 7 de febrero de 1937 y que, como tantas cosas en esta rara comunidad, ahora ha sido adoptado por todos sin nombrarme jamás no ya a mí, sino ni siquiera al libro, que permaneció casi un año como el mejor vendido en Málaga. Cuando me trajeron para presentarlo en el Ateneo, descubrí que el psoísmo y muchos de los protagonistas se habían apropiado de la novela, creyendo que yo hacía un panegírico de ellos. Lo cual demuestra lo mal que leían. Lectores muy cultivados opinan en todas partes, fuera de Málaga, que es una novela completamente imparcial en cuanto a la génesis y consecuencias de uno de los mayores dramas humanos de la historia de Europa.
Uno de los episodios narrados en LA DESBANDÁ es la quema de iglesias de 1931 (repetida en 1936). Asombrosamente, como en una cinta de Moebios, resulta que estos días me estoy topando personalmente con aquel episodio de nuestra “vergüenza histórica”. Por diversas razones, estoy investigando sobre mis antepasados. Todos ellos, gente pobre, obreros y criadas (mi bisabuelo aparece como “jornalero” lo que en el siglo XIX venía a significar obrero sin cualificación, posiblemente analfabeto). O sea, no procedo de un origen aristocrático a pesar de que uno de mis apellidos mueva a confusión.
Como ignoro fechas exactas de nacimiento, no me han dejado pedir partidas en los juzgados, donde solo tienen informatizado lo posterior a 1950. He tenido que recurrir a los archivos del obispado. Llevo en ello más de dos meses, debido a que entre tanto el archivo ha estado cerrado por vacaciones. Desesperados porque no había modo de averiguar fechas de mi abuela ni mi bisabuelo, porque habían sido quemados los libros de las parroquias donde pudieron ser bautizados, San Felipe, el Carmen y Santo Domingo, un pariente argentino me pidió que averiguase sobre su abuela, que nació en Cañete la Real.
Acabo de volver del archivo obispal. Un archivero muy amable y servicial, ha estado ayudándome a tratar de dar con alguna pista. Pero la iglesia de Cañete la Real fue quemada también. Indignado, le he . preguntado al archivero cuántas iglesias de Málaga se libraron de esa horrible inquisición. “Solo tres”, ha sido su respuesta tras consultar un índice.
En la actualidad, hay más de sesenta parroquias en la ciudad de Málaga. Suponiendo que en los años 30 hubiera sólo la mitad, tuvieron que arder veintisiete y quedar intacta sólo tres, el 10%.
Nadie en Málaga puede retroceder mucho en la búsqueda de sus orígenes, ni confeccionar un árbol genealógico fiable. MÁLAGA ES UNA CIUDAD SIN MEMORIA. Qué trágico ha sido nuestro destino.
Que yo sepa, esta ciudad ha sido forzada dos veces a perder la memoria. Seguramente fueron más, porque Málaga ha sufrido más asaltos berberiscos, turcos, vikingos y bereberes que ninguna otra ciudad grande española.
Pero lo de los Reyes Católicos fue espantoso. Fernando, que era un personaje oscuro y bastante siniestro, exterminó TODA LA PÒBLACIÓN DE MÁLAGA, asesinándola en gran parte y vendiendo a los restantes en el mercado de esclavos de Nápoles. La ciudad, que uno de los secretarios-espías de Isabel había descrito como “la ciudad más bella de las Españas” (inventando lo de Málaga la Bella), quedó completamente despoblada, y hubieron de repoblarla con gallegos, asturianos, cántabros, riojanos y perotes, de modo que ningún malagueño capitalino podría presumir de prosapia anterior al siglo XV. No tenemos verdadero pasado antiguo, sobre todo no tenemos el pasado de lacayos y bastardos de aristócratas del que presumen algunos de nuestros vecinos. Por eso no somos morenos ni tenemos los rasgos moriscos que abundan en Granada, Córdoba y demás.
Lo de 1931 no fue tan terrible en lo humano, pero fue igualmente expeditivo en cuanto a la aniquilación de la memoria. Y recordemos que no sólo nos dejaron sin ninguna posibilidad de indagar sobre nuestro origen familiar. TAMBIÉN PERDIMOS UN PATRIMONIO ARTÍSTICO VALIOSÍSIMO