domingo, 18 de enero de 2015

EL VALOR PEDAGÓGICO DE LA LECTURA

Durante los años que más libros publiqué, recibí por internet correos de diferentes profesores de la Universidad de Málaga. Con la mayoría crucé algunos mensajes y respondí sus preguntas, pero a dos no les contesté nunca. Sigo escribiendo sin parar, y ahora me ha dado por darme prisa en terminar novelas a las que he dedicado largos años, pero no publico por razones que mis lectores conocen de sobra, lo que hace que yo haya dejado de resultar goloso para esas personas y, por lo tanto, llevan tiempo sin dirigirme cartas.

Por inconcebible que pueda parecer, esos dos catedráticos a los que nunca respondí me escribían incurriendo en graves faltas de ortografía y, también, con sintaxis inadmisibles. Uno de los dos, redactó la mayor cantidad de pleonasmos que he visto nunca juntos en sólo tres párrafos.

Estos dos correos me inclinaron a hacerme muchas preguntas. ¿Cómo puede doctorarse un profesional que ni siquiera conoce bien su idioma? ¿Por qué se expresan tan deficientemente profesionales de la comunicación que han cursado, supuestamente, estudios superiores? ¿Qué influencia tendrá tan deficiente dominio del idioma en el bajísimo nivel de la enseñanza española?

La psicología antropológica más avanzada afirma que la palabra fue antes que el pensamiento. Aprendimos a pensar por obligación al necesitar recordar las palabras que íbamos inventando, siempre onomatopéyicas al principio del tiempo. Por consiguiente, resulta obvio que cuanto mejor y más a fondo se conozca el idioma, de mejor calidad será el pensamiento. Se trata de una verdad obvia para los especialistas, pero es una verdad despreciada olímpicamente por la pedagogía española.

Hace varios decenios que yo no he hecho otra cosa que escribir; sin embargo, cuando me entrevistaban mucho por mis publicaciones, era frecuente que me preguntaran los periodistas “¿de qué vive usted?”. Tanto se desprecia el idioma en España, que desde el Siglo de Oro, e inclusive entonces, en España se considera la escritura una actividad marginal, vocacional, no un oficio. Todos hemos oído hablar de las miserias vitales de todos los escritores que conocemos, y leemos reflexiones como las de Larra: “Escribir en España es llorar”. Todos los periodistas saben que los derechos económicos de los escritores (TODOS LOS ESCRITORES) son conculcaos, pero ninguno dice nada. Ningún periódico hace nada, ni los especializados en escándalos, como “Interviú” (precisamente, la empresa que publica esta revista posee también una editorial). Los intereses creados, que incluyen a las revistas dedicadas a “fomentar la lectura”, desprecian ominosamente a los escritores. Pero es que la ley los desprecia también, marcando el camino a todos los demás. La ley de propiedad intelectual vigente (modificada en 1996) desasiste a los escritores tan completamente, que no considera delito que las editoriales incumplan sus contratos y roben descaradamente el dinero de los autores. Cuando unos amigos me alertaron sobre mis cuentas debido a una grave enfermedad, indagué entre otros escritores sobre lo que ocurría con las suyas; uno de aquí, de Málaga, soltó un exabrupto intolerable y nunca más hemos hablado; una escritora que había vendido más de un millón de ejemplares de una novela el año anterior me dijo: “Imagina; hace dos semanas recibí una transferencia de 700.000 euros”. Pero un millón de ejemplares de un libro vendido a 20 euros, genera un rendimiento para el escritor superior a dos millones de euros. Se lo dije a mi amiga, que exclamó: “¡Qué quieres, que reclame para que no vuelvan a publicarme!”.  

Leo con frecuencia alusiones a lo aburrido que es estudiar los clásicos. Eso tiene que deberse a los reflejos condicionados por unos sistemas de enseñanza torpes que desprecian la importancia capital del lenguaje y la comunicación. Quien lea a fondo, por ejemplo, “La vida es sueño”, se dará cuenta de lo mucho que hay que desmenuzar y analizar en toda la obra, aunque solamente se fije en el famoso monólogo de Segismundo. Hay para unas cuantas lecciones no sólo de literatura, sino de vida, en el desmenuzamiento de este monólogo, o en algunos pasajes del Quijote, como el de Barataria, pero todo el mundo me dice que ninguna maestro ni catedrático de literatura se para en tales minucias. Lo más que llegan a exigir es “lea usted tal libro”, pero nada más.

Bueno, querido lector, lea usted este párrafo del monólogo citado:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

La importancia de la lectura es que no constituya solamente un acto de obediencia académica.
Leer es la manera más fácil de aprender ortografía y sintaxis. Leyendo se aprende filosofía. Leyendo se aprende a expresarse con propiedad. Leyendo, se aprende a analizar a la gente.

Leer enseña a vivir.