sábado, 27 de agosto de 2011

Sur ha publicado un comunicado de Heredia para echarse a temblar.


VIENDO LO DEL METRO EN LA PROLONGACIÓN DE LA ALAMEDA, ¿QUE VA A PASAR EN LA ALAMEDA-PARQUE?
¿CUÁNTAS SEMANAS SANTAS NOS VA A ECHAR A PERDER LA JUNTA?

En Madrid, construyen y acaban una línea de Metro de 13 ó 14 km EN UN AÑO.
¿DE QUÉ CLASE DE INOPERANCIA SE VALE LA JUNTA PARA TARDAR ESTAS ETERNIDADES? LA CIUDA PATAS ARRIBA ES UNA METÁFORA JUSTÍSIMA DE LA TORPEZA INSTICIONALIZADA DE ESTA JUNTA QUE SÓLO PIENSA EN CUÁNTOS MILITANTES PUEDE DEJAR COLOCADOS.

Las tuneladoras abren (y rematan) 200 a 300 metros de túnel cada día.
¿TAN POBRECITA ES LA JUNTA ILEGAL, QUE NO PUEDE USAR TUNELADORAS?
¿EL NIVEL FREÁTICO? Más alto es el nivel freático de Japón y ... ya vemos.

LOS FUNCIONARIOS JUNTEROS BABEAN DE GUSTO CUANDO PIENSAN EN CUÁNTAS SEMANAS SANTAS NOS VAN A SABOTEAR A LOS MALAGUEÑOS

miércoles, 24 de agosto de 2011

Aumenta la lista de interesados por crear un periódico malagueño



Ya son varios los buenos malagueños que, comprendiendo cuánto lo necesitamos, se han ofrecido a colaborar económicamente. Hemos acusado recibo, pero hasta que no se constituya la empresa, no será posible ingresar dinero.

ES TAREA CASI HEROICA TRATAR DE CREAR UN PERIÓDICO EN ESTOS TIEMPOS...
PERO TAL COMO VA LA COSA, EMPEZAMOS A CREER QUE VA A SER POSIBLE CREAR EL PERIÓDICO QUE IMPULSARÁ A MÁLAGA.

Pueden escribir a:
jlmgvc@gmail.com

domingo, 21 de agosto de 2011

sábado, 20 de agosto de 2011

RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA… PARA TODOS y sin mixtificaciones

Se inventaron una Ley de Recuperación de la Memoria Histórica que es, por lo menos, contraria el espíritu de la Transición (tan elogiado en todo el mundo) y de la CONSTITUCIÓN que aprobamos entre TODOS.
Muchos sucesos y algaradas recientes prueban el intento de ganar SETENTA AÑOS DESPUÉS la guerra civil que provocó Largo Caballero aunque la llevara a cabo el mediocre, panoli y cruel Franco. Nadie habla de localizar el cadáver de Calderón de la Barca (su tumba fue profanada) ni los miles de fusilados por el Frente Popular en el camino de las Pellejeras de Málaga
Durante la búsqueda de datos para mi novela “La desbandá”, hojeé TODOS los ejemplares de La Unión Mercantil, entre junio de 1934 y enero de 1937. Los jóvenes se sorprenderían al ver los numerosísimos espacios en blanco que dejaba la censura en las páginas de este periódico. No se trataba únicamente de censura “oficial”; trabajadores de aquel taller me contaron en 1980 que, en el momento de echar a andar la rotativa, podían llegar grupos de individuos pistola en mano (que se identificaban como sindicalistas o simplemente militantes de algún partido), mandaban romper las “tejas” (matrices de zinc), eliminando todo lo que a ellos no les gustaba, llegando en muchas ocasiones a golpear a los trabajadores que se resistían.
Quienes se quejan de censuras, deberían recuperar la memoria de aquellos incontables cuadrados en blanco.
Tal vez sea lícito buscar huesos reclamados por sus dolientes, pero ¿no sería justo no discriminar? ¿Dónde están los huesos de Calderón de la Barca, sacados de la tumba profanada por el PSOE, cerca de la glorieta de San Bernardo de Madrid? ¿Dónde están los huesos de los millares de curas fusilados en el Camino de las Pellejeras de Málaga? ¿Dónde está el patrimonio cultural destruido el 11 de mayo de 1931 y el 17 de julio de 1936?
Con impericia y carencia a de sentido de Estado, se intenta alterar 70 años de vida en armonía, para revivir LAS DOS ESPAÑAS,
EL ENFRENTAMIENTO FRATRICIDA Y, POSIBLEMENTE, EL DRAMA DE LA GUERRA C IVIL, REAVIVADO SÓLO PARA DISIMULAR LA TORPEZA DE UNA ÚNICA PERSONA, QUE COMETE TRAICIÓN POR SU NOTABLE INCAPACIDAD DE MEDIR LAS CONSECUENCIAS DE LO QUE HACE O DICE.

viernes, 19 de agosto de 2011

UNA CRIMINAL FAMOSA


Marie Madeleine d’Aubray, marquesa de Brinvillier-La-Motte, nació el 22 de julio de 1630. Era la mayor de cinco hijos que tuvo Antoine Dreux d’Aubray, señor de Offémont y de Villiers, Consejero de Estado, Preboste y Vizconde de París y Teniente Civil de París. Marie Madeleine recibió una buena educación literaria pero poco o nada religiosa y moral. Perdió la virginidad a los siete años cohabitando con sus propios hermanos. Tenía mucho amor propio y una naturaleza ardiente y apasionada.
A los 21 años (1651) se casó con Antoine Cobelin de Brinvilliers, barón de Nocerar, aportando al matrimonio una dote de 200.000 libras, reuniendo entre ambos una gran fortuna. Amable, fogosa y bella, intrépida, de espíritu vivo, de gran sangre fría, imperturbable ante los imprevistos, resuelta a sufrir y a morir si fuese necesario, así la describen los que la conocieron bien en su época. Ojos azules, cabellos castaños, muy blanca de piel, era sin embargo pequeña y menuda de talla.
El marqués de Brinvilliers tenía amistad íntima con un capitán de caballería llamado Godin de Sainte Croîx, bastardo de una buena familia de Gascuña. Pronto fue el amante de Marie Madeleine lo que al parecer consentía el marido que a su vez tenía otras amantes. Pero el padre de Marie Madeleine que lo supo, se enfureció y consiguió que Sainte Croix fuese detenido y encerrado en La Bastilla el 19 de marzo de 1663.
Fue al parecer en La Bastilla donde Sainte Croix aprendió todo lo relativo a la preparación de venenos con un tal Exili o Eggidi o Gilles, gentil hombre italiano que estuvo al servicio de la reina Cristina de Suecia.
Cuando logró salir libre de la prisión, enseñó a su vez aquellos conocimientos a su amante. Poco tiempo después Exili fue deportado pero de alguna manera se escapó o regresó a París alojándose preciosamente en la propia casa de Sainte Croix. Exili había aprendido a su vez la química de los venenos de un conocido químico de la época, el suizo Cristophe Glaser, establecido en París, autor de un célebre "Tratado de Química", boticario del rey, y descubridor del sulfato de potasa que llevó su nombre.
Este famoso Glaser era quien al parecer proveía de sustancias químicas a Sainte Croix y a Exili. La Brinvilliers volvió con su amante apenas salido de la cárcel y se despertó en ella un profundo odio contra su padre responsable de la prisión de Sainte Croix. Tal fue su odio que decidió fríamente vengarse acabando con su vida y a la vez apropiarse así de la fortuna paterna. La Brinvilliers comenzó a visitar a los pobres y desvalidos de los hospitales a los que llevaba dulces, vino, galletas y otros regalos y pronto aquellos que atendía con tanto cariño aparente, morían. Hizo una diversión y un ensayo con el envenenamiento de los enfermos de los hospitales, observando el efecto de las sustancias que les administraba.
Según las investigaciones de la policía de la época envenenó también a varios criados "para ensayar". Una vez que probó lo que llamaba "la receta de Glaser", comprobando la impotencia de los médicos para descubrir las trazas del veneno en el cadáver, cuando estuvo segura del efecto, decidió el envenenamiento de su padre.
El 13 de junio de 1666, Antoine Dreux d’Aubray, que hacía varios meses sufría extrañas molestias, decidió marchar a sus tierras de Offrémont, a escasas leguas de Compiêgne, rogando a su hija que le acompañase y pasara con él y sus nietos dos o tres semanas. Desde la llegada de la marquesa de Brinvilliers junto a su padre, el mal de éste empeoró, presentándose grandes vómitos cada vez más violentos, teniendo que ser trasladado a París para ser atendido por otros médicos. Su hija le acompañó.
Marie Madeleine confesaría más tarde que había administrado veneno a su padre 28 a 30 veces, con sus propias manos y a veces por medio de un lacayo llamado Gascon que Sainte Croix le había enviado como hombre de toda su confianza. Al parecer usaba arsénico mezclado con otras sustancias.
El envenenamiento duró ocho meses, al cabo de los cuales Antoine Dreux d’Aubray murió en París el 10 de septiembre de 1666 a los 66 años. La autopsia mostró según los médicos que la muerte fue por "causas naturales". Sin embargo corrió el rumor de que había sido envenenado. Le sucedió en el cargo de Teniente Civil de París, su hijo mayor del mismo nombre Antoine Dreux d’Aubray, conde de Offémont, Consejero del Parlamento e Intendente de Orleans.
Una vez que se libró de su padre que era el crítico de su conducta licenciosa, Marie Madeleine ya no tuvo freno a sus pasiones y tuvo varios amantes a la vez, entre ellos un primo suyo de quien tuvo un hijo además de los que tenía de su marido y dos que tuvo de su amante Sainte Croix. Luego se enamoró del preceptor de sus hijos, un joven llamado Briancourt, bachiller en teología. Sus devaneos no le impedían sentir celos de su primer amante Sainte Croix que andaba con otras mujeres y de su propio marido que tampoco perdía el tiempo, especialmente con una joven la Srta. Dufay a quien la Brinvilliers pensó apuñalar.
Mientras tanto, de la herencia paterna, le correspondió una parte que pronto dilapidó. A sus hermanos les había quedado sin embargo la mayor parte de la herencia. No vaciló en enviar a dos sujetos que le recomendó su amante para que asesinaran a su hermano mayor cuando viajaba en coche a Orleans, pero fracasaron en su intento. Como le urgía el dinero, se decidió a ensayar de nuevo el veneno. Para ello en 1669, consiguió hacer entrar como lacayo a un sujeto llamado La Chaussée, en casa de su hermano Antoine que vivía con el segundo hermano que era Consejero de la Corte. El lacayo usó una dosis tan fuerte de veneno que el Teniente Civil se dio cuenta increpándole. Pero La Chaussée hábilmente se excusó diciendo que serían restos de una medicina que tomaba y rápidamente tiró el líquido al fuego
Hubo un segundo intento el 6 de abril de 1670, por medio de un pastel del que comieron algunos de la familia sintiéndose enfermos. Antoine fue quien más sufrió. La Chaussée le atendía solícito y en cada bebida que tomaba le ponía más veneno. Los sufrimientos de Antoine eran cada vez mayores.
La Brinvilliers mientras tanto confesó al preceptor de sus hijos y amante de turno, Briancourt, que estaba tratando de envenenar a su hermano. El martirio de Antoine duró tres meses, vomitando continuamente, adelgazando, secándose poco a poco y muriendo por fin el 17 de junio de 1670. El otro hermano murió tres meses después y en la autopsia realizada por los cirujanos Duvaux y Duprès y el boticario Gavart, se pudo comprobar que había sido envenenado. No sólo no pareció nadie sospechar de La Chaussée, sino que su difunto amo le dejó en su testamento "100 escudos por sus leales servicios". Esta increíble Madame de Brinvilliers como se sabría más tarde, intentó envenenar a su propia hija mayor porque "le parecía tonta", aunque luego se arrepintió y le dio leche como contraveneno. Pero sus cómplices le exigían cada vez más dinero, teniendo que someterse a sus chantages. Sainte Croix tenía guardados en una arqueta unos frascos de veneno y 34 cartas de Marie Madeleine que la comprometían en los crímenes de sus familiares. Ella, al ver que su amante retenía las cartas comprometedoras, pensó en suicidarse usando sus mismos venenos. Pero fue el propio Sainte Croix quien administró a Marie Madeleine un veneno de lo que ésta se dio cuenta enseguida que se sintió mal tomando gran cantidad de leche para neutralizarlo lo que la salvó, aunque quedó sufriendo durante varios meses, recuperándose después.
Como se envanecía de sus hazañas que no podía callar, una vez dijo a uno de sus criados que "tenía en una botella que le mostró, algo con qué vengarse de sus enemigos y que en aquella botella había bastantes sucesiones". Cuando fue sometida a proceso por sus crímenes aquella palabra se haría famosa y al veneno se le llamaría "polvos de sucesión".
En 1673, cansada al parecer de su señora de compañía, Mmlle. de Villeray, la envenenó también. En sus confidencias a Briancourt, fue revelándole todos sus crímenes y le contó cómo había despreciado a sus hermanos a los que había envenenado.
Quedaban aún vivas su hermana Therèse d’Aubray y su cuñada Marie-Therèse Mangot, la viuda de Antoine, que le reprochaban su conducta viciosa. Briancourt escribió a ambas avisándoles que tuvieran cuidado pues se pretendía envenenarlas.
La Brinvilliers preparó una trampa a Briancourt a quien primero dio un veneno, que no le produjo al parecer el efecto deseado y luego encargó a Sainte Croix que le mandase apuñalar cosa que también fracasó. Un tercer intento hubo al parecer pues Briancourt cuenta que un día alguien a quien no pudo ver le disparó dos tiros que no dieron en el blanco.
Mientras tanto, el marido de la Brinvilliers, el marqués consentidor fue también objeto de las "atenciones" de su mujer que en varias ocasiones recibió varias dosis de veneno de mano de la envenenadora. Pero arrepentida más tarde, le cuidaba y le administraba un contraveneno. El pobre marqués no hacía más que tomar triaca magna y orvietan que por entonces se creía que eran potentes alexifármacos y por lo tanto preventivos del envenenamiento. Briancourt por su parte logró escapar de aquel enrarecido ambiente retirándose a dar lecciones en la casa de los padres del Oratorio.
Pero un acontecimiento imprevisto iba a tener lugar, el que serviría para descubrir los crímenes: la muerte de Sainte Croix en su misterioso laboratorio de la plaza Maubert, donde practicaba la alquimia tratando de hallar la piedra filosofal. Al parecer algunas emanaciones de las sustancias tóxicas que manipulaba y que respiró al rompieres la máscara de vidrio que utilizaba, fueron las causantes de su final.
Cuando Madame de Brinvilliers se enteró, su primer pensamiento fue: "¡La arqueta en la que están guardadas mis cartas comprometedoras!" y trató por diversos medios de obtenerlas sin conseguirlo. Sainte Croix había dejado un papel escrito al que puso por cabecera "mi confesión".
El comisario Picard se hizo cargo de las investigaciones el 8 de agosto de 1672 con el sargento Creuillebois. Éstos, en el registro realizado hallaron la arqueta con las cartas comprometedoras de las que deducirían toda la horrible historia de los crímenes, a pesar de que Sainte Croix en su confesión rogaba que la arqueta sellada se devolviese a Mme. de Brinvilliers por no contener nada de particular. Pero desobedeciendo aquel deseo, el comisario leyó las cartas y un documento por el que Mme. de Brinvilliers se comprometía a pagar a Sainte Croix 30.000 libras y las botellas conteniendo los venenos. El 22 de agosto el Teniente Civil citó a Mme. de Brinvilliers para examinar los escritos hallados, pero ésta envió a su procurador y huyó a Inglaterra. La Chaussée fue detenido. La viuda de Antoine presentó una denuncia contra los dos por el envenenamiento de su marido. La Chaussée sometido a tortura cantó de plano y fue condenado a muerte el 24 de mayo de 1673. Fue desarticulado en la propia rueda hasta que murió.
Mientras tanto, la marquesa vivía miserablemente en Londres. Luis XIV personalmente, dada la calidad de la acusada, se tomó un gran interés en el proceso. Quiso que la investigación se llevase adelante hasta sus últimas consecuencias y que todos los cómplices por alto que estuviesen fuesen descubiertos y condenados. Se solicitó la extradición de la Brinvilliers a Inglaterra y el rey de aquel país la concedió, pero Marie Madeleine había ya huido a los Países Bajos.
Mientras tanto su marido, el desconcertante marqués de Brinvilliers se había instalado tranquilamente con sus hijos en la finca y castillo de su suegro, del que Luis XIV le ordenó salir y dejar a la viuda del hermano mayor asesinado que tomase posesión de aquellos bienes. El 25 de marzo de 1676 la marquesa de Brinvilliers fue por fin detenida en Lieja en el convento en que se había refugiado. La detención es un capítulo más rocambolesco aún que la vida de esta familia. El capitán Degrez, disfrazado de abate, consiguió interesar a Mme. de Brinvilliers en una cita amorosa, y ésta cuando esperaba una aventura galante más, se encontró con un oficial de policía, M. Degrez y dos arqueros que la detuvieron pocos momentos antes de que las tropas españolas entrasen en Lieja.
La marquesa de Brinvilliers llevaba consigo en el momento de ser detenida una confesión escrita de todos sus crímenes que sería más tarde publicada por Armand Fouquier en su obra sobre las Causas cé lebres, pero el tono de la misma era tan fuerte que el propio editor no se atrevió a publicar aquello, quitando algunos párrafos y traduciendo otros al latín.
Conducida a Maestricht, fue encerrada el 29 de mayo en la prisión de la ciudad. Intentó suicidarse tomando fragmentos de vidrio molido de un vaso que había roto, y además tragó alfileres, pero todo en vano. No murió de aquel intento. Un tercer intento de suicidio fue más horrible todavía, introduciéndose un bastón por la vagina. Curada de todos aquellos intentos trató de comprar a uno de sus guardias para escapar de la prisión, matar al policía Degrez al que odiaba y al criado que la atendía, robar la caja donde Degrez guardaba su confesión escrita, coger caballos y huir.
Todo en vano. Fue trasladada a París y encerrada en la Conciergeríe el 26 de abril. Desde allí escribió cartas a sus amistades que uno de los guardianes prometía entregar, cuando en realidad eran entregadas a los magistrados.
Comenzó el proceso contra esta increíble mujer el 29 de abril de 1676. Ella negó con obstinación todos los cargos y evidencias incluso sus confesiones. Se la acusó de asesinatos, de sodomía y de incesto. Briancourt compareció ante el Tribunal haciendo un detallado relato de la vida de su examante. Mme. de Brinvilliers estaba perdida. Briancourt entre sollozos se dirigió a ella en el curso del último careo exclamando: "Os advertí muchas veces señora de vuestros desórdenes, de vuestra crueldad y que vuestros crímenes os perderían" a lo que ella respondió: "Siempre habéis sido un cobarde Briancourt, y ahora tampoco tenéis valor. Lloráis".
Durante todo el proceso no se descompuso el rostro de Marie Madeleine. Siguió negando todo. Conservó siempre su mente clara y una mirada dura en sus ojos azules. Los esfuerzos extraordinarios del abogado defensor M. Mivelle fueron inútiles. El Presidente del Tribunal anunció que le enviaría una persona de gran virtud que la consolaría en sus últimos momentos y trataría de salvar su alma, el abate Edmond Pirot, teólogo y profesor de la Sorbona, conocido en toda Europa por sus discusiones con Leibnitz.
El abate Pirot ha contado el último día de Mme. de Brinvilliers minuto a minuto en dos volúmenes que constituyen un verdadero monumento literario. Consiguió con su bondad y su habilidad convertir en cera aquella roca dura. Ella le contó todos los pormenores de su vida, con una sangre fría que dejó asombrado al abate. Escribió una carta a su marido desde la prisión pidiéndole perdón por toda la ignominia que había hecho caer sobre la familia y especialmente sobre él y sus hijos y lloró amargamente ante las palabras que le dirigió el buen sacerdote, para estimular su arrepentimiento. Le habló de sus hijos a los que decía amar tiernamente y que no había querido verlos para que no les quedase una imagen amarga de su madre.
El 16 de julio de 1676 se leyó la sentencia.
"La Corte ha declarado a la dicha d’Aubray de Brinvilliers culpable de haber envenenado a su padre M. Dreux d’Aubray y haber hecho envenenar a sus dos hermanos y atentado contra la vida de su hermana (no se habla de más muertes ni de sus ensayos). Por ello se la condena a presentarse en la puerta principal de la iglesia de Notre Dame de París, con los pies desnudos, la cuerda al cuello, manteniendo en sus manos una antorcha ardiente de 2 libras de peso y allí de rodillas declarar que por venganza y para apoderarse de sus bienes envenenó a su padre, a sus dos hermanos y atentó contra la vida de su hermana, de todo lo cual se arrepiente y pide perdón a Dios, al Rey y a la Justicia. Y en la plaza de la Grève de esta villa le cortarán la cabeza en el cadalso levantado en la dicha plaza. Luego su cuerpo será quemado y las cenizas aventadas..."
Después de la lectura de la sentencia, la llevaron a la sala de torturas.
Al entrar dijo: "Señores, es inútil eso. Yo diré todo sin olvidar un detalle. Negué todo durante el juicio porque así creía defenderme y no creí estar obligada a confesar nada. Se me ha convencido de lo contrario y os aseguro que si hubiese hablado hace tres semanas con la persona que me habéis enviado hace 24 horas (se refiere al P. Pirot) haría tres semanas que sabríais toda la verdad".
Después, levantando la voz hizo una declaración de todos sus crímenes. En cuanto a la composición de los venenos que usaba, sólo sabía que llevaban arsénico, vitriolo y veneno de sapo. El único antídoto que ella conocía era la leche. Como cómplices sólo tuvo a Sainte Croix y los lacayos.
Los jueces consideraron que había hablado sinceramente, pero la tortura era exigida por el reglamento y así se la sometió a la tortura del agua, la más cruel que se aplicaba por entonces en París. Se hacía beber enormes cantidades de agua al condenado, lo que producía una gran dilatación del estómago e intestinos y con ello horribles dolores. Pirot con sus palabras había doblegado aquel carácter de hierro y entregado a los jueces a la condenada sumisa y resignada. Pero la tortura cambió su actitud que se transformó de nuevo en odio a todo y a todos. Pero pasado el mal rato, el P. Pirot con su voz amable y bondadosa la hizo volver a su anterior estado de paz interna.
Permaneció unos instantes de rodillas ante el altar de la capilla para marchar luego al suplicio, descalza, con la camisa de los condenados, en una mano el cirio de los penitentes y en la otra un crucifijo. Al salir de la Conciergeríe fue subida a un volquete o carreta muy estrecha donde apenas podían permanecer la condenada, el verdugo y el P. Pirot. La carreta avanzaba hacia la plaza de la Grève. Las calles estaban llenas de gentes curiosas que iban a presenciar el ajusticiamiento. Un dibujante, Le Brun, le hizo un dibujo que hoy se expone en el Museo del Louvre de París con el N. 853 a lápiz rojo y negro, considerado como una obra de arte. Se ve en él la silueta del abate Pirot detrás de la condenada.
La gente la insultaba al paso aunque otros la compadecían. Subió al cadalso con entereza y dijo al sacerdote: "No os vayáis antes de que mi cabeza haya caído. Me lo habéis prometido. Os ruego me perdonéis el tiempo que os he quitado... Os ruego que digáis un De Profundis en el momento de mi muerte y mañana una misa. Rogad a Dios por mí". A lo que contestó Pirot: "Haré lo que me pedís". Y cuenta en su estremecedora obra el abate Pirot: "Se arrodilló seguidamente sobre el cadalso con la cara vuelta hacia el Sena. No estaba asustada. Sufrió pacientemente cuanto le hizo el verdugo para prepararla, cortándole los cabellos haciéndola mover la cabeza en distintas formas, a veces con rudeza. Ella se sometió a esta vergüenza pública con paciencia. Se dejó atar las manos como si le hubiesen puesto brazaletes de oro y se dejó poner la cuerda al cuello como si hubiese sido un collar de perlas". Luego dijo: "Quisiera que me quemaran viva para hacer mi sacrificio más meritorio".
El abate Pirot cantó la Salve y el pueblo le acompañó. Entonces dijo a la condenada que le iba a dar la absolución: "Renovad vuestra contrición", Y le dio la absolución, pronunciando las palabras sacramentales porque el tiempo apremiaba. La cara de Mme. de Brinvilliers irradiaba esperanza y alegría, serenidad y la ternura del arrepentimiento bien diferente de aquello que debió sentir cuando eliminaba a sus familiares.
La bruma de la tarde caía sobre París. El crepúsculo rodeaba la catedral de Notre Dâme. El verdugo Guillermo, vendó los ojos de la condenada, mientras ella repetía con el confesor las últimas oraciones. Sonó un golpe sordo. La cuchilla hizo su trabajo tan limpiamente que por un instante la cabeza parecía que no quería separarse del cuerpo. "Señor, dijo el verdugo al abate, ¿no os parece que ha sido un bello golpe? Yo me encomiendo siempre a Dios en estas ocasiones. Le haré decir seis misas a esta señora".
El cuerpo fue llevado a la pira, donde las llamas pronto la consumieron. Después las cenizas fueron dispersadas, pero el pueblo siempre imprevisible, se acercó al lugar para llevarse los restos óseos calcinados. Así terminaba su último día la que en vida se llamó Marie Madeleine d’Aubray, marquesa de Brinvilliers.

jueves, 18 de agosto de 2011

EL ADN DE CRISTÓBAL COLÓN


PORTADA DE MI LIBRO SOBRE COLÓN, EDITADO POR PLANETA


Un equipo de la Universidad de Granada certificó que los restos de Colón son auténticos, pero esta identificación no aclara todos los misterios. Queda conocer dónde nació, sus orígenes y por qué eligió Palos para iniciar la travesía. El enigma continúa a los 500 años de su muerte.

La historia y el mito se confunden en nuestra percepción sobre Cristóbal Colón. Ahora que un equipo de la Universidad de Granada, coincidiendo con el V Centenario de su muerte, ha determinado que los restos enterrados en la Catedral de Sevilla serían auténticos, pareciera haberse desvelado el último gran enigma colombino, ese misterio cuyo colmo fue la peregrinación interminable del cadáver del descubridor, con una historia de nomadismo tan azarosa, que cinco ciudades, Sevilla, Santo Domingo, La Habana, Génova y Ciudad del Vaticano proclaman ostentar el privilegio de custodiar los restos genuinos. Restos que veces incontables fueron ocultados y salvados de las garras de Francis Drake y otros bucaneros, de las ambiciones de Napoleón y de las vicisitudes del Imperio Español. Aclarado que la porción de esqueleto que reposa en Sevilla puede pertenecer a Colón, quedan todavía demasiadas preguntas sin responder.

Se sabe muy poco del personaje que a finales de 1491 comenzó a cosechar los frutos de su tesón frente a las barreras que llevaba años encontrando en los dominios de los Reyes Católicos. Cuando se alcanzó el 2 de enero de 1492 el que había sido el objetivo primordial de Isabel y Fernando, la conquista del reino de Granada, quedó allanado el camino para el sueño de un hombre enigmático, envuelto en tinieblas, que a pesar de todos los pesares e improbabilidades había logrado el patrocinio de tres poderes fácticos, la Iglesia, la nobleza y la banca. Persistían las reticencias científicas en los cenáculos salmantinos, pero ya habían dejado de ser un obstáculo determinante. En enero de 1492, ese personaje oscuro de pasado turbulento y quizás escabroso, contaba, asombrosamente, con las bendiciones franciscanas y el favor de un converso valenciano, Luis de Santángel, que era quien dirigía la economía de Aragón. En los tres meses siguientes, y en consonancia con los ritmos de la Naturaleza, el proyecto de Cristóbal Colón alcanzó su primavera para ponerse definitivamente en marcha entre la exuberancia frutal del verano. Con la firma de las Capitulaciones de Santa Fe, una inesperada primavera había llegado el 19 de abril para quien tanto esperó, superando todas las pruebas de la paciencia, que no era una de sus virtudes. Pero…

¿Cuáles renglones de su currículum ocultó? ¿Por qué un temor tan patente a que fuese conocido su pasado? Fue deliberadamente impreciso por razones que ningún historiador ha llegado a desentrañar. Innumerables conjeturas tratan de explicar los porqués del misterio; tantas presunciones como historiadores y comentaristas, incluido su propio hijo Hernando. E innumerables han sido, también, las manipulaciones deliberadas y los retoques de la imagen que de él legaron a la posteridad, como si existiese un acuerdo tácito o una voluntad superior que les condicionaba. El personaje que aprendimos en la escuela oscila entre la solemnidad y la piedad, la circunspección y el hieratismo; porta devotamente estandartes y símbolos católicos, y se nos muestra revestido del ascetismo y la iluminación espiritual de un profeta. Pero en cuanto se bucea en los comentarios de sus coetáneos, a las primeras de cambio emerge un hombre sensual, venal, temperamental; un seductor con éxito notable entre las mujeres más influyentes de su tiempo y un cardo borriquero para casi todos los hombres que lo trataron. Su atractivo erótico y su irascibilidad pueden proporcionar pistas de su pasado, aunque no aporten datos esenciales, que nadie conseguirá nunca precisar.

Colón fue amado apasionadamente por muchas mujeres, aunque no parece que él les correspondiese con el mismo ardor. Le favorecía el imán de su cuerpo fornido, su melena rubia y sus ojos claros, pero no parecía dispuesto a dar mucho más. A Felipa Muñiz la abandonó durante largas temporadas en una pequeña y árida isla, yéndose a navegar por las costas de África y el occidente europeo con misteriosas encomiendas de armadores lisboetas de origen italiano. A la jovencísima y bella cordobesa Beatriz Enríquez de Arana apenas le devolvió el favor de engendrar a su hijo Hernando y cobijar varios años a Diego. A Beatriz de Bobadilla sólo le regaló su pasión en la isla de La Palma, durante el mes de agosto de 1942, mientras remoloneaba a la espera de que reparasen La Pinta, probablemente saboteada por su propio dueño, Cristóbal Quintero, que había sido forzado por los Pinzón a sumarse a la aventura. Y con la reina Isabel se le deslizaron indiscreciones nada caballerescas en su diario. Indiscreciones que jamás cometió en relación con sus propios orígenes, porque su resolución de ocultarlos debía de ser obsesiva. Antes de ampararle el favor de los Reyes de Castilla y Aragón, la única certeza sobre el pasado de Colón es que viajó siempre, desde niño; tal vez demasiado niño si creyésemos que de verdad había nacido en 1451, lo que es seguramente más falso que un maravedí de cartón. Navegó sin cesar y no paró de hacerlo no ya hasta su muerte, sino también después de muerto y casi hasta nuestros días. Rumores y testimonios acallados, sin duda, por herederos e historiadores lo sitúan a edad inadmisiblemente temprana en pendencias y actividades non sanctas en Galway, Gascuña, Guinea, las Costas de la Malagueta, Lisboa o el Golfo de León. Pero ¿quién era? ¿Dónde había nacido? ¿Cómo se llamaba?

En ningún padrón lisboeta figura el nombre de Cristóbal Colón, a pesar de que ese puerto, el más activo de la época, fue su residencia estable durante –al menos- la adolescencia, toda su juventud y buena parte de la madurez. Según los investigadores locales, tal nombre no aparece en legajo alguno entre 1451 y 1488, a pesar de que no era socialmente un donnadie. Se casó con la heredera de un íntimo de Enrique el Navegante y contaba con el amparo del superior de la Orden de Santiago, Fernando Martines, que fue, quizá, quien arregló su matrimonio con Felipa Muñiz. Causa pasmo saber que, junto con la autoridad católica, también le patrocinaban dos judíos muy influyentes en la corte portuguesa, el científico Joseph Vizinho y el cosmógrafo español Abraham Zacuto, lo que abona la tesis de Salvador de Madariaga sobre un posible origen hebreo. Y con toda probabilidad se corrió más de una francachela con Juan II cuando éste era virrey de Guinea por delegación de su padre, Alfonso V. A pesar de todo ello, y aunque su hermano Bartolomé tenía un importante negocio de cartografía, antes del descubrimiento no aparece en censos portugueses el nombre con que ha pasado a la posteridad. Todo inclina a sospechar que se debería a una razón simple: no se llamaba Cristóbal Colón. Como marino que había sido desde niño, pudo adoptar el apellido de uno de sus más queridos y pródigos protectores juveniles, el corsario francés Guillaume de Casanove, alias Coullon o Colonne, pues era muy común entre los marinos de la época hacerse llamar por el patronímico con que su capitán era conocido en los puertos. Dato que podría ser uno de los misterios voluntariamente velados por el descubridor, pues hay quien lo sitúa a los veintitantos años capitaneando por su cuenta un barco corsario, contratado por René de Anjou para atacar los barcos del rey de Aragón en el Mediterráneo. De ser verdad, ¿podía revelar a Fernando que había sido enemigo de su padre y que había atacado las posesiones de su reino? Coetáneos de Colón apuntan los nombres familiares de Salvago o Salgado como los auténticos, aunque también hay quien asegura que era hijo de otro íntimo de Enrique el Navegante, un gascón o bretón apellidado Scott que habría participado en el cerco y toma de Ceuta. En este caso, el nombre auténtico sería Pierre o Peter Scott, posibilidad citada recurrentemente por distintos investigadores.

Colón naufragó quizá más de una vez, escuchó con interés los testimonios de otros náufragos, examinó por doquier, de manera obsesiva, los restos de naufragios arrastrados por las olas y cuentan que al navegar observaba el cielo y el mar con ojos alucinados, como luminarias en busca de una verdad por la que tuvo que oír chanzas durante casi dos décadas. Muchos lo creyeron loco y no es una locura suponer que tenían razón, porque si alguien con sus repentes y sus espantadas llegase en la actualidad a la consulta de un médico, lo atiborrarían de Prozac. El más trascendental de los náufragos que trató Colón fue el piloto Alonso Sánchez de Huelva. Es éste un personaje que ha debido de parecer temible a todos cuantos sintieron la necesidad o la obligación de manipular la imagen del descubridor de América. Los historiadores de los últimos trescientos años aluden a Alonso Sánchez como una figura improbable, mítica, evanescente. Un invento de los envidiosos. De modo que ni los más acérrimos enemigos de la epopeya colombina han osado ni se les ha ocurrido rescatarlo para el conocimiento general. Pero antes de ellos, todavía en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega, casi contemporáneo de la Conquista, retrataba al piloto onubense como alguien indiscutiblemente real en sus “Comentarios reales de los Incas”. Relata Garcilaso que Alonso Sánchez, cuyo navío había sido empujado por vientos adversos hacia una gran isla situada mucho más allá de las Azores, llegó tras su naufragio junto a la isla madeirense de Porto Santo a solicitar amparo en la casa de Cristóbal Colón, a quien él y sus compañeros relataron la aventura en tierras paradisíacas al otro lado del océano… “dexándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte, los cuales aceptó el gran Colón con tanto ánimo y esfuerço, que, haviendo sufrido otros tan grandes y aun mayores (pues duraron más tiempo), salió con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a España, como lo puso por blasón en sus armas, diziendo: A Castilla y a León Nuevo Mundo dio Colón”.

¿Por qué llegó Colón a Huelva, a la Rábida? La confidencia de Alonso Sánchez de Huelva ¿podría ser la explicación? Se nos cuentan anécdotas que, como la de las joyas isabelinas “empeñadas”, ofenden la razón; una asegura que llegó por acaso al monasterio franciscano, llevando a su hijo Diego de la mano, a cuyas puertas suplicó a los monjes alimentos para el niño; él, un hombre que disfrutaba en Lisboa de una residencia con muchos criados y estaba emparentado por matrimonio con dos importantes casas nobles. Palos de la Frontera no es un lugar situado en una ruta de paso entre Portugal y España ni, en realidad, en un paso cualquiera a donde se llega por casualidad; es un sitio entre marismas, el mar y una gran ría a donde hay que encaminarse deliberadamente. Además, coincidía que a finales del siglo XV era el puerto español de donde partían las principales, aunque escasas, expediciones de exploración marina. Los cronistas de la época afirman que Palos era una “pequeña Lisboa”, empleando el referente que representaba lo máximo en puertos de Europa. Y además de una comunidad religiosa que de repente y como por ensalmo se afanó con ahínco en el impulso del proyecto colombino, en Palos sentaban sus reales los Pinzón.

No se ha otorgado a Martín Alonso Pinzón el crédito que merece en el descubrimiento de América. Este hombre cincuentón, uno de los más poderosos de Andalucía, próspero y nada necesitado de meterse en berenjenales aventureros, evitó que Colón cometiese errores de libro. Los franciscanos de La Rábida, con el superior Juan Pérez y el estudioso Antonio de Marchena a la cabeza, asumieron el proyecto como propio. Aparte de la indicación de Alonso Sánchez de Huelva, ¿qué argumentos portaba Colón para convencerles con tanta celeridad y tan grande entusiasmo? ¿Traía cartas de presentación del superior de la Orden de Santiago lisboeta? ¿Son veraces los rumores que señalan que en el convento portugués que gobernaba Fernando Martines tenía lugar un intento de resurrección de viejas órdenes gnósticas y militares? ¿Simpatizaban los franciscanos onubenses con ese intento? El hecho es que abogaron por el proyecto colombino no sólo ante los reyes, ante quienes contaban con cierta influencia, sino ante quien podía convertirlo en realidad: su vecino Martín Alonso Pinzón. Por aquellos tiempos, el gran armador andaluz había realizado un viaje de negocios a Roma, junto a su hijo Arias Yáñez. Un amigo de éste ejercía de cosmógrafo en el séquito del papa Inocencio VIII, a punto de ser sustituido por el valenciano Rodrigo Borja, que justamente en el prodigioso año 1492 alcanzaría la tiara papal. El cosmógrafo amigo de Arias les dijo a padre e hijo que tanto Inocencio VIII como el futuro Alejando VI, sentían mucho interés por que “España emprenda la conquista para el evangelio de los extensos territorios que sabemos que han de ser descubiertos en Occidente”. Premonitoria recomendación que se sumó a la “baraka” que amparaba a Cristóbal Colón en aquellos momentos. Así, cuando llegó el descubridor a Palos con varias órdenes reales sumamente delirantes e improcedentes, Martín Alonso Pinzón se hallaba completamente predispuesto. Evitó que los palenses lo arrasaran cuando exigió en nombre de los reyes que ellos armaran por su cuenta dos barcos para ponerlos a su servicio “como castigo por lo mal que os habéis portado con los reyes”. Cuando los palenses respondieron que sí pero que “nanay”, Colón volvió a la carga, con otra orden real que le autorizaba a enrolar forzosamente a penados, que así redimían sus culpas. De hecho, se dispuso a vaciar las cárceles de media Andalucía para emplearlos como tripulantes. Comprendiendo que con tal tripulación y ante lo que les esperaba en un océano cuyo tornaviaje no señalaba ninguna carta de marear, Martín Alonso convenció a Colón de que desistiera con el argumento de que no llegaría a bordo ni a la mitad de la travesía. Sería arrojado al mar, lo que su carácter irascible no haría más que fomentar. El descubrimiento por parte de España del Nuevo Mundo fue posible porque se involucró Martín Alonso Pinzón y porque Colón había conocido años antes a Alonso Sánchez de Huelva. Sin estos dos onubenses, el descubrimiento de América habría sido protagonizado por Portugal, Francia o Inglaterra. Aunque a partir del 3 de agosto de 1492 las crónicas son minuciosas en datos y pródigas en detalles, aún después de esa fecha se produjo un hecho sumamente misteriosa, también insatisfactoriamente explicado.

Los textos y las historias escolares nos cuentan que Cristóbal Colón se presentó en marzo de 1493 en Barcelona, a rendir cuenta a los Reyes Católicos de su descubrimiento. Pero los textos pasan por alto o minimizan dos significativas escalas previas. Antes, habían llegado las dos carabelas supervivientes, la Pinta y la Niña, al solar de sus tripulantes y armadores, Palos. Y estaba justificado el anhelo de los marineros no sólo por las penalidades de la expedición, sino por un susto tremendo que acababan de pasar. El 4 de marzo, por razones que nadie ha explicado satisfactoriamente, Cristóbal Colón decidió fondear en el puerto de Lisboa. Al astuto y redomado Juan II de Portugal le faltó tiempo para mandar prender los dos barcos, que permanecieron encadenados y bajo vigilancia militar más de una semana. ¿Qué pretendió Colón con este acto? ¿Trataba de dar sal en la mollera a su antiguo camarada, el rey? ¿Era su forma de demostrarle lo equivocada que había sido su decisión de no patrocinar la expedición? O… ¿Tal vez quiso poner el descubrimiento en manos del rey del país donde más años había vivido? Juan II, aún en esos momentos, invocó el tratado de Alcobaças, mediante cuya literalidad debía considerarse suya toda tierra situada en las latitudes donde Cuba y República Dominicana reencuentran. ¿Rehusó Juan II el “regalo” por miedo a una guerra contra los que ya se prefiguraban como los monarcas más poderosos de Europa? La justificación de una tempestad para la entrada en Lisboa en el camino hacia Palos no se tiene en pie. Nadie sabrá nunca la verdad de lo ocurrido entre el 4 y el 13-14 de marzo en los cais de Lisboa. Pero es que tampoco llegaremos nunca a saber quién era de verdad el hombre que mandaba aquellos dos navíos.

martes, 16 de agosto de 2011

El ridículo de la catedral inacabada.



Quien conozc a el proyecto completo de la catedral de Málaga se sentirá insoportablemente frustrado porque no estéacabada.
Sin embargo, hay opinantes que se complacen en ese símbolo de la incompetencia malagueña, sin detenerse a pensar lo extremadamente vulnerasble que el monumento es en su estado actual, DE MANERA QUE SI NO SE EVITA DURARÁ A LO SUMO UN PAR DE GENERACIONES MÁS.
La catedral debe ser terminada, por nuestro orgullo, por nuestro prestigio y, sobre todo, por nuestro amor a una obra que será prodigiosa una vez finalizada.

domingo, 14 de agosto de 2011

Leyenda celta Tristan e Isolda

sábado, 13 de agosto de 2011

La catedral de Málaga

viernes, 12 de agosto de 2011

REFLEXIONES SOBRE LA TERMINACIÓN DE LA CATEDRAL DE MÁLAGA

-ES MARAVILLOSO QUE BENDODO APOYE E IMPULSE ESTE ASUNTO, porque representa la asunsión de que la cuestión interesa y conviene a toda la provincia

-SEERÍA CONVENIENTE que el alcalde no acentuara el aspecto religioso del problema.La Catedral inacabada es un baldón de la ciudad y de sus habitantes. EXPRESA UNA PANERA DE SEDR CHAPUCERA, INCONSTANTE Y FALTA DED AGALLAS.

-SI EL OBISPO DESEA QUE PARE EL DESMORONAMIENTO DE LA CATEDRAL TERMINÁNDOLA, LE SERVIRÍA USAR CALLEJUELLAS COLATORALES, EN VEZ DE EMPEZAR REIVINDICANDO ESPACIOS



PIDO DISCULPAS POR SEÑALAR ACCIONES DESDE MI MODESTIA (AUNQUE ES VÁLIDO QUE LO HAGA CUANDO NO SE ESTÁ HACIENDO NADA).

1º- organizar una exhaustiva exposición informativa con todas las maquetas, planos, informes, grabados, argumentos etc, que se pueda reunir. VIENDO LA OBRA INCONCLUSA, MUY POCOS SE DAN CUENTA DE LA MAGNIFICENCIA QUE RESULTARÍA AL FINAL.

Con tal medio se ampliaría la información de los muchos que han opinado VERGONZOSAS ignorancias extravagantes , COMO POR EJEMPLO SITUANDO EN EL MISMO NIVEL EL TRANSPORTE PÚBLICO Y EL MAYOR MONUMENTO DE LA CIUDAD.

LA EXPOSICIÓN SERVIRÍA EN SÍ MISMA DE PUNTO DE PARTIDA DE LA RECOGIDA DE FONDOS.
que debería abarcar.

GESTIONES EN GALVESTON Y ANTE LA EMBAJADA ESTADOUNIDENSE
iniciativas de artistas e intelectuales malagueñas repartidos por toda España.
Galas de alcance mundial que organizaran Antonio Bandseras y Melanie.

LA EXPOSICIÓN SE PUEDE INICIAR YA. ME OFREZCO GRATIS PARA INSPIRARLA Y CONCEBIRLA.

sábado, 6 de agosto de 2011

Roca Editorial se ha apoderado del 75% de mis derechos de propiedad intelectual por esta novela y otras tres.

EL OCASO DE LOS DRUIDAS
Europa posee las grandes manifestaciones artísticas más antiguas producidas por seres humanos. Las cuevas de Altamira y Lascaux, en España y Francia, han sido llamadas con razón “Capillas Sixtinas prehistóricas” y fueron pintadas más de diez mil años antes de la construcción de las pirámides de Egipto. Los increíbles megalitos europeos como Menga en Málaga, Carnac en Francia, o Stonehenge en Inglaterra, son tal vez los monumentos más antiguos de la Humanidad, anteriores a las pirámides y los zigurats. La civilización celta, aunque posterior a los constructores de dólmenes y menhires, fue durante más de dos milenios una especie de Comunidad Europea desde Finlandia a España y desde Turquía a Irlanda, un fraternal reino de reinos que compartían signos, dioses, sentido de la vida y, probablemente, lengua. Una realidad continental que, pese a los afanes de Bruselas y Estrasburgo, todavía nos costará varias generaciones restaurar del todo. Esa civilización, amante de la Naturaleza y practicante ferviente de la armonía de los hombres con su medio, debió de alcanzar conocimientos muy profundos de física y química, y su cultura era lo bastante funcional como para que clanes muy distantes en el tiempo y el espacio la conservasen durante muchos siglos. Pero agonizó lentamente a lo largo de más de un milenio, bajo la presión de los invasores orientales (fenicios/cartagineses y griegos/persas) y el Imperio Romano. Finalmente, fue diluyéndose en el olvido en un continente a medias cristiano y a medias musulmán, cuyos practicantes más fervientes, en rara sintonía, perseguían y aplastaban toda manifestación de conocimiento que repugnase a quienes tan pocos conocimientos poseían. Como, según el tópico, la Historia la cuentan los vencedores, los europeos actuales apenas recordamos ni reconocemos nuestro verdadero origen cultural común, el celta, mucho más determinante que el fenicio, el griego o el latino en nuestros modos y maneras generales, y en el entendimiento paneuropeo de la vida. Tan grande es nuestro olvido, que la ciencia seria no emprende estudios profundos, a escala continental, que pudieran encontrar explicación al misterio de una civilización tan extensa y homogénea en épocas de tan difíciles comunicaciones, para restablecer un mínimo de nuestra memoria colectiva, deliberadamente eclipsada no se sabe bien por qué o por quién. Nadie explica de manera razonable, por ejemplo, la existencia de topónimos como GALicia, GALacia, GALia, y GALes, todos con significación celta comprobada, en lugares tan distantes como Turquía y Gran Bretaña. El espíritu celta y manifestaciones abrumadoras de su cultura y sentido de la vida han pervivido en las tradiciones, el folclore, la música, los rastros arquitectónicos y hermosos objetos de orfebrería. Y además, está impregnada de celtismo toda una tradición literaria que llega prácticamente hasta el presente. Sin pensar en su origen celta común, difícilmente se podría comprender el espíritu ecológico y de comunión con la Naturaleza que satura los relatos de los hermanos Grimm (alemanes), Giovanni Bocaccio (italiano), Hans Christian Andersen (danés), Charles Perrault (francés), Lewis Carroll (inglés) o Jonathan Swift (irlandés) e inclusive los fabulistas españoles Félix María Samaniego y Juan Eugenio Hartzenbusch. Sin considerar nuestros orígenes celtas, resultaría inimaginable el surgimiento en la Europa judeocristiana de ideas como las de Jean-Jacques Rousseau (suizo). Aceptamos como un dogma haber sido “civilizados” por Sumer y otras naciones orientales, como si lo que antes existía en el continente fuese tan sólo un hatajo de salvajes infrahumanos, bárbaros, brutos e incapaces de crear arte, belleza ni cultura, lo que es contradicho clamorosamente por los numerosos rastros, tan superficialmente investigados, que dejaron los celtas y que incluyen la que es probable que sea la más antigua forma de escritura alfabética, a pesar de que un tabú religioso les impedía escribir sus leyendas e historia, lo que es una de las causas de nuestro olvido. En esta cuestión tan crucial, la ciencia ha dejado en manos de desvaríos especulativos la investigación de algo que nos concierne a todos los europeos, un patrimonio comunitario que tenemos derecho a conocer con profundidad y sin frivolidades. Europa experimentó un tiempo en que los celtas manteníamos con la Naturaleza una alianza mutuamente provechosa. Entonces, el Edén estaba aquí. Con todo el espíritu celta de que he conseguido imbuirme en lugares que amo intensamente, narro a continuación una aventura que pudo suceder

martes, 2 de agosto de 2011

MÁLAGA NECESITA URGENTEMENTE DE UN PERIÓDICO DE CAPITAL MALAGUEÑO, QUE LUCHE POR ELLA

Ninguno de los tres periódicos que se venden en Málaga es de capital malagueño. Los tres dependen de intereses foráneos, constantemente contrarios a que Málaga proteste por el trato vejatorio que recibe de las administraciones controladas por el PSOE.

También los periódicos de reparto gratuito dependen de capitales extraños y siempre contrarios a las reivindicaciones malagueñas.
Pero en la hora presente en indispensable que Málaga proteste por el trato que recibe y reivindique una situación de justicia para su condición de sexta ciudad mayor de España y tercera o cuarta conurbación.

NO SE PUEDE SOPORTAR MÁS ESTE TRATO, A MENOS QUE ACEPTEMOS CONVERTINOS EN POCO TIEMPO EN UNA CIUDAD IRRELEVANTE EN RIESGO DE EXTINCIÓN.

Un periódico DE VERAS MALAGUEÑO podría ayudar a ser constantes y firmes en tales reivindicaciones y protestas.

Sabido que la creación de un periódico podría costar unos 6 millones de inversión, ni siquiera soñamos con ello.

Pero podría ir haciéndose camino creando un semanario de distribución gratuita, que no requeriría casi inversión. En la práctica, bastaría con disponer de un fondo de garantía (para los tres primeros meses) que al mismo tiempo pudiera ser el capital redgistrado de la empresa. Unos 30.000 euros.

Bastaría con que 30 malagueños se pusieran de acuerdo para depositar 1.000 euros cada uno. O 300, depositando/invirtiendo 100 euros cada uno O… millares de pequeños inversores a 40 ó 50 euros.

La cuestión es que no se trata de un proyecto irrealizable. En unos tres años de funcionamiento del Semanario gratuíto, podría alcanzarse la meta de crear un diario normal.

Si te interesa esta cuestión, escribe a
jlmgvc@gmail.com