martes, 28 de marzo de 2017

LA INSOPORTABLE OBLIGACIÓN DE VIVIR


LA INSOPORTABLE OBLIGACIÓN DE VIVIR

Durante el monólogo de Segismundo en “La vida es sueño”, el príncipe encadenado se hacía numerosas preguntas sobre el sentido de la vida. Muchos lo ven como un frenesí de placeres y otros, como un diluvio de calamidades.
Tengo varios conocidos de mi edad que se preguntan con frecuencia si no deberíamos llegar a esta vida con fecha de caducidad. Se refieren, claro está, a los achaques que nos alcanzan cuando deciden que ya no somos útiles y no sabemos si fue primero el huevo o la gallina: si somos inútiles porque necesitamos ayudas médicas o si esas ayudas resultan necesarias porque nos declaran inútiles.
Lamentablemente, son demasiados los que deciden vegetar y esperar para ver llegar eso que tanto miedo nos da; pero esa decisión no es inevitable ni obligatoria. Si uno decide permanecer con la mente servible, resultan enojosos quienes, como en la canción de Serrat, se sientan a “tomar el sol con la boca abierta al calor, como lagartos”. Esto puede deprimir a quienes decidimos que nuestro pensamiento es demasiado valioso como para dejarlo descomponer, pero, por otro lado, irrita más aún que la sociedad nos condene al exilio, pues les molestamos por ser costosos e “inservibles”, aunque sirvamos y aunque podríamos ser extremadamente beneficiosos si no nos despreciaran.
En la España errónea que nos legó la “Generación del 98”, se cuestionan demasiadas cosas que deberían ser intocables, y se desprecia elementos fundamentales que son puntales de las sociedades más avanzadas del mundo. El desprecio español hacia los viejos conlleva la dilapidación de recursos esenciales.