lunes, 29 de abril de 2013

LA DAMA FINGIDA. Una emocionante y mágica fantasía sobre la antigua sociedad ibera.


Busco editorial 
que no estafe 
a los escritores españoles

sábado, 27 de abril de 2013

QUERRÍA PUBLICAR UNA NOVELA SOBRE LOS IBEROS



Hace años que terminé una novela en la que inventé una sociedad ibera totalmente feminista.

Es una obra muy acabada, que pude haber publicado en 2006, pero en aquel entonces descubrí el fraude que estaban sufriendo mis derechos por parte de Roca Editorial. Era tanto lo que habían dejado de pagarme, que reclamé, algo que no se puede hacer ante una editorial española, aunque le hayan dejado a uno en la miseria.

Funciona una especie de lista negra, de la que destierran a todo escritor que no se deja echar el aliento en el cogote.
DESDE QUE RECLAMÉ EL DINERO QUE HABÍA GANADO Y QUE ME HABÍAN ROBADO, NUNCA CONSEGUÍ CONTACTAR CON EDITORIAL ALGUNA EN LA Q1UE PUDIERA CONFIAR

LA DAMA FINGIDA es una obra muy elaborada, una ficción muy en plan "thriller", donde introduje todo cuanto sabemos de los iberos, que es muy poco. Sabemos más de los egipcios o los pesas que sobrer nuestros antepasados, de los que apenas hemos investigado ni escrito, aunque son abundantísimos los hallazgos arqueológicos.

Con esta obra, reivindicaba una mayor investigación sobre los iberos y, en general, sobre cuanto aconteció en esta península antes de los cartagineses y los romanos.

-tengo unas ocho novelas acabadas, pero tengo 71 años, llevo 14 medicándome por la dIabetes y he sufrido un infarto cerebeloso y otro cardíaco.Voy a diario a la piscina y creo mantener un buen tono, pero esto no puede durar demasiado y quisiera ver publicada, al menos, esta divertida y emocionante novela.

Ofrezco las primeras páginas.



LA DAMA FINGIDA


PARTE I

I
Comenzaba la primavera y lo percibían mejor los sentidos que el pensamiento de Adín, uno de los jóvenes varones más destacados de la matriarcal sociedad ilicitana. La sangre le hervía como un volcán, lo que se manifestaba con impulsos muy desconcertantes y sueños sensuales deliciosamente placenteros, pero tenía la mente demasiado ocupada con los malhumores como para disfrutarlos.
Había acudido al taller en busca de solidaridad y consuelo, por lo que le impacientaba que Istolacio se mostrara atento a su trabajo y no a lo que le estaba diciendo, como si no le oyera o creyese que no existía. El artista esculpía un exvoto para el enterramiento de la dama Sanibelser, muerta  e incinerada hacía un mes, y arrancaba a la piedra las formas creadas en su mente con un golpeteo rítmico del escoplo, el cincel y el martillo, mostrando mucha concentración y sin apenas dedicarle a él una mirada. Para desahogar la rabia aunque tan sólo fuese un poco, necesitaba que Istolacio no se limitase a oírle como quien oyese el viento soplar.
-… y le dije a la Madre Mayor Nespaiser que no soy un apestoso extranjero de pelo amarillo ni un salvaje profanador cartaginés raptor de damas. Que soy natural de Ilici y ello me enorgullece. Aunque me enorgullecería muchísimo más si no tuviera que estar a todas horas pidiendo permiso hasta para darme pedos.
Istolacio sonrió, pero permaneció en silencio. Comprendía los enojos y la impaciencia de Adín, porque él también había pasado por eso antes de lograr que le consintieran demostrar lo bien que podía esculpir. Pero tal cosa había ocurrido hacía una eternidad, lo menos tres o cuatro años, y ahora ya era un adulto con muchas responsabilidades, que había ganado cierto respeto del Gran Consejo de Madres que gobernaba el reino. Miró de reojo hacia Adín. Su inmadurez le incapacitaba para disimular el malhumor, pero ya podía pasar por adulto, puesto que era un muchacho más fornido de lo común, con brazos muy bien torneados y piernas enérgicas que asomaban del todo bajo la breve túnica. Si las Madres no fuesen tan estrictas con sus prioridades de trabajo, le gustaría retratar a Adín en piedra. En realidad, lo mismo que a otras muchas personas de Ilici, pero no se lo permitían.
Para el Consejo de Madres, lo primero era siempre lo primero, y lo primero era lo que ellas decidían que debía estar en primer lugar, sin discusión posible. Y mucho menos, una discusión con hombres, pues las damas en general y la Madres del Consejo en particular consideraban una indignidad discutir con cualquiera de ellos, porque involucrarse en un debate con varones significaría rebajarse.
También Istolacio tenía motivos de quejas contra el Consejo de Madres, pero hacía tiempo que había conseguido que nadie se lo notara. El arte del disimulo y la sonrisa bobalicona eran en Ilici recursos muy útiles en el acervo masculino, lo que siempre debía acompañarse con el realce de los atractivos viriles hasta la exageración; aunque hubiera que recurrir a artificios, en lo que algunos se pasaban pues transitaban con clámides abultadas en la entrepierna como si hubieran robado una cabra. Así eran las cosas, así habían sido siempre y así había que aceptarlas. La igualdad de sexos que era, en el fondo, por lo que Adín suspiraba, era una pretensión imposible; un sueño tan quimérico como parar el Sol.
Adín volvió la cabeza hacia el refulgente mar que se presentía más que se veía a lo lejos, tras los numerosos pinos que coronaban la colina. La Gran Dama Reina, haciendo uso de una de sus limitadas preogativas directas, había asignado personalmente al escultor ese lugar tan excepcional, en el extrarradio de Ilici, con objeto de que las chácharas de las damas jóvenes, que aspiraban a ser retratadas a pesar de la prohibición, no distrajeran demasiado a Istolacio. Aún quedaban tres enterramientos de damas del año anterior sin exornar como merecieron en vida, según la alta consideración en que las había tenido el clan.
La colina era un lugar demasiado privilegiado para ser destinado en exclusiva a un hombre, que además no estaba casado con ua noble ni tenía relación familiar con ninguna dama de postín, pero las Madres habían hecho una excepción por tratarse de un escultor que, aunque joven, había dado muestras de talento y además, porque necesitaban con urgencia sus esculturas.
-Con tantos aspavientos y rabietas, pones cara de loco, Adín –bromeó Istolacio-. Espero que no sea más que la cara.
-Tú no puedes comprenderme. Como para ti todo es tan fácil…
-¿De veras lo crees? ¿Has olvidado los ríos de sudor que tuve que verter hasta conseguir que me permitieran esculpir?
-Pero es que ellas me dicen a mí cosas que me sacan de quicio, amigo. El plan de traída de agua para el riego, del que te hablé la semana pasada, hizo que me llamasen “tonto pretencioso y alocado, que vive en el delirio de los sueños imposibles”. Y luego, de modo un poco menos insultante, aunque ya me había insultado de sobra, va y me dice Neispaser, en el aparte que le pedí, que el Consejo no puede ni considerar el plan porque es demasiado original y no conocemos ni hemos oído de ningún pueblo que se le haya ocurrido el desatino de experimentar algo parecido. ¿Te das cuenta, Istolacio? Tenemos que ser monos de repetición. ¡Nos prohíben hasta el derecho a la originalidad! Nos paraliza la mediocridad.
Istolacio frunció un poco los labios. Trataba con ello de contener el asentimiento que había estado a punto de escapársele, puesto que las damas del Consejo le rechazaban todos los bocetos donde dejaba libre su capacidad creadora, libre de los rígidos cánones de más de quinientos años de tradición. Concordaba en muchas furias con Adín, pero no quería alentar las rabietas ni los cómicos mohines de su joven amigo.
-¿Has hablado con Irsecel últimamente? –preguntó, porque sabía que la mención de la hermosa muchacha haría que Adín desechara los demás pensamientos.
-¡A todas horas, Istolacio! Cuando ella está y cuando no, porque hasta en sueños le hablo. Pero como es hija de quien es…
Istolacio asintió. Adín había ido a poner los ojos precisamente en quien menos le convenía. Acabaría siendo objeto de burlas. Y no sólo por parte de las damas, sino también de los hombres, porque el peor enemigo de un hombre era en Ilici cualquier otro hombre.
-Cuanto más te impacientes con Madre Mayor Nespaiser, más difícil vas a tenerlo con su hija. Debes elegir.
-¿Elegir, Istolacio? ¡El qué! ¿Renunciar por amor a todo lo demás? ¿Aceptar ser un muñeco sin criterio ni inventiva, a cambio de que Irsecel me ame?
-No es discutiendo con Nespaiser como podrás conquistar a Irsecel. ¿No te das cuenta?
-¿Y qué hago? –preguntó Adín con un sollozo en la garganta.
-Afilar tu ingenio, Adín. Recuerda que la paciencia y la docilidad son en Ilici virtudes indispensables para la supervivencia de los hombres. Tienes que mostrarte apetecible, domeñado, realzar tus atractivos viriles de modo exageradísimo para que les pique la curiosidad y hacer circular el bulo de que resistes cinco acometidas sexuales todos los días. Así, no dudes que prosperarás y encontrarás pronto una dama que decida protegerte y cuidarte.
-¡O sea, que debo resignarme a ser un zángano y un objeto sexual toda la vida!
-No necesariamente…
-No te comprendo.
-Piensa, piensa, amigo. Y habla con tu abuela sin perder los nervios; ella es más sabia que nadie y tiene más experiencia que todo Ilici en conjunto. Fíjate en cuántas damas jóvenes hacen cola ante su casa todos los atardeceres, para oír esas charlas suyas que son como las lecciones de Platón. No hay una dama joven en Ilici que considere que pueda alcanzar ninguna meta ni alcanzar una alta alcurnia si no ha digerido las enseñanzas de tu abuela. Si te apearas de tus rabietas infantiles y decidieras pedir consejo a Bastugitas, podrías sacar conclusiones útiles, y actuar en tu provecho en vez de patalear y encorajinarte como lo haces. Piensa. Eres muy joven. Conseguirás tus metas con el tiempo si afilas tu ingenio y aprovechas las enseñanzas de tu abuela, ya lo verás.



II
Bastugitas creía que había vivido más de lo conveniente. Hacía dieciséis años que a la madre de Adín, su hija Umarbeles, que tenía una hija de diez años ya, se le había ocurrido la idea peregrina de quedarse embarazada de nuevo, con la mala suerte de que llegó un varón. Umarbeles murió al nacer Adín y el zángano atolondrado del padre (un macho tan bien dotado de todo, que hubiera podido ejercer de prostituto en el lupanar de la playa) desapareció cuando el chico tenía sólo cinco años, metiéndose en la aventura absurda de viajar a África en un barco de esos cartagineses salvajes que llevaban más de una generación causando problemas en los reinos de Iberia. ¡Tontas ideas de hombre! El barco naufragó y ella, que había sido Madre Mayor la mitad de su vida, y que había vigilado con suma exquisitez la educación de su nieta Agirnesser, porque esperaba que fuese algún día su heredera, se encontró rebajada al papel de cuidadora de un niño. ¡De un varón!, como si tuviera la capacidad imposible de entender el pensamiento abstruso e insondable de los hombres.
Había servido al reino cerca de veinte años. Tiempo en el que vio pasar por el trono a dos Grandes Damas Reinas. La actual hubiera sido la tercera de no haber abandonado voluntariamente el cargo de Madre Mayor antes de que a ella la coronasen, uno de los hechos más sorprendentes que recordaban las damas encargadas de registrar las crónicas políticas de la ciudad. Según demostraba la historia y según, también, los proverbios favoritos de las damas ancianas, nadie que ostentase el poder lo abandonaba por su voluntad. Todo lo contrario. Se sabía de madres mayores que habían recurrido a toda clase de engaños y artimañas para conseguir el nombramiento. Por el poder se mentía siempre y había habido una vice-Madre Mayor durante la generación anterior, que era llamada “la cabra loca”, por el penacho de pelo que lucía habitualmente, semejante a un mechón de chivo loco, y gustaba de mujeres en vez de hombres, cuyas mentiras llegaron a ser tan clamorosas, que hasta los miserables hombres que no habían conseguido ser protegidos por ninguna dama se reían de ella. Se decía que “la cabra loca”, además de mentirosa y fabuladora sin imaginación, mandaba habitualmente incendiar las casas de damas que destacaban e, inclusive, mandaba matar a alguna que le pareciera que ambicionaba el poder o amenazase el de la Madre Mayor a quien servía. En razón de la norma no escrita, obtenía el cargo del poder efectivo, el de Madre Mayor, una dama cuyo clan fuese en ese momento el de mayor influencia en el Consejo y en el reino, pero en ocasiones las fuerzas estaban tan igualadas, que se recurría a tretas que muchas veces superaban lo lícito y hasta llegaban a caer en monstruosidades, de perversidad inconcebible para la gente común, aunque en tales casos siempre miraban todas para otro lado. Porque el poder, sobre todo el poder de pisotear y aniquilar a las enemigas, revestía a la Madre Mayor recién proclamada de un halo de dignidad e impunidad que velaba hasta los actos más innobles. Conspirar, asesinar, mentir y robar eran cosas que todas sabían que las poderosas hacían habitualmente, y se consideraba natural.
Las murmuradoras más cotillas contaban de una Madre Mayor de un siglo antes, apodada “la sandalera” porque su madre tenía una industria de fabricación de sandalias, que para conseguir el cargo, cuando se aproximaba el momento en que el Consejo debía adoptar su decisión hizo incendiar el granero colectivo de la ciudad, dejando por todos lados pistas que hacían sospechar del clan al que pertenecía la Madre Mayor cesante. A continuación, manipulando el boca a boca, consiguió exaltar los ánimos para que las damas más poderosas acudieran en manifestación ante el salón del Consejo de Madres, donde fueron proferidos toda clase de insultos contra la Madre Mayor saliente y contra su heredera, que se daba por seguro que iba a resultar elegida.
El incendio y la manifestación trastocaron las previsiones más clarividentes y, por primera vez en la historia del reino, fue designada una Madre Mayor que no estaba respaldada por el clan más influyente; para ello, firmaron una alianza tres clanes minoritarios, muy antagónicos entre sí, y de ese modo alcanzó el cargo supremo de gobierno quien de veras había prendido el incendio.
Bastugitas hizo una mueca, ya que le repugnaba pensar en ese caso, cuya autenticidad había confirmado gracias a una exhaustiva investigación que ordenó poco después de ser investida. La sandalera había infringido todas las normas, pero había sabido mentir muy bien haciendo creer al pueblo que quienes mentían eran sus oponentes. Que Bastugitas abandonase el cargo sin que nadie la forzara había originado toda clase de murmuraciones, y algunas comidillas adversas acompañaron los últimos recorridos que hizo entre su casa y el salón del Consejo.
Nadie sabía ni a nadie reveló el motivo. El corazón era en Ilici un órgano acorazado para toda dama que se preciase. Y ella, después de veinte años de gobierno honrado, justo y pragmático, había caído en el desvarío de sentir amor ¡por un hombre! Jamás se había enterado nadie, ni siquiera Beles, su criado mayor, que también era el principal de sus confidentes. Tristemente, el hombre, cuyo nombre se negaba a representarse siquiera mentalmente, había muerto tres años más tarde.
Liberada a los cuarenta y cinco años de las responsabilidades de gobierno del reino, sólo había disfrutado tres del amor y ahora contaba cerca de sesenta. Demasiado para una sola vida, y once de esos años perdidos en la educación sin utilidad ni porvenir de un varón, que últimamente había comenzado a crear muchos problemas. Adín era excepcional, pero también era excepcionalmente incordio. A todas horas llegaban a sus oídos rumores sobre las ideas demenciales de su nieto y también de sus rabietas maleducadas, pero ya estaba demasiado torpe para darle las palizas que merecía. Adín era un prodigio físico, poseía una belleza poco frecuente, casi sobrenatural, y ella sabía muy bien a quién se parecía y de quién había heredado tantos dones. También su cuerpo era un prodigio desusado, que generaba peligrosas envidias entre los muchachos de su edad, porque todos reconocían que nadie podría competir con él si decidía seducir a la dama más poderosa del reino. Porque, además, ella lo había bañado algunas veces de niño y sabía que habría de llegar el momento en que se le pidieran moldes de su virilidad para mejor representar los exvotos de las tumbas.
Le habían aedvertido de sobra y enviado toda clase de señales de advertencia, mediante personas interpuestas por su buen criado mayor Beles.
¿Iba a verse obligada a adoptar medidas más drásticas?


III
Bastugitas vio llegar a su nieto Adín desde la ventana. Pobre tonto. Con el cuerpo fastuoso que estaba desarrollando, sus movimientos ágiles y sensuales, lo que abultaba su túnica y la belleza casi femenina de su rostro, podría conseguir de inmediato el favor hasta de las damas de mayor alcurnia, aunque tuvieran consortes… si el muchacho no tuviera la enojosa osadía de pensar en cosas que no estaban a la altura de una mente masculina. Su pretensión de usurpar iniciativas que no le correspondían a ningún hombre iba a malograr lo que pudiera, de otro modo, ser una regalada vida de consorte de cualquiera de las damas más poderosas de Ilici. Debía tratar de corregir a ese díscolo muchacho antes de que se torciera como el árbol mal plantado que nunca su tronco endereza.
-Abuela…
Antes de poder continuar, Adín recibió una fuerte bofetada en los labios.
-¡Insolente! ¿Es que ya has olvidado las buenas maneras que te enseñé?
Adín tragó saliva. Se inclinó ante su abuela en profunda reverencia y mantuvo al enderezarse la cabeza gacha, en silencio, a la espera de que ella le hablase. Bastugitas lo hizo como si la escena previa no hubiera tenido lugar:
-Adín, hijo de mi hija Umarbeles, ¿vienes a honrar a la madre de tu madre?
Adín volvió a inclinarse mientras respondía:
-A la madre de mi madre y a todas sus antepasadas, honor.
La anciana sonrió con aprobación. Todavía no se había vuelto del todo un salvaje, aún recordaba sus lecciones, aunque le hubiera obligado a abandonar la casa al cumplir quince años. Ignoraba dónde dormía, cuestión que no debía preocuparla puesto que su aspecto era aceptable. ¿Sería capaz todavía de gobernarlo y dirigirlo de lejos, por su bien, aunque ya era un adulto?
-Últimamente, hemos oído cosas muy desagradables de ti –dijo Bastugitas, afectando en su tono severidad extrema-. ¿Tienes algo que alegar en tu descargo?
-Quien malas palabras os diga, madre de mi madre, mal os quiere. No es por maldad sino por amor a Ilici por lo que trato de contribuir con mis ideas. Vos me ensañasteis que el afán de superación es buena cosa.
Bastugitas asintió en su pensamiento, pero no permitió que el asentimiento se reflejase en su cara. En realidad, en el fondo el muchacho tenía razón y ella era culpable de haberle inspirado ideas inapropiadas para un hombre. Adín había crecido a la sombra de una dama acostumbrada a cavilar y a tomar grandes decisiones pero ya jubilada del gobierno y, por ello, proclive a sacralizar las cosas más nimias de la vida cotidiana. Sin darse cuenta, había educado a su nieto, en muchos sentidos, como si hubiera de ser una dama de gran alcurnia. Sentía por ello cierto remordimiento. Aunque fuese un varón y hubiera decepcionado al nacer todas sus expectativas, era su deber ayudarle a corregirse para adaptarse a la realidad de los hombres de Ilici.
-Acerca aquella esterilla y siéntate junto a mis pies, hijo de mi hija.
Adín obedeció. Bastugitas era el ser más venerable que podía imaginar y no le importaba sentarse a su pies. Podría, si se lo pidiera, arrodillarse y postrarse ante ella hasta tocar con su frente el suelo.
-Escucha… Adín. Cometí el error de enseñarte a pensar más de lo que te conviene, y temo que esa facultad no puedo extirpártela a estas alturas. Eres un hombre de dieciséis años ya, y deberías estar a punto de asegurar tu porvenir junto a una dama que te proteja, vista y alimente. En vez de ello, me dicen que recorres Ilici y sus campos como un errático y alucinado espíritu maligno, en busca de modos de incordiar hasta al mismísimo Consejo de Madres. Puesto que piensas, tendremos que intentar que pienses bien y de acuerdo con tus conveniencias. ¿Estás conforme?
Adín bajó los ojos para asentir. Trataba de evitar que su abuela descubriera en su mirada la hipocresía del sí.
-Lo primero es buscarte un buen partido, para que tu porvenir se aclare. ¿Ninguna te ha requerido yacijas? –Adín negó-. ¿Y alguna que te guste?
Adín asintió, rojo de rubor.
-¿Quién es ella?
-Irsecel, la hija de Madre Mayor Nespaiser, vuestra sucesora.
-¡Oh, no!
Involuntariamente, Bastugitas apretó los labios, pero volvió la cabeza hacia el espléndido paisaje que recortaba el cuadrado de la ventana. No deseaba que su nieto notase su turbación. Adín había ido a poner los ojos en la Luna. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado con ese muchacho?
Evocó el día del relevo de su sucesora al frente del gobierno de Ilici, sólo un peldaño por debajo del rango de la Gran Dama Reina y con mucho más poder efectivo que nadie en el reino. Recordaba con claridad la indisimulada sonrisa de triunfo de Nespaiser, entonces una joven dama insolente que llevaba tres años intrigando en su contra en todas las reuniones del Consejo de Madres. La había odiado con incontenibles impulsos asesinos, y estaba segura de que ella lo sabía, e intuiría aún que llevaba quince años odiándola con igual encono. Aunque fingía no oírlos y contenía la risa para que nadie pudiese murmurar que animaba las lenguas de la perfidia, sabía que circulaban por Ilici toda clase de chascarrillos sobre ambas, en los que Nespaiser era descrita habitualmente como la Medusa que, en vez de petrificar, podía ser petrificada por la mirada de Bastugitas. La vieja dama sonrió; en efecto, los grandes rodetes enjoyados del aparatoso peinado de Nespaiser le habían parecido siempre una evocación exacta de las serpientes que formaban el pelo de Medusa.
Tenía que pensar rápido, o podía verse involucrada en un conflicto cuyo alcance no estaba en estos momentos en condiciones de calcular.
-Escucha, Adín –dijo, apeándose de los formulismos-. Estás metiéndote en un lío de consecuencias tremendas y posiblemente muy peligrosas. Puesto que ya no puedo evitar que pienses, debo, al menos, protegerte de ti mismo. Haremos algo que será muy criticado en Ilici, pero no hay otra salida. Volverás a dormir aquí durante esta temporada y me consultarás todos los días, antes de tomar a tontas y a locas iniciativas tan perjudiciales para ti. Y olvida el plan de riego y todas esas zarandajas. 


IV   
Había barrido la plaza ante su casa. Se había bañado desnudo cuatro veces en el estanque masculino de un rincón del llano, donde oficialmente ninguna dama iba pero todas espiaban disimuladamente; para tal ocasión, Bastugitas le exigió que tratara de pensar en sus amores y las fantasías eróticas más desenfrenadas para que, al quitarse la túnica, todo resaltase más. Había realizado inifinidad de encomiendas y recados muy indiscretos que, más bien, le correspondían a Beles, el criado mayor y, para muchos, el amante más o menos oficial de la ex gran Dama. Había aceptado que una de las amigas de Bastugitas, impertinente y sobona como una dama sin consorte e insatisfecha, de cuarenta años, maquillase su rostro con afeites egipcios, aunque a él no le agradaba ponerse esas máscaras de pintura en la cara que el noventa por ciento de los hombres lucía. Aunque Bastugitas se empeñara, él no necesitaba enamorar a ninguna ni provocar los deseos de nadie, porque su corazón había optado ya hacía una infinidad de tiempo, desde que tuvo la primera prueba de que su virilidad se había completado. El día que, durmiendo, manchó generosamente el catre por vez primera, estaba completamente seguro de que había soñado con Irsecel toda la noche.  
De todas las cosas extrañas que le había exigido hacer su abuela durante la semana que llevaba viviendo de nuevo en su casa, Adín consideraba que la de hoy era la más rara de todas. Aunque mencionar a la hija de Nespaiser era uno de los asuntos innumerables que le había prohibido, acababa de ordenarle hacía pocos instantes que le pidiera visitarla. Pero debía exigirle acudir a la casa con toda clase de precauciones, disfraces y disimulos, de manera que nadie pudiera tener la ocurrencia de correr ante la Madre Mayor a murmurarle que su hija Irsecel visitaba a Bastugitas.
¿Cómo iba él a atreverse a exigir nada a Irsecel? Para complacer a su abuela no tenía más salida que intentarlo; aunque podía incurrir en osadía que tal vez la muchacha interpretase como ofensa, encontraría el modo de que ella entendiera que debía comportarse con la discreción que Bastugitas ponía como condición.
Le hizo una señal cuando Irsecel salía de la academia de canto y oratoria, suplicándole con la mirada que le siguiera; esa academia era otra barrera que se alzaba un poco más cada día entre los dos, porque en ella únicamente estudiaban las damas de importancia suprema, destinadas a ingresar algún día en el Consejo de Madres.
Irsacel compuso una mueca de extrañeza, pero cayó en seguida en la cuenta de que él debía tener razones muy poderosas para un acto tan grave de insolencia, que en determinadas circunstancias podía ser castigado con azotes, públicamente, en la Plaza del Sol abarrotada de gente.
Adín se puso en marcha sin mirar en ningún momento hacia atrás. Doblada la primera esquina, se permitió una mirada de reojo, para comprobar que, en efecto, Irsecel seguía sus pasos. Las pocas veces que habían hablado siempre lo hacían en la primera revuelta del íber y no lejos de la orilla, donde el bosque de encinas y zarzas era tan denso que pocos se atrevían a recorrerlo. Pero Adín lo conocía hasta en los menores detalles, porque ese territorio era uno de los fundamentales para su proyecto de acometida de riego. Eran ya siete las veces que había conseguido que Irsecel aceptara hablarle en ese lugar, a salvo de las miradas fisgonas de las correveidiles, porque en Ilici eran los murmuradores como arietes capaces de derribar muros de piedra. Supo que ella había comprendido a dónde se dirigía y por lo tanto ya no volvió a mirar atrás. En realidad, se apresuró con objeto de ganar la máxima distancia posible de la muchacha, para que nadie con quien se cruzara pudiera relacionarlo con ella.
La esperó agachado tras una adelfa cargada de capullos y flores fucsias a medio abrir. Cuando ella llegó, tuvo que sobreponerse a su turbación. El corazón se le había desbocado, sudaba con profusión y tenía la garganta seca. Se estiró la túnica para tratar de disimular lo que ocurría. De acuerdo con las reglas y los convencionalismos, se alzó, pero con la cabeza agachada, esperando que ella hablase primero.
-Te saludo, hijo de Umarbeles. ¿Qué me pides?
La voz de Adín se rompía en falsetes a causa de la sequedad que le producía en la garganta la cercanía de Irsecel. Trató de sumergirse en su mirada, a ver si en el fondo del mar de sus pupilas lograba descubrir un mínimo de correspondencia a lo que él sentía por ella despierto y dormido, de día y de noche, cerca y lejos. Pero la muchacha estaba siendo educada con rigor en todas las disciplinas que debía dominar una gran dama ilicitana, y la primera, el arte del hieratismo. No resultaba de buen tono que una dama de alcurnia dejase traslucir sus emociones. Por lo tanto, Adín notó con desolación que no había en el fondo de ese mar un fulgor que iluminase las sombras de su ánimo.
Con exquisito cuidado, y usando todos los recursos retóricos que había aprendido de su abuela, le contó el requerimiento de Bastugitas y la exigencia de embozos y disimulos. Empleó todos los detalles que consiguió recordar, resaltándolos a fin de conseguir convencerla, pero no habló de la razón que, con toda lógica, debía de motivar la petición.
-¿No te ha dicho qué me quiere?
-No, Irsecel. Te suplico perdón por mi ignorancia y mi descuido, al no preguntárselo como debí hacer. Sólo me ha dicho que desea hablar contigo.
La muchacha recorrió con los ojos la figura de su interlocutor de abajo arriba. Involuntariamente, fijó la mirada en su inflada entrepierna un instante más de lo discreto. Luego, remontó el torso como si pudiera acariciarlo. Sentía los primeros deseos de su corta vida, pero nadie iba a notarlo, y mucho menos él, a pesar de que el impulso de echársele encima era casi incontenible..
-Bien –respondió-. Dile que mañana me honrará visitar su casa a la hora del sol alto. Tú no puedes estar en la casa. Todo lo contrario. Debes festejar, cantar y hacerte notar por la Plaza del Sol y los ardedores, de manera que todas se den cuenta de te encuentras lejos de mí.



 V
Bastugitas examinó a la joven dama. Tenía mucha suerte. Con un poco de esfuerzo, podría lograr no parecerse nunca a la arpía de su madre.
Hubo de reconocer que se trataba de una joven hermosísima, con una melena castaña dorada por el sol que rebasaba su cintura, ojos del color del mar, boca trazada con la 

jueves, 25 de abril de 2013

Necesito ayuda para publicar LA DAMA FINGIDA


Busco ayuda para publicar LA DAMA FINGIDA

Una divertida y emocionante ficción sobre una supuesta sociedad ibera del 350 antes de Jesucristo

Es una de las siete obras muy acabadas que tengo en mi “congelador”, aparte de otras cuatro o cinco novelas a medias, centenares de cuentos y otras cosas.

Pero no quiero morirme sin publicar LA DAMA FINGIDA, porque considero Que es mi obra mejor acabada y redondeada.


¿ALGUIEN PUEDE AYUDARME?


Publico las tres primera páginas a continuación




LA DAMA FINGIDA

PARTE I
I


Comenzaba la primavera y lo percibían mejor los sentidos que el pensamiento de Adín, uno de los jóvenes varones más destacados de la matriarcal sociedad ilicitana. La sangre le hervía como un volcán, lo que se manifestaba con impulsos muy desconcertantes y sueños sensuales deliciosamente placenteros, pero tenía la mente demasiado ocupada con los malhumores como para disfrutarlos.

Había acudido al taller en busca de solidaridad y consuelo, por lo que le impacientaba que Istolacio se mostrara atento a su trabajo y no a lo que le estaba diciendo, como si no le oyera o creyese que no existía. El artista esculpía un exvoto para el enterramiento de la dama Sanibelser, muerta e incinerada hacía un mes, y arrancaba a la piedra las formas creadas en su mente con un golpeteo rítmico del escoplo, el cincel y el martillo, mostrando mucha concentración y sin apenas dedicarle a él una mirada. Para desahogar la rabia aunque tan sólo fuese un poco, necesitaba que Istolacio no se limitase a oírle como quien oyese el viento soplar.

-… y le dije a la Madre Mayor Nespaiser que no soy un apestoso extranjero de pelo amarillo ni un salvaje profanador cartaginés raptor de damas. Que soy natural de Ilici y ello me enorgullece. Aunque me enorgullecería muchísimo más si no tuviera que estar a todas horas pidiendo permiso hasta para darme pedos.

Istolacio sonrió, pero permaneció en silencio. Comprendía los enojos y la impaciencia de Adín, porque él también había pasado por eso antes de lograr que le consintieran demostrar lo bien que podía esculpir. Pero tal cosa había ocurrido hacía una eternidad, lo menos tres o cuatro años, y ahora ya era un adulto con muchas responsabilidades, que había ganado cierto respeto del Gran Consejo de Madres que gobernaba el reino. Miró de reojo hacia Adín. Su inmadurez le incapacitaba para disimular el malhumor, pero ya podía pasar por adulto, puesto que era un muchacho más fornido de lo común, con brazos muy bien torneados y piernas enérgicas que asomaban del todo bajo la breve túnica. Si las Madres no fuesen tan estrictas con sus prioridades de trabajo, le gustaría retratar a Adín en piedra. En realidad, lo mismo que a otras muchas personas de Ilici, pero no se lo permitían.

Para el Consejo de Madres, lo primero era siempre lo primero, y lo primero era lo que ellas decidían que debía estar en primer lugar, sin discusión posible. Y mucho menos, una discusión con hombres, pues las damas en general y la Madres del Consejo en particular consideraban una indignidad discutir con cualquiera de ellos, porque involucrarse en un debate con varones significaría rebajarse.

También Istolacio tenía motivos de quejas contra el Consejo de Madres, pero hacía tiempo que había conseguido que nadie se lo notara. El arte del disimulo y la sonrisa bobalicona eran en Ilici recursos muy útiles en el acervo masculino, lo que siempre debía acompañarse con el realce de los atractivos viriles hasta la exageración; aunque hubiera que recurrir a artificios, en lo que algunos se pasaban pues transitaban con clámides abultadas en la entrepierna como si hubieran robado una cabra. Así eran las cosas, así habían sido siempre y así había que aceptarlas. La igualdad de sexos que era, en el fondo, por lo que Adín suspiraba, era una pretensión imposible; un sueño tan quimérico como parar el Sol.

Adín volvió la cabeza hacia el refulgente mar que se presentía más que se veía a lo lejos, tras los numerosos pinos que coronaban la colina. La Gran Dama Reina, haciendo uso de una de sus limitadas preogativas directas, había asignado personalmente al escultor ese lugar tan excepcional, en el extrarradio de Ilici, con objeto de que las chácharas de las damas jóvenes, que aspiraban a ser retratadas a pesar de la prohibición, no distrajeran demasiado a Istolacio. Aún quedaban tres enterramientos de damas del año anterior sin exornar como merecieron en vida, según la alta consideración en que las había tenido el clan.

La colina era un lugar demasiado privilegiado para ser destinado en exclusiva a un hombre, que además no estaba casado con ua noble ni tenía relación familiar con ninguna dama de postín, pero las Madres habían hecho una excepción por tratarse de un escultor que, aunque joven, había dado muestras de talento y además, porque necesitaban con urgencia sus esculturas.

-Con tantos aspavientos y rabietas, pones cara de loco, Adín –bromeó Istolacio-. Espero que no sea más que la cara.

-Tú no puedes comprenderme. Como para ti todo es tan fácil…

-¿De veras lo crees? ¿Has olvidado los ríos de sudor que tuve que verter hasta conseguir que me permitieran esculpir?

-Pero es que ellas me dicen a mí cosas que me sacan de quicio, amigo. El plan de traída de agua para el riego, del que te hablé la semana pasada, hizo que me llamasen “tonto pretencioso y alocado, que vive en el delirio de los sueños imposibles”. Y luego, de modo un poco menos insultante, aunque ya me había insultado de sobra, va y me dice Neispaser, en el aparte que le pedí, que el Consejo no puede ni considerar el plan porque es demasiado original y no conocemos ni hemos oído de ningún pueblo que se le haya ocurrido el desatino de experimentar algo parecido. ¿Te das cuenta, Istolacio? Tenemos que ser monos de repetición. ¡Nos prohíben hasta el derecho a la originalidad! Nos paraliza la mediocridad.

Istolacio frunció un poco los labios. Trataba con ello de contener el asentimiento que había estado a punto de escapársele, puesto que las damas del Consejo le rechazaban todos los bocetos donde dejaba libre su capacidad creadora, libre de los rígidos cánones de más de quinientos años de tradición. Concordaba en muchas furias con Adín, pero no quería alentar las rabietas ni los cómicos mohines de su joven amigo.

-¿Has hablado con Irsecel últimamente? –preguntó, porque sabía que la mención de la hermosa muchacha haría que Adín desechara los demás pensamientos.

-¡A todas horas, Istolacio! Cuando ella está y cuando no, porque hasta en sueños le hablo. Pero como es hija de quien es…

Istolacio asintió. Adín había ido a poner los ojos precisamente en quien menos le convenía. Acabaría siendo objeto de burlas. Y no sólo por parte de las damas, sino también de los hombres, porque el peor enemigo de un hombre era en Ilici cualquier otro hombre.

-Cuanto más te impacientes con Madre Mayor Nespaiser, más difícil vas a tenerlo con su hija. Debes elegir.

-¿Elegir, Istolacio? ¡El qué! ¿Renunciar por amor a todo lo demás? ¿Aceptar ser un muñeco sin criterio ni inventiva, a cambio de que Irsecel me ame?

-No es discutiendo con Nespaiser como podrás conquistar a Irsecel. ¿No te das cuenta?

-¿Y qué hago? –preguntó Adín con un sollozo en la garganta.

-Afilar tu ingenio, Adín. Recuerda que la paciencia y la docilidad son en Ilici virtudes indispensables para la supervivencia de los hombres. Tienes que mostrarte apetecible, domeñado, realzar tus atractivos viriles de modo exageradísimo para que les pique la curiosidad y hacer circular el bulo de que resistes cinco acometidas sexuales todos los días. Así, no dudes que prosperarás y encontrarás pronto una dama que decida protegerte y cuidarte.

-¡O sea, que debo resignarme a ser un zángano y un objeto sexual toda la vida! -No necesariamente…

lunes, 22 de abril de 2013

La desbandá (2005), de Luis Melero. Málaga ciudad mártir.


Aún hoy estremecen esas fotos de nuestros antepasados inmediatos, huyendo desesperados de una ciudad que se había convertido en una trampa mortal, mientras eran bombardeados despiadadamente por mar y aire. La novela de Luis Melero relata, a través de los ojos cada vez menos inocentes de su protagonista, los antecedentes y los hechos más crudos de nuestra Guerra Civil, en la que Málaga fue abandonada a su suerte casi desde el primer momento por el gobierno republicano debido a su difícil posición geográfica.

Tuve la oportunidad de asistir a una conferencia de Luis Melero la semana pasada en la que nos habló de sus técnicas para mantener el interés del lector durante todo el relato y de lo difícil que es vivir de la escritura hoy en día. Según contó, escribió seis versiones de La desbandá , de las cuales la quinta contaba con dos mil páginas. El trabajo de poda, uno de los más importantes de la escritura, debió ser tremendo. Terminado el acto, tuvimos la oportunidad de charlar con él de forma mucho más cercana y le pude plantear algunas preguntas sobre la situación de algunos barrios malagueños en la época en que transcurre la novela. Melero se mostró como una persona afable y extraordinariamente cercana. Quizá podamos celebrar en un futuro cercano un club de lectura en torno a La desbandá contando con su presencia. Aquí les dejo el artículo:

http://www.elmurodeloslibros.com/137/articulo/la-desbanda-de-luis-melero/

lunes, 15 de abril de 2013

YA TENGO PREPARADA LA CHARLA DEL PRÓXIMO MIERCOLES17-4 EN EL ATENEO DE MÁLAGAa

He terminado los preparativos para mi charla 
EL ARTE DE ESCRIBIR, 
última del ciclo EL OFICIO DE NOVELISTA

miércoles, 10 de abril de 2013

LIBERTAD Y DESPARPAJO



Nunca me creí el prejuicio de que las guapas son tontas, que debió de inventarlo alguna fea muy envidiosa.

Marilyn Monroe era una actriz prodigiosa. Llevó la actuación a su intimidad y ella misma interpretó su personaje a marchamartillo. Impuntual, insegura y tonta, fueron las improntas que siempre se le atribuyeron. Tengo completa la colección de sus películas, donde no encuentro ningún fallo que me haga dudar de su talento.

NUESTRA SARA MONTIEL fue también una buena actriz, cuya belleza irreal eclipsaba su talento.
PERO ADEMÁS DE HERMOSA Y CAPAZ, FUE UN ESPÍRITU LIBRE, que se burló a fondo de tantos inquisidores que le sacaron los colmillos.
Hace decenios que los mentideros de Madrid cuentan de ella anécdotas improbables.
Su afición a las medias para filtrar los objetivos, su sabiduría luminotécnica, su descaro frente a los directores y productores.
NADIE EN LA ESPAÑA DE LOS ÚLTIMOS 70 AÑOS HA INSPIRADO TANTAS LEYENDAS.

Creo que la leyenda de ella misma va a permanecer varias generaciones.
SARA MONTIEL PERVIVIRÁ PARA SATISFACCIÓN DE MUCHOS Y DESCONSUELO DE MALAGES,

lunes, 8 de abril de 2013

NOS VEMOS EL JUEVES 11 EN EL ATENEO DE MÁLAGA

El jueves próximo, a las ocho de la tarde,
daré mi segunda charla sobre EL OFICIO DE NOVELISTA

OFICIO Y PLANIFICACIÓN




viernes, 5 de abril de 2013

PREPARO MI CHARLA DEL PRÓXIMO JUEVES 11 DE ABRIL

La charla del pasado miércoles coincidió en horario con el partido del Málaga en la Copa de Europa, y además estaba lloviendo, un meteoro que a los malagueños no nos gustas ni mijita..

Sin embargo, la gran sala del Ateneo de Málaga presentó una afluencia de público muy razonable, edn contra de lo que temíamos media hora antes.

Todos elogiaron la amenidad de lo que conté, sobre los trucos para elaborar fabulaciones


EL JUEVES 11, HABLARÉ DE LA PLANIFICACIÓN DE UN RELATO, DE MANERA QUE UNO ELUDA COMPLETAMENTE 
EL SÍNDROME DEL FOLIO EN BLANCO.