EL MAL EN TODO SU ESPLENDDOR
En España hay varios Ellsworth Toohey. Yo intimé con uno; no era uno de
esos periodistas que triunfan clamorosamente sin haber ido a la facultad de
Ciencias de la Información. No, él tenía un título primorosamente enmarcado en
el saloncito de su apartamento. Aunque no es demasiado viejo todavía, ha vivido
ya una larga biografía de periodista; ha escrito articulitos ocasionales en una
revista de circulación nacional, artículos que gozan de gran seguimiento, pues disfruta de encendidos fans; también escribe ocasionalmente prólogos de libros
especializados y goza de enorme influencia en el ambiente de una comunidad autocaracterizada, en la que ejerce de oráculo.
Es muy compasivo y generoso; cuando topa con gente que se esfuerza mucho por
conseguir difusión de su arte, no importa que sea muy mediocre porque este
Toohey madrileño lo impulsará con denuedo; a veces logra que su apadrinado
consiga algo, con lo que se gana el agradecimiento y la lealtad sin fisuras del
que él considera “su protegido”. Lo hace con dibujantes, pintores, músicos,
escritores y demás. Como es tan íntegro, lógicamente no disculpa jamás la menor
“deslealtad”. Para él hay muchas maneras
de serle desleal, y una de las más graves es que el protegido demuestre que
tiene talento. Eso no lo perdona jamás este Toohey patrio; alguien con talento
es el ser más despreciable, vano y egoísta del mundo, alguien que desobedece sus
solidarias directrices, que no admiten la menor rebeldía. Lo que importa es la
masa, no el individuo. Si “protege” a un músico, este merecerá su aprobación si
renuncia a su vocación y se convierte en un “contratado funcionario” de
cualquier organismo público. Si “protege” a un escritor, este provocará su más
santa ira si resulta que escribe buenos libros y se venden bien.
El Poder es tan importante para él, que lo considera el único dios vivo.
Poder político, económico, religioso o social. Su adoración de este dios
excluye todo lo demás. El Poder puede pisotear a quien quiera, porque siempre
tiene razón. No importa si una editora roba descaradamente a un autor; si este
es pobre y la editora rica, el escritor será un despreciable, miserable y
letal.
Cuando se mira al espejo, ve a un deseable hombre de mediana edad; no
importa que a este lado del espejo haya un cincuentón desdentado y calvo, cuya
cintura de más de metro y medio ha estallado ya dos veces por el ombligo. Sólo
consigue ver en el espejo a un apolíneo hombre que todos desean.
Yo lo quise mucho antes de poder conocerlo bien. Pero según su valoración,
lo traicioné. No hice nada que pudiera perjudicarle, nunca he hablado de él (esta
es la primera vez que lo hago), pero no podría ser mayor el odio que me tiene, porque
he vendido más de cuatro ediciones de algunos libros. Ahora, os hablaré del verdeero Toohey
ELLSWORTH TOOHEY
El poseedor de tan curioso nombres es un personaje fundamental de la novela “El manantial”, de Ayn Rand, un libro de enorme impacto en los EE.UU. del siglo XX, origen de una importante corriente de opinión, inspiración de una maravillosa película que protagonizó Gary Cooper junto a Patricia Neal, y uno de los dos libros que más me han influido en lo personal.
La figura de Ellsworth Toohey, en su interrelación con los demás personajes de “El manantial”, es uno de los más atinados retratos del Mal sin paliativos. El Mal sin sombra de bien alguno. El Mal en todo su esplendor. Una forma mucho más real y palpable de la figura de Mefistófeles que la de Goethe, que en algunos pasajes de ”El manantial”, de apariencia inocente, produce verdadero terror. El Mal como cicuta disfrazada de miel. La supeditación de todo rastro de piedad al ejercicio perverso del poder. La carencia total de misericordia. La adoración del poder como lo único importante de la vida. El poder por sí, sin objetivos. El poder envilecedor, embrutecedor, como vemos con tanta abundancia. El poder no para realizar proyectos, sino sólo por el placer de mandar. Entre otros malvados puntos de vista, Toohey sostiene en la novela lo siguiente:"El problema básico del mundo moderno, es la falacia intelectual de considerar que la libertad y la coerción son opuestos. Para resolver los gigantescos problemas que agitan el mundo de hoy, debemos esclarecer nuestra confusión mental. Debemos adquirir una perspectiva filosófica. En esencia, libertad y coerción son la misma cosa. Les daré un ejemplo: los semáforos restringen su libertad de cruzar la calle cuando lo desean. Pero esa restricción les da la libertad de no ser atropellados por un camión. Si se les diera un trabajo y se les prohibiera abandonarlo, se restringiría la libertad de sus carreras, pero se les daría la libertad de no temer al desempleo. Siempre que se impone una nueva coerción sobre nosotros, automáticamente ganamos una nueva libertad. Las dos son inseparables. Sólo aceptando la coerción total podemos conseguir nuestra libertad total."
Tan venenoso personaje es muy complejo, pero trataré de describirlo brevemente, si no lo ha hecho ya el párrafo anterior. Lo que configura Ayn Rand es algo que vemos con frecuencia en los alrededores, aunque no solemos darle mucha importancia o tal vez ni lo vemos. Cuando una persona carente de virtudes y talento accede a una gran cultura, se sumirá en una contradicción angustiosa: tiene suficientes conocimientos para reconocer el talento, y por ello es capaz de darse cuenta de que él no lo posee. Con demasiada frecuencia, el mediocre consciente de serlo se vuelve un malvado corruptor de almas, cuando decide tratar de trasmutar sus carencias en virtud: “No tengo ni podré tener talento, pero adquiriré el poder de decidir quién avanza”.
El Ellsworth Toohey de Ayn Rand escribe una columna en un periódico muy famoso, una columna con la que se va convirtiendo, insensiblemente, en una de las personas más influyentes de Nueva York. Decide quién construye los principales edificios, quién expone en las mejores galerías, quién vende libros y quién lee poemas en los salones más exigentes. ¿Cómo lo hace? Muy sencillo: Utilizando la columna, va encumbrando a personajes sin ningún talento a lo más alto de sus respectivos oficios: arquitectura, poesía, música, pintura, etc., de manera que los convierte en rehenes. Esas mediocridades torpísimas dependen del alimento de prestigio que Toohey siga otorgándoles en su columna y, por consiguiente, son presas suyas. Lo lisonjearán. Se bajarán los pantalones ante él. Le harán la pelota. Harán lo que él les mande por innoble que sea y, de hecho, en tal dependencia de Toohey, de muchos influyentes hombres de “éxito” en el Nueva York de los años veinte, se basa el drama de la novela.
Ustedes se preguntarán si hay Tooheys entre nosotros. Y yo les respondería que abran bien los ojos. Acabarán oliéndolos entre escalofríos de pavor. Tal vez descubran voces malísimas cuyo éxito de ventas no tiene explicación, o artistas dando a diario la nota y que sólo quieren ser funcionarios, o rapsodas a los que se resalta a pesar de sus loores a la pedofilia o folclóricas que tienen buenas tetas y muy mal oído y, sin embargo, no paran de actuar. La lista sería interminable.
¿Qué se puede hacer contra los Toohey de nuestro mundo? NADA. En nuestra sociedad se acusa de “narcisismo” al individualista. El que sirve con denuedo su visión original de las cosas es un anarquista. Un creador en libertad está muy mal considerado, puede ser objeto de todo tipo de coacciones y felonías. He visto magníficas ideas individuales malogradas en multitudinarios “braintorms”, tanto que muchas veces me he puesto a llorar por la malversación del talento. La persona que sabe y sabe que sabe está muy mal vista entre nosotros. Se premia a quien hace luminosa ostentación de su ignorancia. Se respeta el ordenado conformismo y se pena a quien no acepte las injusticias. Quien haya trabajado en publicidad o en televisión (yo he estado en ambos) podría contar y no parar sobre pactos tácitos de mediocridades.
Lo cual daría para un congreso de filosofía.
El poseedor de tan curioso nombres es un personaje fundamental de la novela “El manantial”, de Ayn Rand, un libro de enorme impacto en los EE.UU. del siglo XX, origen de una importante corriente de opinión, inspiración de una maravillosa película que protagonizó Gary Cooper junto a Patricia Neal, y uno de los dos libros que más me han influido en lo personal.
La figura de Ellsworth Toohey, en su interrelación con los demás personajes de “El manantial”, es uno de los más atinados retratos del Mal sin paliativos. El Mal sin sombra de bien alguno. El Mal en todo su esplendor. Una forma mucho más real y palpable de la figura de Mefistófeles que la de Goethe, que en algunos pasajes de ”El manantial”, de apariencia inocente, produce verdadero terror. El Mal como cicuta disfrazada de miel. La supeditación de todo rastro de piedad al ejercicio perverso del poder. La carencia total de misericordia. La adoración del poder como lo único importante de la vida. El poder por sí, sin objetivos. El poder envilecedor, embrutecedor, como vemos con tanta abundancia. El poder no para realizar proyectos, sino sólo por el placer de mandar. Entre otros malvados puntos de vista, Toohey sostiene en la novela lo siguiente:"El problema básico del mundo moderno, es la falacia intelectual de considerar que la libertad y la coerción son opuestos. Para resolver los gigantescos problemas que agitan el mundo de hoy, debemos esclarecer nuestra confusión mental. Debemos adquirir una perspectiva filosófica. En esencia, libertad y coerción son la misma cosa. Les daré un ejemplo: los semáforos restringen su libertad de cruzar la calle cuando lo desean. Pero esa restricción les da la libertad de no ser atropellados por un camión. Si se les diera un trabajo y se les prohibiera abandonarlo, se restringiría la libertad de sus carreras, pero se les daría la libertad de no temer al desempleo. Siempre que se impone una nueva coerción sobre nosotros, automáticamente ganamos una nueva libertad. Las dos son inseparables. Sólo aceptando la coerción total podemos conseguir nuestra libertad total."
Tan venenoso personaje es muy complejo, pero trataré de describirlo brevemente, si no lo ha hecho ya el párrafo anterior. Lo que configura Ayn Rand es algo que vemos con frecuencia en los alrededores, aunque no solemos darle mucha importancia o tal vez ni lo vemos. Cuando una persona carente de virtudes y talento accede a una gran cultura, se sumirá en una contradicción angustiosa: tiene suficientes conocimientos para reconocer el talento, y por ello es capaz de darse cuenta de que él no lo posee. Con demasiada frecuencia, el mediocre consciente de serlo se vuelve un malvado corruptor de almas, cuando decide tratar de trasmutar sus carencias en virtud: “No tengo ni podré tener talento, pero adquiriré el poder de decidir quién avanza”.
El Ellsworth Toohey de Ayn Rand escribe una columna en un periódico muy famoso, una columna con la que se va convirtiendo, insensiblemente, en una de las personas más influyentes de Nueva York. Decide quién construye los principales edificios, quién expone en las mejores galerías, quién vende libros y quién lee poemas en los salones más exigentes. ¿Cómo lo hace? Muy sencillo: Utilizando la columna, va encumbrando a personajes sin ningún talento a lo más alto de sus respectivos oficios: arquitectura, poesía, música, pintura, etc., de manera que los convierte en rehenes. Esas mediocridades torpísimas dependen del alimento de prestigio que Toohey siga otorgándoles en su columna y, por consiguiente, son presas suyas. Lo lisonjearán. Se bajarán los pantalones ante él. Le harán la pelota. Harán lo que él les mande por innoble que sea y, de hecho, en tal dependencia de Toohey, de muchos influyentes hombres de “éxito” en el Nueva York de los años veinte, se basa el drama de la novela.
Ustedes se preguntarán si hay Tooheys entre nosotros. Y yo les respondería que abran bien los ojos. Acabarán oliéndolos entre escalofríos de pavor. Tal vez descubran voces malísimas cuyo éxito de ventas no tiene explicación, o artistas dando a diario la nota y que sólo quieren ser funcionarios, o rapsodas a los que se resalta a pesar de sus loores a la pedofilia o folclóricas que tienen buenas tetas y muy mal oído y, sin embargo, no paran de actuar. La lista sería interminable.
¿Qué se puede hacer contra los Toohey de nuestro mundo? NADA. En nuestra sociedad se acusa de “narcisismo” al individualista. El que sirve con denuedo su visión original de las cosas es un anarquista. Un creador en libertad está muy mal considerado, puede ser objeto de todo tipo de coacciones y felonías. He visto magníficas ideas individuales malogradas en multitudinarios “braintorms”, tanto que muchas veces me he puesto a llorar por la malversación del talento. La persona que sabe y sabe que sabe está muy mal vista entre nosotros. Se premia a quien hace luminosa ostentación de su ignorancia. Se respeta el ordenado conformismo y se pena a quien no acepte las injusticias. Quien haya trabajado en publicidad o en televisión (yo he estado en ambos) podría contar y no parar sobre pactos tácitos de mediocridades.
Lo cual daría para un congreso de filosofía.